Vamos al mar, dice. Las olas y el viento y el frío del mar, digo. Son las cosas de la vida, son las cosas del querer, dice. Sólo puedo reír.
El frío muerde. El cielo es un telón de nubes. Tantas, que no podemos jugar a encontrar caras, y lo que más me gusta: animales. El viento se comporta como pequeños tornados maliciosos. La arena se inyecta en los ojos. Claramente, olvidamos las gafas.
Estamos solos en la playa. Por el clima. En un lugar pequeño y escondido de Argentina. No tenemos agujitas para marcar con tarjeta de identificación. Se siente lejano. Pero no la voz del mar. Hipnótico, agasaja con el estilo de un cantor profundo. Irreverente. Salvaje.
No siento miedo frente a la frialdad de sus aguas. Martín tampoco. No sé si se trata de Volver al Futuro o Volver al pasado, ese donde barrenos de telgopor y olas con la dignidad de trago largo y fuerte. Como el Piel de Iguana que en este momento estoy tomando. Yo sola sé prepararlo. Martín va terminando su Fernet con Pepsi, detesta la Coca-cola, desde que trabajó allí como operario y al enfermar del cuore, lo echaron. Como botellita de plástico. Aún está en juicio con el gigante.
Terminamos. Caminamos sobre la arena algo fría. Algo marrón y gris. Nos disponemos como griegos a la espera de que llegue la noche y el caballo de Troya abra las tripas. Casandra, la pitonisa troyana, no despierta en ninguna profecía. Tranquilidad. La marea no está agitada sino que se comporta como un espejo.
Uno. Dos. Tres. Comienza el espectáculo, los fenómenos están abiertos en expectación. Nosotros somos los fenómenos, que se meten en el agua corriendo, que se sumergen y arriban más allá de la cintura. ¿Colorado el 11 o negro? Violeta, respondo. Y así, con rapidez que ganará al conejo, nos adentramos en el mar cada vez más.
Nos llega al cuello, dice. Esto es lo benéfico de que tu compañero sea, casi, de tu misma altura. Nos llega al cuello, digo; hasta acá llegamos, ¿te parece? Sipi. ¿Y eso?, sus ojos parecen inflarse como una película de infectados, pronto a zombies. Es una ola grande. Inédita. Casandra no alertó.
La ola nos golpea hasta tocar el lecho. Y algo ocurre. Es una voz. Submarina y potente como un titán. “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos»1. Emergemos como náufragos en la desesperación de haber perdido flota y cordura.
Otra ola, somos “veinte mil leguas de viaje submarino” delirante, otra voz: “La Tierra ofrece lo suficiente como para satisfacer lo que cada hombre necesita, pero no para lo que cada hombre codicia”2. La superficie, el miedo de que una pepa natural juegue estrategias auditivas. Pero no tomamos pepa. Era Gandhi, Martín con la misma emoción de saber que los Tres Reyes eran Magos y Astrólogos, quizá por eso, les pidió su Carta Natal como regalo. Se la interpreté yo. La dejé en sus zapatos. No es el punto. El conflicto es que estamos escuchando voces, diferentes entre sí. Verdaderas entre sí. Y no son, solamente, mi aldea. Son aldea de Martín y yo.
Una nueva oleada me come las tripas y una nueva voz me come el eje: “Nosotros no somos mitos del pasado, ni del presente, sino que somos pueblos activos. Mientras que haya un indio vivo en cualquier rincón de América y del mundo, hay un brillo de esperanza y un pensamiento original”3.
Lloro. No por temor. Martín también llora. La memoria del mar nos despierta como sirenas en canto. Sirenas benévolas, aquellas que ayudan a los seres humanos a no hundirse en los ases de Poseidón.
Ondulación feroz. Nueva sumersión. “La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”4.
Ya no hay más olas. Ni palabras. Ni memoria. ¿Escuchaste? Sí, Martín, escuché cada fonema, cada letra, cada sílaba, cada palabra. Cada lección y cada anhelo. Ya no hay más olas. Quizá se escondieron al tiempo que Martín y yo, creo que aprendimos la lección. Pues sin pasado no hay memoria ni sanación.
Sintiendo el fondo suave, vamos volviendo a la carpa azul.
Las toallas me recuerdan a mi infancia, capas de súper héroes, frente a las pequeñas ráfagas, insensibles a la temperatura de mis piernas.
Nos abrazamos. Nos besamos para recordarnos que los amantes somos un círculo sagrado, de vaivenes sutiles o ásperos, depende del vuelo de cada uno.
“Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sueñas en tu filosofía”, me dice. ¿Sabés de quién es? Nop. De Shakespeare, Hamlet. Sonríe con los ojos húmedos, refugiados en ternura y en asombro.
María José López Tavani
- Martin Luther King
- Mahatma Gandhi
- Rigoberta Menchú
- John Lennon
(El dibujo de cabecera es una pintura de Petya Ivanova, Golden Wave 1)
Lindo, che.
Me gustaMe gusta
Gracias por leernos.
Me gustaMe gusta