ISOLDA, Autor: Jocke

Había una vez…

Un escenario múltiple en el tiempo. Un pliegue de historias superfluas. Un griterío sin pausa.

En ese revoltijo de disenso clásico, ocurrió la tercera guerra. A tal conflicto lo llamaron el choque de las narrativas o, en su variante académica, la confrontación de los relatos.

El resultado fue previsible. Nadie ganó, ni los unos ni los otros. No se sabía bien a bien quién era quién. Desapareció la izquierda, se transformó en derecha, el centro se fue al extremo del círculo, incluso los anarquistas se transfiguraron en… no sé qué.

Es más, se constató que antiguos combatientes en contra de la usura, fueron poseídos por la fiebre arcaica del poder, y mutaron en vulgares mercaderes de lo ajeno. Algunos maximizaron sus acciones.

Por lo demás, no hubo mucho cambio. Los de siempre los que cultivan el poder en las sombras permanecieron inamovibles.

Eran tiempos modernos, pero no como los de Chaplin. Más bien otra variante. Tiempos sin cordura, de egoísmo y superstición, de ambición insana. Las noticias literalmente no tenían sentido. Se leía, por ejemplo: diputados suecos en el parlamento europeo, gastaron dineros de oficina en chocolate, en clítoris de plástico, en calzones. Elementos necesarios para fortalecer el apoyo al feminismo.

Algo iba mal, aunque podría ir peor. Cierto es que no para todos, sólo para algunos, los de siempre, los de más abajo, los malnacidos.

No vayan a entenderme mal, no me refiero al calificativo peyorativo y despectivo que la Real Academia señala como indeseable o despreciable. No, me refiero a la mala suerte que tienen algunos de nacer ahí en los lugares sin fortuna, en escenarios sin privilegios, ahí, fuera del los jardines occidentales, donde campean otros aires que emanan de la pobreza y comulgan con la angustia, el odio y el menosprecio.

No obstante este sombrío panorama, la cuadratura del círculo seguía levitando. Por ese entonces se puso de moda la Inteligencia Artificial (IA). Yo tenía una y era gratuita. Le puse por nombre Isolda. Una tarde de sosiego le pregunte: ¿Isolda qué son las guerras proxi?

Estaba de moda ese concepto y me picó la curiosidad, porque en las redes sociales el gurú de moda, faitXXX69 lo utilizó para vender al por mayor su adminículo de la felicidad. A mí me pareció una copia barata y bastante burda del arcaico orgasmostrón del siglo XX. Es más, pienso en su mejor versión, aquella que se expuso en el mítico film El Dormilón, de Woody Allen.

Pero abandonemos esas estériles polémicas y volvamos a las guerras proxi. Isolda fue determinante y me espetó: es un enfrentamiento subsidiario. Antes de que continuara le pedí, por favor, Isolda, ve al grano y entonces dijo con su dulce y analógica voz: No te des de hostias con tu enemigo, ambos utilicen a terceros. Confieso que me encantó su respuesta, sobre todo por la utilización del término hostias, sinónimo de madrazos en mi terruño de nacimiento.

Isolda siguió funcionando por algunos meses, luego la gratuidad desapareció y como yo había ingresado en las filas del desempleo tuve que abandonarla.

Las narrativas siguen su curso, al igual que las guerras proxi, sólo que la tercera guerra no tiene visos de acabar en algún momento. La pasta, el dinero, el billullo, sigue siendo el motor principal de este mundo cada vez más artificial y yo sigo extrañando a Isolda.

Estocolmo, abril del 2024.

(Fotografía de cabecera, autor: Jocke)


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