MITOS, Autor: Joaquín Pérez Sánchez

La luz tenue del invierno muere en una tarde temprana al norte de Estocolmo y distorsiona las formas y los colores que rodean la iglesia medieval de Täby (1200, aprox). El hielo seco derritiéndose bajo mis botas cruje y engaña. El camino sortea charcos difusos que esconden trampas de hielo, los lugareños lo saben, por eso dan pasos rápidos, pero pequeños, en trayectorias perpendiculares, parecidos al andar de los pingüinos. Yo trato de avanzar sin mirar el piso, ya que la luz que pronto se ocultará es un preciado recurso para intentar ubicar el mejor ángulo y atrapar la silueta de esa vieja estructura.

Quiero experimentar eso que el filósofo rumano Mircea Eliade (1907-1986), definió como “lo sagrado”, para distinguirlo de “lo profano”. La iglesia es antigua sin duda, pero por fuera no da esa impresión, está muy bien pintada de un color claro, casi blanco o eso creo, porque con los suecos nunca se sabe, tienen una gama de blancos que asusta. Además, mis ojos tras los cristales no tan limpios de mis anteojos ya no funcionan con la solvencia de antaño y podrían quitar precisión al detalle.

Las tumbas que rodean la construcción del siglo XIII lucen impecables, incluso los árboles están perfectamente podados y alineados. Choca con mi idea del medioevo, al menos con las imágenes de la película “El séptimo sello” (1957), de Ingmar Bergman, cuyo cuadro, donde un hombre juega al ajedrez con la muerte y que aseguran lo inspiró a realizar ese filme, descansa en una de las paredes de esta iglesia.

No, me temo que no experimenté algo extraordinario, divino o de naturaleza extraña, más allá del respeto y el sentido común que impone cualquier sitio rodeado de historia y de costumbres, en este caso de índole religiosa. También es cierto que siempre he sido una persona no creyente, aunque respetuosa del sentir de cada individuo. El sitio es magnífico como vestigio del pasado cultural sueco en particular y de la humanidad en general. El cuadro, realizado por el pintor alemán, naturalizado sueco Albertus Pictor (1440-1507) alrededor del año 1500, tampoco me impresionó mucho, más allá del reconocimiento simbólico de la idea de jugar al ajedrez con la muerte en un intento vano por alargar la vida.

Debo reconocer que mi visita a esta iglesia estuvo influenciada por una visión risible de algunos de los acontecimientos históricos de la humanidad. Una serie hecha en formato documental para la televisión con humor británico. “La Tierra según Philomena Cunk”, se llama el “documental” sarcástico sobre la historia de la humanidad.

La síntesis risible de la historia de las civilizaciones humanas me pareció un respiro ante el exceso de supuesta “corrección política” que se vierte en los medios de comunicación, sobre todo en los tradicionales (periódicos y televisión), no tanto la radio y por supuesto mucho menos en las redes sociales.

Entonces me acordé del filósofo rumano y su estudio sobre las religiones y los mitos.  Provengo de una familia católica, por lo tanto, en mi infancia en México, ir a la doctrina y aprender los rezos propios de esa religión eran actividades prácticamente obligadas. Entonces, creo recordar que, de alguna manera, experimenté ese sentir de lo “sagrado”, al menos durante las primeras ceremonias religiosas, como bautizos, confirmaciones, bodas e incluso la misa de la primera comunión. Entrar con solemnidad, guardar silencio y mirar con admiración los símbolos y los movimientos, tanto del cura y el personal que le ayudaba, así como la actitud de los feligreses, imponía. Sin embargo, después de la adolescencia y la juventud, cuajaron más otro tipo de ritos y mitologías más mundanas y racionales, haciendo que todo ese intrincado juego ritual quedará en otra gaveta de mis recuerdos.

No obstante, me gusta visitar los templos de cualquier religión y encontrar en ellos esos signos y tradiciones que se repiten o que son semejantes en todas las religiones, además de, por supuesto, admirar la arquitectura, las esculturas o las pinturas inspiradas por ese pensamiento religioso. Quizá para mí eso sea lo más parecido a una experiencia “sagrada”, aunque pasada la reflexión y vuelto al deambular cotidiano, la realidad me arroja a ideas más prosaicas.

De hecho, según se mire, las ideas religiosas siguen siendo importantes, pero a juzgar por lo que se aprecia, cada vez es menor su poder.

De regreso a casa intento profundizar en esa reflexión, sin embargo, el hielo en el piso y el frío creciente de la tarde que se hace noche lo impide. Además, están las noticias a las cuales soy adicto. Pienso en OVNIS, en el cinismo y el cachondeo que se imponen. Hoy anuncian que ha muerto Raquel Welch, es un mito que también desaparece.

Estocolmo, 15 de febrero del 2023.

(Autor de la fotografía de cabecera: Joaquín Pérez Sánchez)


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