Llega siempre a la misma hora, el hombre manda siete cartas. Los sobres suelen estar algo sucios, manchados. No sé de dónde sacará las estampillas, acá no las compra, pero las tiene, ahí, en las cartas. A veces lo atiendo yo y otras mi compañera. En la oficina ya lo conocen todos. De verlo y saber su accionar. Cuando le toca su turno, después de hacer la fila, abre su valija. Sí, aunque no lo crea, el hombre anda siempre con una valija de cuero marrón; chiquitita y algo vieja. Saluda siempre con amabilidad. Incluso pregunta por la familia, si están todos bien. Lo presume, imagino. Le decía, pone la valija en el piso y la abre. Yo no alcanzo a ver qué lleva dentro, pero lo veo y escucho buscar hasta decir “acá están”. Vuelve a cerrar la valija y me pasa las cartas. Siempre siete. Los destinatarios son personas diferentes. Manda cartas a gente de Rosario, de Neuquén, de Salta; qué sé yo, en estos últimos tres años ha mandado cartas a gente de todo el país. No creo que sean parientes, ni conocidos. Qué relación tiene con la gente a la que le manda las cartas, es todo un misterio. Pero siempre está, cada semana, él y sus siete cartas. Hay veces que viene los martes durante semanas, una y otra vez. Hasta que una semana el martes no viene y aparece un jueves. Con su valija y su camisa a cuadros lo veo hacer la fila, esperando. Siempre que deja las cartas pregunta si ha recibido alguna para él. Por supuesto, nunca ha recibido una carta y dudo mucho que la reciba. Sin embargo su rostro expresa asombro al enterarse de que no existe correspondencia para él. Parece estar convencido de que en algún momento debería recibir alguna carta que le aclare algo. Una respuesta de lejano pariente que saluda noticia o invita a pasar unos días a la casa del barrio que conoció de chico. Pero nada. Se cruza de brazos por unos segundos y se me queda mirando como cuestionándose el por qué. No sé, a mí hay veces que me pone nerviosa. Otras me da lástima, verlo ahí, parado, esperando algo que nunca llegará. Después lo veo irse tranquilo y con una sutil renguera al caminar. La valija de cuero en su mano derecha en contrapeso perfecto con su cuerpo. Y no hay mucho más que eso. Gracias, usted sabrá. Ahora se toma el punto de combustible y en un rompecabezas de tentativas se concreta. La noticia será noticia si la muerte avecina, en su defecto, hará atractiva sección en suplemento dominical. Quién sabe, tal vez alguien aparezca y aclare la situación. Lo tecleo en silla confort y luz artificial. La oficina es grande, compartida. No hay humo de cigarrillo, pero sí jarrita de café de contenido y alguna voz en compañía que aconseja. Sumo contenido y gotas de óleo para verlo prolijo, con sustancia, bien armado. El hombre y su valija, lo pienso; pienso en buscarlo, seguirlo, crearlo. Mejor esperarlo en la oficina del Correo, un martes y en sorda mirada, seguirlo, ver dónde vive, con quién habla, qué hace. Sumar elementos que construyan párrafo. Recaudar algo más que una visión tras mostrador; pero ¿cómo penetrar en el ADN de materia ajena? El ojo que observa es el que da sustancia, contenido. Se escapa el punto de fuga y me fugo, ya es tarde. La luz la apaga otro y el paso a paso que acorta distancia de llegada. Creo verlo, al viejo de las cartas, a su valija, ahí, a mitad de cuadra, bajo los árboles. Me acerco, pero no es, es una broma que me juego a mí mismo. La idea del viejo me recuerda a mi viejo. Él y su maletín de viajante de comercio, en algún pueblo, mandándome cartas que me sorprenden al llegar del colegio. Mirá hijo; y yo en codicia, absorbiendo letra y letra. Vuelvo al paso y oigo una risa de fugaz amor detrás de una ventana. En una esquina un joven acomoda las noticias a repartir. Cruzo mirada y sigo; recuerdo a la chica tras mostrador para motivar otro plano, otras bases, otros sustantivos. Llego a casa y siento imprudencia de aclararlo, de sumar. Hago tecla y tecla. Afuera amenaza amanecer.
¡Qué incertidumbre con las cartas! Ante algunos cambios quizás ayudaría el uso de los párrafos/puntos y aparte, pensando en los lectores del «otro lado del charco». Muchas gracias por compartirlo.
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buen relato
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