La palabra lleva consigo un latido,
Tenue, delicado, leve. A veces, evidente, y a veces, tan débil que llegamos a pensar que ha desaparecido,
Ahí sigue,
Ligado a su origen, aquel mágico momento en el que, por primera vez, ella fue pronunciada, aquel instante crucial en el que la incipiente conciencia del ser humano y la realidad incomprensible que le rodeaba necesitaron descubrirla para intercambiar significados: tiempo en el que un yo desorientado y un tú absorto coincidieron en comprenderse compartiendo experiencias con un mismo nombre,
Aprendíamos
A relacionarnos más allá del gruñido, del gesto o del grito; Aprendíamos a intercambiar dudas y certezas; Aprendíamos el sutil ejercicio del diálogo,
La palabra es nostalgia sobrevenida,
Eco de aquella su primera manifestación cuando dijimos gruta para ahuyentar el miedo a vivir a la intemperie y, a continuación, convocamos en nuestra garganta la palabra fuego para doblegar su oscuridad y su frío, y más tarde, o al mismo tiempo, vocalizamos viento, sin saber muy bien qué era eso, aunque, al instante, sentimos sobre la piel roce y agitación; Sin darnos cuenta, estábamos girando una de las múltiples esquinas de la historia de la humanidad ─una más dentro de todas las que tendríamos y tendremos que dejar atrás─, evolucionábamos hacia algo que nos alejara de la animalidad, hasta entonces todo había sido silencio de almas,
La palabra nace de la necesidad y se produce en el encuentro,
La Realidad exigió sentido y el Sentimiento, precisión: el sentido permite que hiel y miel naveguen por el mismo mar sin encontrarse y la precisión facilita que el sentimiento se instale en el interior de ella de tal forma que se perciba en su sola pronunciación: afecto, ternura o en su interiorización: confidencia, intimidad, y quizá, por eso, la palabra, mirándose en el espejo de la realidad invocada, se exigió a sí misma, para ser palabra, nunca ser gratuita, banal o innecesaria, nunca carecer de sentido y precisión,
La escritura es campo abierto a la palabra,
Mirada clara y horizonte amplio, raíz que nos fija a nuestro tiempo, se hunde en nuestro pasado y se aventura en el futuro; Los escritores, artesanos de la imaginación y de la palabra, estamos obligados a usarla para reproducir su vitalidad y recuperar su pulso, para trasladárselo al lector de forma tal que él lo escuche nítido y claro tal y como si al leernos pudiera sentir de nuevo ese primer palpitar y reconociera lo esencial:
Su latido.
Manuel Cardeñas Aguirre, 6 de septiembre de 2018.
(Foto de cabecera, Acción Poética, Mosaico)