SUEÑOS POLARES, Autor: Manuel Cardeñas Aguirre

 

 

Al llegar a la estación me di cuenta de que el tren había cambiado de itinerario y de ruta. Me bajé y emprendí solo el camino de los sueños polares.

Vicente Huidobro, Aviso a los turistas

 

Los poetas llegan sin anunciarse,

Una mirada dubitativa que se detiene más de la cuenta, Una indecisión acerca de cómo respirar realidades, Una vacilación sobre el sentido de la vida,

Y todo ello bastará para que, sin explicaciones posibles, en un momento dado, abandonen su condición de fantasmas vigilantes y asalten el castillo de tu pensamiento buscando una habitación o un aposento que les permita velar inquietudes o tejer frustraciones al socaire de tu perplejidad;

Ten cuidado, lector,

Porque a poco que ofrezcas el más mínimo resquicio de compasión o les des algo de comida y bebida en forma de lectura atenta y detenida se quedarán en tu compañía para velar tus sueños y tus deseos; lo suyo será una ocupación silenciosa, desdeñan el inquilinato y no precisan de legalidades arrendadas para permanecer en lo deshabitado;

Tan persistentes en el acecho como repentinos en su aparición…

Vicente Huidobro es uno de ellos,

Hace tiempo lo convertí en poeta de cabecera, luego, senda agotada y sin salida, lo relegué al olvido, pero, últimamente, dejé abierta la puerta de la historia de la Literatura y, de inmediato, se abalanzó sobre mí: con toda su fuerza lírica, con sus imágenes vívidas y con su rebeldía estética; reclamando mi atención, demandando tiempo en el tiempo;

Rescato de mi memoria al poeta de aquellos años lúcidos y visionarios que devinieron en manifiestos y conferencias sobre creación y poesía: 1914. 1916. 1921 —los años de las Conferencias en los Ateneos—, y, cómo no, al escritor de los dos poemarios editados en 1931: ALTAZOR y TEMBLOR DE CIELO;

Las tres conferencias a las que me he referido, aunque de temática distinta, tienen algo curioso y común, las tres se darán en Ateneos: el de Santiago de Chile, en 1914, con el título Non Serviam (“no te serviré”: el poeta rechaza cualquier servidumbre con respecto a la Naturaleza: adiós mímesis aristotélica en poesía); el de Buenos Aires, en 1916, sobre Creacionismo (“crear, crear y crear…”: imágenes creadas, conceptos creados, rosas creadas) y el de Madrid en 1921, La Poesía (con ese inicio tan brillante que funciona a modo de descubrimiento lingüístico: “Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica que es la única que nos interesa…”).

Quiero centrarme en esta última, la de Madrid, es curioso como en apenas un folio y medio, Vicente, el antipoeta y mago, nos resumirá el meollo de sus tres grandes temas: La Poesía, el Poeta y la Palabra:

“La Poesía está antes del principio del hombre y después del fin del hombre (…) Ella ordeña las ubres de la eternidad, ella es intangible como el tabú del cielo.”

¡Cuánto desenfreno expresivo lleva consigo el genio romántico!

Primero, la genealogía: En el origen, ¡creación de creaciones!, La Poesía como gran demiurgo —se sobreentiende, a tenor de lo anterior, que el único dios-creador será el Poeta—; después, continuando la hipérbole, las palabras se visten de eternidad solemne: antes del principio del hombre y después del fin del hombre, y, para acabar, el poeta nos regala la imagen de un imposible naciendo de la mano de un símil: (La Poesía) es intangible como el tabú del cielo.

Difícil sustraerse al eco mesiánico de la palabra del poeta chileno;

 “El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte…”

Vicente Huidobro viene de la noche de la desesperanza y trae consigo la luz de los paraísos —los que inventa la palabra, claro está—, los que calman la desazón mediante la huida; su escritura poética siempre conlleva una pérdida, un vagabundeo en torno a los olvidos y las presencias irrecuperables; un intento por conciliar interior fracturado y exterior incomprensible a través de una imagen poética inédita; Huidobro es un escritor merodeando por los horizontes de la vida, un Adán que piensa en una estética original y única para que el yo del poeta (su yo) cabalgue Ecuatorial  y dominador,

Y se entrega, una y otra vez, al juego de la palabra en manifiestos y conferencias hasta que creativamente comprueba que ha llegado a una estación estética diferente, que se equivocó en el itinerario;

Solo hay que leer las dos obras antes citadas, las diferencias entre ellas son evidentes, algo se ha producido:

En ALTAZOR, libro cuya escritura le llevó más de diez años, el Creacionismo de Huidobro va de imagen poética en imagen poética hasta un final en el que muestra la disolución de la palabra en la Nada; ese Canto VII, el último, es definitivo, la palabra “creacionista” no da más de sí, Altazor, el paracaidista amarrado a una estrella, sabe que caerá, que su temporada en las alturas acaba y, Huidobro, el poeta, intuye que también su tiempo creacionista se agota; seguramente, acaba de descubrir que la palabra no solo es ese algo mágico de las conferencias, sino que también se debe a la comunicación, ¡está obligada a ella!, el lector tiene que entender para sentir algo, y el poeta chileno ha viajado en sentido contrario, su poesía se ha hecho algo más que críptica: ininteligible, parece un simple juego sometido al capricho de un autor;

TEMBLOR DE CIELO, escrito curiosamente en prosa —no le queda más remedio, la palabra poética ha quedado disuelta en el interior del poema altazoriano—, es un poemario nacido directamente del canto II de ALTAZOR que propone al lector una lírica arrebatada —desde mi punto de vista, su mejor libro de poemas—, no solo por la altura de su prosa poética sino porque supone todo un despliegue de recursos: mezcla imágenes, visiones, sueños, deseos y frustraciones en un continuo donde los modos retóricos (metáforas visuales, enumeraciones, anáforas, aliteraciones…) se suceden en la búsqueda del sujeto poético-mujer, el poeta va en busca de una Isolda lejana y ausente:

—Isolda, Isolda, cuántos kilómetros nos separan, cuántos sexos entre tú y yo.

En busca, quizá, de un imposible que solo se resuelve en brazos de la muerte:

Sólo el ataúd, tiene razón. La victoria es del cementerio.

Da la impresión de que en este poemario el poeta ¿ha sido consciente? de la contradicción entre teoría y escritura, de la diferencia entre la grandilocuencia del manifiesto y la difícil sencillez del poema, y cambia de itinerario, quizás, a partir de ahora, se entregue a lo que él llama Sueños Polares, pero también nos deja claro que, a pesar de todo, quiere continuar el viaje, quiere seguir recorriendo el trayecto iniciado años atrás sobre los raíles de ese enigma que llamamos Poesía;

Reconozcamos, por último, su inagotable vena creativa y su compromiso total con la Poesía; fue tenaz, doblegó su voluntad para exprimir su estro y nos enseñó que el poeta no se detiene nunca, que el poeta ha de mostrarse impasible a todo desaliento porque

Hay en su garganta un incendio inextinguible.

Bienvenido a casa, Vicente Huidobro.

Manuel Cardeñas Aguirre, 14-2-2019

 

(Fotografía de cabecera: Giorgio de Chirico, El enigma de un día, 1914)

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