VOSOTRAS, PALABRAS. Autora: Ingeborg Bachmann

Estimadas lectoras y/o lectores:

Pienso en Ingeborg Bachmann, en sus poemas, en aquella tensión estética tan suya entre el Decir y el No Decir, entre el Pensar y el Sentir, entre la Prosa y la Poesía, entre lo femenino y lo masculino en el Lenguaje, y, cómo no, entre la Vida y la Muerte…

Y se me ocurre que la eternidad se construye desde el recuerdo, que el resto es olvido, y que por eso, me apetecía acordarme contigo de ella.

M. C. A., para Yukali Página Literaria.

«He escrito “Vosotras, palabras” después de no atreverme durante cinco años a escribir un poema, después de no querer escribir ninguno más, de haberme prohibido hacer otra hechura de las que se llaman poema. No tengo nada en contra de los poemas, pero usted ha de comprender que uno de repente puede estar totalmente en contra de cualquier metáfora, cualquier sonido, cualquier obligación de juntar palabras, contra este presentar de una manera completamente feliz palabras e imágenes. Que uno desee ahogarlo, para poder comprobar de nuevo qué es, qué debería ser. Sigo sabiendo poco de poemas, pero entre lo poco está la sospecha. Sospecha de ti lo suficiente, sospecha de las palabras, de la lengua, me he dicho muchas veces, ahonda esta sospecha —para que un día, quizás, pueda originarse algo nuevo— o que no se origine nada más».

VOSOTRAS, PALABRAS

   Para Nelly Sachs, la amiga, la poeta, con veneración

   ¡Vosotras, palabras, levantaos, seguidme!

   y aunque ya estemos lejos,

   demasiado lejos, nos alejaremos una vez

   más, hacia ningún final.

   No aclara.

   La palabra

   sólo arrastrará

   otras palabras,

   la frase otras frases.

   El mundo así quiere,

   definitivamente,

   imponerse,

   quiere estar dicho ya.

   No las digáis.

   Palabras, seguidme,

   ¡que no se vuelva definitiva

   —esta ansia del verbo

   y dicho y contradicho!

   Dejad ahora un rato

   que ninguno de los sentimientos hable,

   que el músculo corazón

   se ejercite de manera diferente.

   Dejad, digo, dejad.

   Nada, digo yo, susurrado

   al oído supremo,

   que sobre la muerte no se te ocurra nada,

   deja y sígueme, ni dulce

   ni amargo,

   ni consolador,

   no significativamente

   sin consuelo

   tampoco sin signos—

   Y sobre todo, no eso: la imagen

   en el tejido de polvo, el retumbar vacío

   de sílabas, palabras de agonía.

   ¡Sin decir nada,

   vosotras, palabras!


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