Nuestro amigo Eusebio ha roto su idilio con un francés tras pillarlo agazapado en un cuento de Bolaño. La discusión ante el hecho fue grande, no tanto como para que se tiraran los ceniceros a la cabeza, pero sí lo suficiente como para que la portera parisina llamara a los gendarmes tras una noche de gritos sofocados donde habían caído tres botellas de vino: la raíz, la vid de la controversia, era añeja.
Eusebio, Use, conoció a su amante en una feria agrícola en la Bretaña francesa. Al galo le iba el exotismo, con anterioridad a Use había mantenido relaciones con un mecánico argelino y con un levantador de pesas búlgaro. Ahora le tocaba nuestro amigo, un esquilador uruguayo cuyo hobby era la fotografía de ovejas, ya en rebaño, ya en individual; panorámicas en lo primero, medios planos en lo segundo. En la feria, además de participar en una exhibición de esquilado, habían expuesto instantáneas del uruguayo ampliadas.
El francés se enorgullecía de su amante del Cono Sur. La relación se encontraba en un punto óptimo, pero con lo que no contaba era con que Use leería «El Ojo Silva», el relato de Bolaño contenido en el volumen Putas asesinas. En tal relato el francés rescata al llamado Ojo Silva, enviándole dinero y un billete de avión para sacarlo del infierno que vive en la India.
¿Tú eres el salvador del Ojo Silva, verdad?, pregunta Use.
No sé de qué me hablas, responde el francés.
¿Te leo «El Ojo Silva»? ¿Te leo donde se menciona al levantador de pesas búlgaro o al mecánico argelino?
No hace falta, sí, lo confieso, yo lo saqué de la India.
Entonces Use, el aficionado a la fotografía bovina, repara en el comportamiento de su pareja y en cosas aparentemente nimias, en indicios de pronto evidencias y que son el sarmiento de la uva: noches insomnes envueltas en humo hachichino, un resguardo del Banco Nacional de París, un acuse de recibo de la Western Union, un libro fotográfico sobre las mujeres bereberes del Atlas marroquí y cuya autoría, ahora se detiene en ello, pertenece a Mauricio Silva, también conocido como el Ojo Silva. ¡Ojo!, qué alias tan apropiado para un fotógrafo, piensa el esquilador acerca de aquel apodo tan parecido al nombre de João. João Silva fue el conocido fotoperiodista que acompañaba al todavía más célebre Kevin Carter, el sudafricano que, en Sudán, captó con su objetivo a un buitre a la espera de un niño, desfallecido por inanición, en una instantánea que ganó el Pulitzer y cuya opresión en la conciencia, reflexiona Use con inseguridad –decir certeza es creerse Dios o el más listo del rebaño–, empujaría unos meses después a Kevin Carter al suicidio mediante el monóxido de carbono del tubo de escape de su coche. En fin, todo esto constituyó el germen, la vid añeja de esas tres botellas de vino que midieron la pelea de los amantes franco-uruguayos, expertos en caldos y en fotografía, de opiniones éticas contrarias respecto a la interpretación del código deontológico de los reporteros. La portera parisina –aun con oídos prestos mientras espera a los gendarmes– no desentraña, entre las vociferaciones de la pareja, que estén comparando las respectivas reacciones: la del Ojo Silva en un suburbio de la India, la de Kevin Carter en tierras de Sudán. De todos modos, de aquella bronca en sordina, puede que la portera descifre expresiones tales como primer mundo, tercer mundo, royalties, prestigio profesional, impulso a las ONG, concienciación, deber de socorro, la cámara como barrera ante lo atroz, el disparo fotográfico para matar al propio miedo. Esta última frase es pronunciada por el amante galo, en defensa del Ojo Silva, al referenciar el pasaje del relato en el que se plasma la confesión del fotoperiodista:
Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice.
La imagen es tremenda, solo diremos que guarda mucha analogía de fondo con la del buitre de Kevin Carter, pero la diferencia entre el Ojo y el sudafricano estriba en que el Ojo actúa.
A día de hoy, el galo vive con un leñador finlandés y Use se encuentra de viaje en la India, ya no sabemos si Bombay, Calcuta o Delhi, el consulado uruguayo coopera culturalmente y le van a exponer sus fotos de ovejas, allí, junto a las vacas sagradas, esperemos que el esquilador no acceda con su cámara a los burdeles infames.
This is amazing !
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Extraordinario, Luis. He tenido que ir al relato de Bolaño para sacarle todo el jugo a esta exposición de conciencias perturbadas, fotoperiodismo, fotografía, personajes literarios y reales. Y ya El Buen Pastor como imagen acompañante… Sin palabras.
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Muchas gracias, Raquel. Me alegra que hayas saltado de aquí a «El Ojo Silva» y a aquellos del Bang Bang Club.
L.V.
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