CONSTELACIONES DEL ALMA, Autor: Manuel Cardeñas Aguirre

 

En cualquier época del año podemos romper la noche solo con nuestra mirada, atravesar su oscuridad en busca de cielos, al encuentro de las estrellas, siguiendo constelaciones. Algo tan antiguo como el ser humano.

Cada poco, Joan Miró.

Sin causa aparente, como si fuera algo que una parte de mi yo precisara o necesitara más allá de cualquier razón.

Y ahí está él mirándome, desde su obra, directamente a los ojos —porque son sus cuadros quienes me miran y no yo a ellos—, y ahí están sus imágenes de claridades para encontrarse, cara a cara, con mis percepciones de trascendencia, o al revés.

A principios de los años 40, cuando el mundo se hunde a su alrededor y la realidad le resulta insoportable, Miró, solo encuentra ayuda en la Pintura, en una forma determinada de pintura, sus cuadros se despojan de referencias reales hasta el máximo posible, su pincelada se hace mínima en las formas y se apoya recurrentemente en el universo propio del pintor, ahí donde habitan hermanados sus grandes temas:

Lo eterno femenino / La noche y el día / La naturaleza como misterio y presencia / Eros óvulo, Eros esperma.

Y sus lienzos se llenan de símbolos al igual que un poeta se nutre de metáforas; y nacen, gracias a su genio creativo, las CONSTELACIONES, veintitrés pinturas al temple y al óleo iniciadas en enero de 1940 allí, en su retiro forzado de Varengeville, donde solo “la noche, la música y las estrellas” le dan consuelo:

Y surgirán las escaleras hacia la contemplación,

Y surgirán las escaleras como evasión de una realidad insoportable,

Y surgirá la música pictórica en forma de ballet de estrellas y constelaciones,

Y surgirá esa pintura que se hace poema por su inclinación al signo y al símbolo.

Miró, como todo aquel que huye, ha iniciado un viaje artístico en el que solo lleva consigo lo esencial:­ reduce la expresión hasta un punto que bordea lo críptico, y, como fondo, el vacío, no hay anclajes para el observador, no hay puntos de referencia. Eliminando y eliminando lo que para él resulta superficial sabe que corre el peligro de convertir su pintura en algo incomprensible —cuánto me recuerda a César Vallejo, y ese experimento grandioso del lenguaje y del sentimiento llamado TRILCE—, no le importa, es su propio devenir como artista lo que está en juego; pinta de forma entusiasta y entregada, encerrado en sí mismo, y en septiembre de 1941 da por terminada esta serie de pinturas que marcan una de sus grandes etapas creativas.

Pintura y Poesía.

Esencia y Abstracción.

Silencio y Vacío.

Se complementan.

La Poesía es revelación, La Pintura, reconocimiento.

Miró pintor-poeta ha querido servirse de los signos que reflejan lo profundo del alma y, en consecuencia, la materia corpórea y carnal se diluye, se olvida de su forma original y se convierte en línea que es símbolo, que es referencia y recuerdo; Miró poeta-pintor ha buscado la expresión íntima de lo inefable a través de la naturaleza, sabe, como sabe el poeta, que ambos, artista y naturaleza, se hallan ligados en torno a los mismos secretos indefinibles e inapresables; Miró poeta-y-pintor encuentra la forma de plasmar el complicado camino que enlaza el Arte y la Vida.

El poeta añora la musicalidad del silencio, el pintor busca plasmar la serenidad del vacío.

Todo cabe en esos cielos de color, todo lo que es el ser humano y su vital representación.

Se buscó en la Poesía, lo reconocemos en su Pintura.

Manuel Cardeñas Aguirre

 

(Pintura de cabecera: LA ESTRELLA MATINAL, de Joan Miró)

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