Llevo un tiempo vagueando escrituras,
Un episodio que no precisa comentario alguno ha posibilitado el bloqueo y la paralización.
Leo y leo,
Placer y palabras para tranquilizar pesadumbres.
Hace poco saqué dos libros de la biblioteca,
Una novela insufrible cuyo título me guardaré muy mucho de decir, bastante complicación requiere escribirla ―¡cuánto valoro ahora la escritura, el esfuerzo que supone escribir!― como para que anatemicemos al autor, y un libro de poemas de William Carlos Williams;
Acabé la novela y me dispuse cuanto antes a iniciar el poemario, necesitaba olvidar lo leído y refrescarme en el verso; fue entonces, al abrir el libro, cuando, en su interior, encontré una hoja escrita a mano, letra clara, sin destinatario y sin firma, estaba en el poema POSTLUDIO, no sé si a propósito o dejada por olvido; el poema es muy conocido, se inicia con un verso contundente en el que el autor estadounidense supo reunir sentidos y sentimientos con exquisita precisión:
“Ahora que me enfrié de ti”.
Leí la carta,
De alguna manera, me impresionó,
―con toda seguridad, el estado anímico que atravieso tuvo mucho que ver―,
Aunque desconozco por completo a qué lectura se refiere y de quién habla.
Dada mi sequía actual, me he tomado la libertad de reproducir su contenido para compartirlo con vosotros y vosotras, lectoras,
Por supuesto,
Si su autora la leyera y no estuviera de acuerdo en verla publicada,
Solo tiene que comunicármelo y, sin problema,
La retiraría.
“10 de enero. Las 9.10 horas. Debajo de mi piel la soledad. Me gustaría contarte dónde me lleva tu ausencia. Me gana el Silencio. Pienso en ti: alguien que deambula sin rumbo y no quiere aferrarse a nada. (Un gorrión se ha posado sobre el alféizar: busca su ración de pan o su pequeño tiempo de atención). No te preocupes, felizmente, no me ocurre a todas horas. Trabajo en un nuevo olor: macerar y licuar la naturaleza para sintetizar esencias. Es mi única salida: los sentidos. Tus dedos-mis manos: tu piel-mi piel: tus labios-los míos. (El gorrión apunta con el pico hacia el cristal, se gira, picotea lo que dejé, y, luego, cuando termina, salta, se deja caer y vuela). Hago todo lo contrario. Un psiquiatra diría que, dentro de nada, mi ser-mujer convertirá el dolor en sobreexcitación histérica (¿importa?). Vuelvo. Me debo cierto respeto a mí misma, soy algo más que eso. Observo el suelo y veo mi silueta dibujada en él, dependiente de la luz: ¡sombra de contornos cambiantes! Doy vueltas por el salón (oh, aquellos días en los que vivimos encerrados ―nuestros cuerpos, nuestros deseos y nuestro placer― y nos repartíamos recorridos y nos encontrábamos por todas partes), pasos cortos, cabeza gacha, el cuello carente de tensión, de baldosa en baldosa, contando las pisadas o dejando que mi voz interior encuentre argumentos de vida y amor, porque los hay, aunque se trate de ¿dos palabras gastadas? (No estoy de acuerdo contigo, confío en ellas, por eso las he encerrado entre interrogaciones). Al poco, cansada de verme repetida en los mismos sitios, amplío mi paseo en dirección al pasillo, desvíos puntuales en dormitorios dormidos, el tuyo, no, ahí sigue: hermético, detenido en el tiempo. No consigo tranquilizar mis temores, nacen con mis nervios, seguro que ellos van hacia un lado y yo, perdida de pensamientos, marcho en dirección contraria (nervios y pensamientos: neuronas de distinta corpulencia). Te voy leyendo a medida que vas escribiendo: Ese ascender de la oscuridad a la luz (las escribes con mayúscula: Luz/Oscuridad): ¿Reflejo del drama que te acompaña?: El que vives de continuo: El que habitas con la sinceridad de un atardecer franjianaranjado y la intensidad de un tequiero (no me he equivocado, lo escribo todo junto porque así lo siento): El mismo drama que te lleva directo hacia la poesía: Dime: Entonces, por qué nos separamos: Por qué permitimos que se acabara.”
Manuel Cardeñas Aguirre
(Fotografía de cabecera: Compartimento C, coche 293; Autor: Edward Hopper)