TU AVENTURA, Autora: Ana Santamaría

     Aún es de noche. Adoro madrugar los fines de semana cuando tengo un largo camino para recorrer con él.

     Otro día que he despertado sobresaltada con el manido sueño. Caminamos en hilera, las chiquillas van delante alborotadas, hablando sin parar, a veces cantando al unísono letras absurdas de la música actual. Detrás de sus culos respingones, él, y detrás yo, siguiendo su espalda, a veces a la par, en silencio, respondiendo con monosílabos alguna pregunta fácil que suelta entre zancada y zancada. Pensará que no le escucho, o que estoy boba, o que qué poca vida tengo. Me apago para él, me enciendo por dentro, tal vez sea amor, yo qué sé, todo esto es nuevo para mí. Claro que le escucho, por eso desayuno un plátano, el zumo de naranja con toda su pulpa, dos tostadas de pan de centeno con crema de cacahuete y un cuenco de cereales con leche de coco de esa tienda que él conoce y a la que voy atravesándome la ciudad, solo porque él desayuna eso, y eso –y todo lo de él– lo quiero para mí. Pero no le diré nada del desayuno ni de lo que hago por él, tampoco esta vez quiero delatarme.

     En mi sueño las chicas llevan el pelo recogido en moños que jamás me haré porque mi pelo no tiene esa gracia natural, y los mechones quedarían mal peinados o tensos, no con ese despeinado de los veinte años, esa forma de flotar que tienen esas cabelleras castañas con hilos rubios, esas melenas sueltas, ni peinadas ni enredadas, que parecen puestas en el paisaje como el batir de las ramas, el salto de un pájaro o la caída de una hoja de forma inesperada. Para esta ocasión pasé la tarde de ayer en la peluquería, marcándome el pelo sin que se notara demasiado. La peluquera me aconsejó hacerme un semirrecogido que quede juvenil y cómodo, y a la vez se note esa mascarilla que me da brillo; en fin, hago lo que puedo para no dejarme atrapar por los años.

     Me levanto a las cinco para arreglarme acorde al estilo aventura. Un peeling exfoliante deja mi piel lisa, «piel de seda» prometen con el precio. Repaso que ni una pizca de vello obstaculice el tacto. Insisto hasta el sofoco con el guante de crin sobre las rodillas, los codos, los talones. Nunca se sabe lo que puede pasar. Después de la hidratante –fase dos del tratamiento–, voy colocándome la ropa de aventura; cualquiera diría que voy a caminar, acicalarme me lleva más que todas las veces que he sido dama de honor de amigas y primas. Me gusta llamar a esta ropa caqui: «de aventura», porque eso es para mí caminar detrás de él o junto a él en el mejor de los senderos. Algún día se cumplirán mis deseos, lo sé. La naturaleza a veces confabula para surjan los imposibles, y yo estoy preparada, hoy también, hoy más que nunca.

    En mi sueño atravesábamos un puente enorme, las niñas gritaban excitadas y una de ellas, la del pendiente en la nariz, se colocaba la primera; tiene pinta de ser una loca, las demás se pegaban por el segundo puesto. Yo me quedaba retraída escuchando las indicaciones de Daniel. Era un puente seguro, decía, pero había que pasar sin hacer ningún movimiento extraño que desequilibrara su estructura. Pedía calma a las chicas, alababa lo valientes qué eran, sonreía todo el tiempo, y yo mientras miraba las siglas de su tatuaje, intentando descifrar un mensaje personal. MMM. Una estrella de cinco puntas. DMD. Fantaseo. Coloco mi nombre, María del Mar en su piel, por qué no. Por unas se van otras. Me deja pasar delante para atravesar el puente, me pongo nerviosa sabiendo que me está mirando el peinado, o la mochila, o el pantalón, es decir mi culo de camuflaje, o las piernas, o tal vez ni siquiera me mire –este es el precio de tener rivales tan jóvenes–, seguro que va controlando a la primera de la fila casi a punto de llegar al otro lado del río. –Chicas, ya casi lo tenemos. No saltéis al llegar. Suave, suave… –dice alargando cada vez más esa u, haciéndola la ese cada vez más silbante. Y el puente se rompe, mi estómago se llena de vértigo, parece que giro en el aire, y me agarro a su brazo tatuado; es como si me hundiera con él, me hundo con él, de hecho. Oigo gritos bajo el agua. Como un sueño dentro del sueño recuerdo aquella vez que estuve a punto de ahogarme cuando era niña, y entonces él tira de mí hacia una orilla, me dejo llevar, como haciéndome la muerta, mientras él me mueve levantándome la barbilla… Abro los ojos y veo brazos que se agitan en el aire. Y él pregunta si estamos todas bien y, como en un circo infantil, todas las voces dicen sí, y yo callo y continúo dejándome arrastrar mientras siento el esfuerzo de sus patadas

     Despierto y es sábado, es hoy, día de aventura.

     Dicen que los sueños si se cuentan no se cumplen, y por eso yo aprovecho el desayuno copioso para detallar ese sueño en el que todo sigue como antes, como siempre, con el mismo grupo de mujeres con el que comparto esa afición al senderismo, con las mismas voces, las mismas risas, las mismas insinuaciones de niñas que solo quieren perderse con Daniel en cualquier cueva porque son jóvenes, porque son locas, porque tienen las hormonas revolucionadas, y sobre todo porque nada les importa: se bañan en estanques casi desnudas, cuentan intimidades que a mí me sonrojan, le proponen noches de fiesta una vez cuelgue la mochila y los piolets. Y mientras, yo, que tal vez tenga un par de años más que él o alguno más, soy invisible porque no llevo piercing, ni estoy tatuada, ni mi pelo se alborota en el camino. Pero sé que un día, tal vez hoy, atravesando un puente, cruzando un barranco, o una mañana de niebla, quién sabe, el microbús de Tu aventura vuelque, choque, ocurra algo, nos despeñemos, lo que Dios quiera, y quedemos solos él y yo, y entonces me abrace, y llore conmigo, porque ellas ya no están; tan jóvenes, tan guapas, tan divertidas, y solo quedemos él y yo y la quietud del momento, la impotencia del destino, y la suerte nefasta, que en esta ocasión estará de mi parte, y la posibilidad de abrazarle, de bordearle con mis brazos en un tiempo largo, suave, en el que se alarguen las letras, y se pare el mundo y no despierte de ese sueño, y aproveche ese instante, tanto si es sueño como si no, para decir todo lo que he callado, o callar y mostrar lo que mi piel quiere enseñarle y sonreír porque ha merecido la espera, y ellas no estarán. Qué pena Daniel, no están, pero estamos nosotros… Qué pena me da. Pero somos fuertes, juntos superaremos esto. No, tú no eres responsable, al revés…

     –Buenos días, chicas. Como decía mi abuela: mañana de niebla tarde de paseo. Hoy cruzaremos el barranco de Tinguaro, la travesía de las mujeres valientes. ¿Estáis preparadas?

     Sus voces dicen sí y me santiguo y rezo mientras arranca el microbús para que se cumpla mi deseo.

 

 

Premio del Concurso de Relatos Aire Libre del Ateneo de Madrid 2016

(Foto de cabecera: Ana Santamaría)

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