Esta crónica está escrita, no desde «el quinto piso», sino desde «el sótano».
El miércoles negamos por primera vez al Maestro, no será la última. La próxima lectura: la novela de Horacio Castellanos Moya “El asco. Thomas Bernhard en San Salvador”. Queda una tercera. ¿Acaso lo hemos abandonado por una nueva iglesia? No creo. Bernhard no es de los que deja discípulos. Detrás de él, solo (¿sólo?) queda él.
En “El sótano” de Thomas Bernhard (una de sus cinco ¿novelas? autobiográficas) se resalta el ritmo. Ritmo que se consigue a través de sus repeticiones, la antesala del infierno (el infierno), la antesala del infierno, el infierno mismo, la antesala del infierno que era el infierno… y así sucesivamente. Otras: útil frente a inútil y la expresión dirección opuesta. Todas ellas hacen que lo importante no sea el desarrollo, sino la descripción literaria (no física, ni geográfica) del camino hacia una realización en la que influyen su relación con la gente que frecuenta el sótano, su abuelo y la música. Esta última introducida de una forma brusca.
Un párrafo sobresaliente y que explica en parte la novela: “La verdad, pensaba, sólo la conoce el interesado, si quiere comunicarla, se convierte automáticamente en mentiroso. Todo lo comunicado puede ser sólo falsificación y falseamiento, y por consiguiente sólo se comunican siempre falsificaciones y falseamientos. El deseo de verdad es, como cualquier otro, la vía más rápida para la falsificación y el falseamiento de un estado de cosas”
En la reunión se habló también de otras obras de Bernhard como ¨Mis premios” del que se resaltó su humor, “Hormigón” o “El malogrado”. Se comentó que aunque él escriba desde su madurez sobre su entrada en el mundo de los adultos tiene algunas semejanzas con “El guardián entre el centeno”. De ahí se paso a su teatro (que prohibió se representara en Austria después de su muerte), entablándose un dialogo sobre las obras de teatro frente a la novela y cómo ha evolucionado el primero.
En la última parte, ya avanzado el consumo de cervezas, se divagó sobre la literatura austriaca posterior a la guerra mundial y su pesimismo, el concepto de verdad en el periodismo actual y cómo la única forma de no terminar amargado es evitarlo.