CENTINELA, Autor: Fredric Brown

Estimadas lectoras y/o lectores:

Hace ya tiempo que J.M.C. me habló de S.K., pero yo, todavía, no he podido leerlo, y lo lamento, no es de esas cosas de las que esté orgulloso.

También hace tiempo, J.M.C. escribió algo angustioso acerca de una nave que esperaba no sé qué para abandonar un planeta que se destruía a ojos vistas y, en su día, cuando me lo leyó, no fui capaz de preguntarle si eso lo había soñado o si se iba a producir en un plazo corto; no me atreví, fue el miedo: ¡ya no quedaba ningún sitio libre en la nave!

Al poco, me enteré de que S.K. es también R.B. y, claro, como no había cumplido las indicaciones de J.M.C. sobre las lecturas de S. K., tampoco me atreví a preguntar cuál de los dos escribía mejor.

Aunque estoy seguro de que J.M.C. lo sabe y me lo podría haber resuelto.

Y, por fin, está el asunto de F.B. que nació 40 años, 10 meses y 22 días antes que S.K., y, al descubrir esto, los problemas cabalísticos de fechas y de identidad terminaron por ofuscarme porque según pude descubrir la suma de esos números da exactamente 72 que son los años de S.K.

Y todo esto, todo lo anterior, me lleva a preguntarme si J.M.C. lo sabía ya cuando escribió acerca del “penoso incidente de Teruel”, claro que esta vez no me amilané y sí que le pregunté:

«Zoológico de especies extintas», me contestó.(1)

M.C.A., para Yukali Página Literaria

CENTINELA

Fredric Brown

Estaba húmedo, lleno de barro; tenía hambre y frío, y se hallaba a cincuenta mil años luz de su casa.

Un sol daba una rara luz y la gravedad, que era el doble de aquella a la que él estaba acostumbrado, hacía difícil cada movimiento.

Pero en decenas de millares de años, esta parte de la guerra no había cambiado. Los pilotos del espacio tenían que ser ágiles con sus diminutas astronaves y sus armas refinadas. Cuando las naves aterrizaban, sin embargo, eran los soldados de infantería quienes debían hacerse dueños del terreno, palmo a palmo y costase la sangre que costase. Esto era precisamente lo que sucedía en aquel maldito planeta de una estrella de la que no había oído hablar hasta que puso el pie sobre él. Y, ahora, era terreno sagrado porque los extranjeros también estaban allí. Los extranjeros, la otra única raza inteligente en la Galaxia… raza cruel de monstruos abominables y repulsivos.

Se había tomado contacto con ellos cerca del centro de la Galaxia, después de la colonización lenta y dificultosa de unos doce mil planetas. Fue guerra a primera vista: habían disparado sin siquiera intentar negociaciones o firmar una paz.

Ahora se luchaba planeta por planeta en una guerra amarga. Se sentía húmedo, lleno de polvo, frío y hambriento; el día era crudo, con un viento que dolía en los ojos. Pero los extranjeros estaban tratando de infiltrarse y cada puesto avanzado era vital.

Estaba alerta y con el fusil preparado. A cincuenta mil años luz de su casa, luchando en un mundo extraño y dudando si viviría para volver a ver el suyo.

Y entonces vio a uno de aquellos extranjeros que se arrastraba hacia él. Encaró el fusil y disparó. El extranjero dio ese grito extraño que ellos dan y después quedó tendido sobre el suelo.

Le hizo temblar el espectáculo de aquel ser tumbado a sus pies. Uno puede acostumbrarse a ello después de un rato, pero él no lo había logrado nunca. ¡Eran unas criaturas tan repulsivas, con solo dos brazos y dos piernas, y una piel horriblemente clara y sin escamas…!


(1) Citado en el texto de introducción:


S. K., Stephen King

R. B., Richard Bachman

F. B., Fredric Brown

J. M.C., Juanma Cuerda

M.C.A, Manuel Cardeñas Aguirre


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