Equilibro, armonizo.
Del rojo al gris dibujo
un círculo concéntrico
donde los colores gotean
como una noria derretida.
Extiendo latidos rotos,
el relieve de una espalda
tatuada con abrazos.
Omito la mirada
que rescato y pierdo
en la memoria
porque no sé despertar
al párpado de la noche
y soporto
en un dolor sin ruido
su nostalgia.
Dibujo otro círculo.
Dentro, un carrusel
dispara mentiras a cada giro
y las cuelga
en las ramas de los árboles,
rebotan
en los toldos de las heladerías,
se estampan contra el asfalto,
y luego me lanza a mí,
distraída, hacia el aire.
Entonces ruedo
entonces vuelo
mientras alguien desde abajo
me despide agitando
una verdad entre los dedos.
Arriba, la ciudad llora
en mis ojos y las luces
son colores que se escurren
por las paredes de las casas,
salpican los puestos de abalorios,
manchan las manos de los niños
y arden sin control por las laderas
como venas incendiadas.
Yo no sé recoger tanto destrozo,
caigo, doy zancadas torpes,
abro la boca y me trago el bullicio
de la gente escandalosa
que ríe y grita.
Busco entre ellos la redondez
que ordena el caos,
esa curva infinita que obliga
a mi cuerpo a rotar
como un carrusel enloquecido.
Mi eje taladra y soy compás,
un planeta despidiendo luz
y sumergiéndola en las fuentes.
La órbita de mis brazos
proyecta el secreto
que ocultan los espejos;
del recuerdo emergen
los abrazos tatuados
que el amor dejó en la piel
cuando aún era pureza
y se derrama el mundo húmedo
de los mares
–porque la verdad es de agua–
mientras la nostalgia muerde
como un dolor sin ruido
hasta dibujar otro círculo
en el centro de mí misma.
Quisiera despertar
al párpado de la noche
pero omito la mirada,
el relieve de una espalda
que gira latidos rotos
en una noria derretida
donde los colores gotean
un círculo concéntrico
del gris al rojo
y dibujo
armonizo, equilibro.
Ana Sánchez Huéscar / Anacrónica
Très bien
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¡Merci beaucoup!
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