EL MANTEL, Autora: María José López Tavani

Feo, como la restauración fallida de un cuadro añejo. Feo. De plástico. Socio para incendiarse con una brasa de mis cigarros. Sin embargo, útil. Para no lavar a mano cuando las manchas lo transforman en escenario de vampiro tonto. Plagando de manchones, el mantel. Colorido en su superficie de cenizas, mermelada, malta y más. 

Decorado con gigantescos lunares negros. Lo compré como saldo de supermercado, esos que mienten en ofertas y dos por uno. Esos donde empleados de hueso cansado ya no tienen vitalidad para mirarte a los ojos. Suerte de láser para consagrar productos. Necesidades o deseos. Deseos o necesidades. Deseos. Que perseguirán aún en la cima del Aconcagua. 

Nadie puede negarse a sí mismo. 

Se sacude con cierta dificultad, el plástico no es benéfico en conjunción con viento. Pero se limpia fácil. Apenas una rejilla húmeda es feroz. Tardé en elegir el estampado del mantel. Los lunares rojos eran una invitación enérgica. Ganaron los lunares negros. Grandes al igual que una pelota de futbol. El fondo blanco es una pincelada con timidez y respeto hacia los círculos. Un sube y baja incapaz de subirse. Alimentando una peculiar simetría. 

Lo quemé tres veces. Cuando esas chispas atraviesan el aire para confundirse con el plástico. Cigarros fieles a quemar. Primero, mis pulmones. Luego, aquello que los seduce. Y la ceniza mancha, aunque me habían afirmado que no lo hacía. El plástico se infecta con la rapidez de mi rutina. Otra vez, el trapo. Cansancio de avance sin espadas. Pero es mejor que lavar tela. Cada tres días. 

La mesa es circular, pequeña. Cuatro patas. A veces imagino que pasaría si una de ellas faltara. Quizá el trabajo de un ilusionista caería al suelo, borrando intentos de galera. Apoyo la taza con café en un lunar. El negro sabe ocultar manchas. 

A pesar del tamaño de los lunares, quiero contar los que puedo ver, hasta donde llegan, atrapados en servicio y en fealdad. Pasatiempos para conquistar las horas que aguardan en silencio. Domingo nublado eléctricamente para devorar amagues de contemplar caras, objetos, animales. El día domingo no resucita humores de celebración. Fértil para despistar, en este momento, la luz y el calor. Hoy no existe sutileza ni satisfacción. Mis juegos vacíos, semejantes a un morador de casa fría. Un mortal en la patria de Medusa. Contar unos pocos lunares. Que tocaré.

Al primer lunar, al primer contacto con mi dedo, un espejo. Veo para un lado y para otro, en la espera dramática de otro ser humano. Capaz de decirme que es tan sólo un círculo negro. Y no lo es, no lo está siendo. 

Me acerco al reflejo. Soy yo misma, con cara retorcida en umbral de venganza. Por el hombre que dejó de hablarme, luego de te quieros. Un cobarde con hijo y esposa. Mi cara retorcida en apuesta de envíos vulgares, bombas militares, destrucción de columnas familiares. Pero no hubo disparos ni botón. No lo hice. Ahora me doy cuenta que jamás lo haré. 

Otro reflejo. Un jinete con la urgencia de quien galopa con ambición de tiro al blanco. Imagino sus latidos bestiales. Su velocidad en cuerpo. Pienso que no tiene cinta de llegada. Aunque en su marcha, flores y premios se apresuran hacia él. 

Otro lunar. Por su escritorio parece un juez. Lee algo opulento. No me observa. Habla sin que yo pueda escucharlo. Habla mucho. Leo sus labios pausados, solemnes. Pero no advierto que está diciendo. 

Por ello, el próximo será el final. Pues las visiones del mantel hunden mi libertad de apariencia múltiple. Mis manos temblorosas. Que han crecido con cada personaje. Que están cruzando el peligro. 

Toco. Observo hombres masticando monedas negras. A cada instante. Engullendo el metal, semejantes a un corazón que no otorga más sangre. Avaros de panza gruesa, así los veo. 

Saco el mantel con la ferocidad de un infectado de miedo y de bronca. Cae al piso sin darse vuelta. Más reflejos. Mayor el abismo. Mayor mi cobardía. 

Me habitan. Y no puedo negarme a mí misma. 

mjlt


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