Tendría unos seis o siete años, si no me traiciona la memoria, cuando en algunas ocasiones jugaba con mis hermanos a la “pirinola”. Una especie de trompo con seis lados en la parte gruesa de su cuerpo y con una pequeña terminación en la sección superior, de forma ligeramente alargada, para permitir que los dedos pulgar e índice hicieran girara el artefacto sobre la punta inferior.
Ahí sobre el cristal de la mesa del comedor y con un montoncillo de frijoles, echábamos a la suerte las seis posibilidades que nos ofrecía el juguete. Toma uno, toma dos, toma todo, pon uno, pon dos, todos ponen. El azar permitía que cada cual aumentara o disminuyera su montón de frijoles. Ese simple juego nos entretenía un rato, pero al mismo tiempo impulsaba el deseo por poseer más frijoles. El “virus del tener” por un rato hacía de las suyas, al poco tiempo, como todo, aburría y sólo bastaba con regresar los frijoles a su depósito para pasar a otra cosa.
Sin embargo, ese deseo de poseer era y sigue siendo muy difícil de controlar, ya que, en nuestras sociedades, prácticamente en cada aspecto de la vida, se inculca y se fomenta desde etapas tempranas. Somos esclavos del tener.
Ya más grande, en la adolescencia, el juego de la pirinola pasó al olvido, pero llegaron otros juegos a la mesa, algunos clásicos en mi entorno natal como serpientes y escaleras, el juego de la oca, la lotería, así como los juegos con cartas en sus versiones más conocidas, con el uso de la baraja española o la inglesa.
Sin embargo, recuerdo muy bien un juego de mesa que consumió varias horas de mi juventud, el llamado Turista, muy popular según recuerdo. Tenía dos versiones, una nacional, dedicada a México y otra internacional. Aunque años después conocí otra versión internacional más moderna en la que se utilizaban petrodólares. En todas, el juego consistía en tener “suerte” con los dados, para poder comprar y vender, hasta ser el más rico y llevar a la ruina a los otros jugadores.
Comprar y vender, estaciones de gasolina, cafeterías, hoteles, pozos petroleros, países. Compra, págame renta, invierte, compra, págame, arruínate, el virus de acumular dinero, riqueza y sentirte poderoso. ¡Ah, me olvidaba! En todas las versiones del juego, existía el banco que, como siempre, nunca pierde, es omnipresente, todopoderoso, el símbolo tras el que se oculta el verdadero poder.
Jugábamos a veces por horas, igual o más hipnotizados, como ahora se señala a los jóvenes en sus móviles o en las pantallas de sus computadoras. La diferencia, quizá importantes, era que, en aquellos tiempos, se requería la presencia física de los jugadores alrededor del cartón del juego. Ahora, al menos en los países ricos, parece dominar más el juego aislado. Se convive, interactúa o juega, más desde un espacio privado aún y cuando se haga con otras personas.
A través de la red, pude comprobar que aquellos juegos siguen a la venta, aunque me da la impresión de que son considerados verdaderas reliquias. Ignoro si las versiones actuales están “modernizadas” a la narrativa confusa del capital, aunque supongo que la esencia sigue siendo la misma.
El sistema capitalista persiste en cualquiera de sus versiones, incluyendo la del Estado. Comprar barato y vender caro, crecer al infinito, ¿qué puede salir mal?
Doy vuelta a la pirinola de mi imaginación y temo que: “todos perdemos”.
Estocolmo, abril de 2023.
Great article !
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Muchas gracias por la lectura.
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