He seguido con curiosidad, algunas de las discusiones sobre la utilización de la “Inteligencia Artificial” (IA), sobre todo a raíz de la utilización de la plataforma ChatGPT. Recordando una vieja polémica en el idioma español, sobre la palabra bizarro, decidí poner a prueba esta nueva herramienta.
“¿Cuál es el significado de bizarro?”
“La palabra bizarro tiene diferentes significados, dependiendo del contexto en el que se use. Aquí te proporciono dos posibles definiciones:
- En español, la palabra bizarro significa valiente, gallardo, espléndido, elegante o distinguido. Por ejemplo: ‘El caballero se mostró bizarro en la batalla’, ‘La novia lucía un vestido bizarro en la boda’.
- En inglés, la palabra «bizarre» significa extraño, raro, estrafalario o extravagante. Por ejemplo: ‘Esa pintura es bastante bizarra’, ‘La película tenía un argumento muy bizarro’.
Es importante tener en cuenta el contexto en el que se utiliza la palabra para determinar su significado exacto”.
La respuesta no está mal. Aunque uno pudiera argumentar la falta de fuentes más precisas, por ejemplo, cuál es la definición que da la Real Academia de la Lengua (RAE), en caso del español o el sitio oficial de cualquier otro idioma. Yo reconozco que el español que hablo es el de México y nunca he utilizado la palabra bizarro en sus dos primera acepciones. Quizá por la cercanía con Estados Unidos, bizarro, para mí, siempre ha sido sinónimo de raro o extraño. En todo caso, en inglés la palabra fue adoptada del francés y éste la adoptó del italiano (bizzarro), con lo cual se comprueba que no importa el origen, si no el uso.
Aparte de la curiosidad por probar la IA, la palabra bizarro fue traída a mi mente por una secuencia de eventos distintos. El primero, ocurrido este mes, es el siguiente:
El despegue se retrasaría más de media hora, según informó el piloto responsable del vuelo entre Madrid y Estocolmo. La mayoría de los pasajeros permanecimos en nuestros asientos, pero algunos, inquietos y molestos, se revolvían o se paraban a buscar o ajustar alguna cosa con tal de aminorar la espera.
Nosotros, mi hijo y yo, nos ubicábamos en la antepenúltima fila del aparato, esperando pacientes la partida. En la fila inmediata frente a nosotros, tres hombres de pelo oscuro en corte militar, dos de mediana edad y uno más joven, atendían la explicación de otro hombre, este, rubio, también con corte de cabello castrense y de unos treinta años, ubicado en la siguiente hilera de asientos. El joven rubio sobresalía de su asiento y les mostraba un papel, mientras hablaba.
La conversación era en inglés y al parecer no era la lengua nativa de ninguno de los interlocutores. Por el ángulo en el que yo estaba sentado en el asiento de en medio, era inevitable no escuchar. El documento que les mostraba no estaba al alcance de mi vista, pero se entendía que algo tenían que pagar para lograr las “gestiones” ante “el gobierno” y tener los permisos de importación.
Mi hijo, que estaba sentado a mi derecha, junto a la ventanilla, tampoco pudo evitar no escuchar la conversación y a diferencia mía, el sí pudo ver el papel que les mostraba. Sacó su móvil y googleó algo. Minutos después el piloto del avión anunció el despegue y todo volvió al modo normal de cualquier vuelo.
Una media hora después ya instalados en la velocidad crucero, mi hijo me mostró la imagen de la búsqueda que guardó en su móvil. Un mortero de gran tamaño y no exactamente de cocina. Confieso que nunca imagine una negociación de este tipo en un vuelo comercial, aunque, a estas alturas y con el escenario europeo como nuevo campo de batalla, pues todo puede ser posible.
El segundo evento ocurrió hace poco más de 20 años en la Ciudad de México. Como todas las mañanas circulábamos por la avenida Paseo de la Reforma rumbo a Santa Fe. Yo sentado al volante de un golf azul y en el asiento del copiloto Ilyana. La plática cotidiana fluía normalmente, mientras intentábamos evadir el tráfico cotidiano. En un semáforo en alto de esta avenida, nuestro auto quedó en el carril de en medio escoltado por dos autos cuyos conductores se insultaban y se engallaban haciendo muecas y ademanes. El semáforo se puso en verde y todos arrancamos como si se tratara de una largada en Fórmula Uno. El avance sólo duro unos cien metros, cuando un nuevo semáforo se puso en rojo.
Esta vez los conductores de los vehículos que nos franqueaban, descendieron de los mismos y, primero, enfrente de nosotros, intercambiaron varios puñetazos, no del todo certeros. En seguida se trenzaron en una especie de lucha libre sobre el cofre de nuestro vehículo, hecho que provocó, en mi mente, un deseo primario de unirme a ese intercambio salvaje de argumentos. Afortunadamente, el semáforo se puso en verde y todos, incluso los gladiadores del asfalto retornaron a sus vehículos y decidieron seguir sus vidas.
Estas situaciones yo las considero bizarras, pero quizá en España no tendrían nada que ver, por lo que, la IA tiene razón, se debe tener en cuenta el contexto, para determinar el significado exacto.
Por lo pronto, la IA avanza y muestra ser una herramienta con muchas posibilidades.
Estocolmo, marzo del 2023.
(Autor de la fotografía de cabecera: Joaquín Pérez Sánchez)