EL PUENTE EN LA NIEBLA, Autor: José Enrique Díaz Martín

Una mañana me levanté como todos los días y al mirar por la ventana pude ver que todo el pueblo estaba tomado por la niebla. No me preocupé; era propio de la estación. Desayuné escuchando música que me recordaba a ti. Cuando salí a la calle, la bruma seguía opacando el aire en todas direcciones. Me puse a caminar hacia tu casa, pero cuando calculé que estaría ya delante del puente que cruza el canal y me lleva hasta tu pórtico, no estaba ni cerca. Pensando con asombro en mi casi infinita y tan denostada por ti capacidad para la distracción, continué andando calle abajo, pero me tuve que rendir a la increíble evidencia de que me había equivocado de calle, porque no llegaba al puente. Ya había pasado la hora en que te tenía que recoger y seguía buscando la calle. Decidí regresar hasta el punto en que me había desviado del camino correcto, pero no llegué a ningún hito conocido. Volví entonces sobre mis pasos, lo intenté de nuevo y me intenté orientar por las casas que conocía. Y cuando llegué a una esquina que creí reconocer, te llamé por teléfono. Tardaste en cogerlo. Cuando lo hiciste, noté ya de entrada que no estabas del mejor humor, y que te disponías a desacreditar como una triste excusa cualquier razón que manejara para estar llegando tarde. Te conté lo que me ocurría. Guardaste silencio un momento.

-Aquí no hay niebla.

-¿Qué? Pero si llena todo el pueblo hasta el puerto.

-Te digo que estoy mirando por la ventana, esperando un taxi, y veo el canal perfectamente.

-… No puede ser.

-Saco, ¿me estás diciendo que me lo invento? ¿Es una broma?

-¡Te juro que todo está lleno de niebla! ¡No veo a cuatro pasos! ¡Y tengo que estar al lado de tu casa, pero no la veo, ni el canal, ni el puente! ¡Tengo que estar casi delante!

-Pues no te veo -dijiste con franco desdén, un poco teñido de amarillo desprecio a pesar del esfuerzo que hacías para que no se te notara-. Y ya está aquí mi taxi. Hasta luego.

-¡Meli! -grité, pero me colgaste. Renegué y me puse triste porque no era la primera vez que perdía puntos a tus ojos. Pero esta vez no había hecho nada mal, o eso creía. Sabiendo que ya nada podría hacer volver atrás el tiempo y que no ocurriera lo que acababa de ocurrir, me puse a buscar desesperadamente el puente que cruzaba el canal.

Me di cuenta, algunas horas más tarde, de que había dejado de buscar el viejo puente de madera y metal que tantas veces había transitado para llegar hasta tu puerta y de que (no sabía desde cuándo) ahora buscaba, para cruzar al otro lado, un puente hecho de niebla. De alguna manera mentalmente patológica, pero que a mí me parecía del todo convincente, sabía que cuando encontrase el puente de bruma podría cruzarlo sobre el agua y buscarte, y besarte y pedirte que me perdonaras sin atinar a imaginar qué podía haber provocado la niebla en mi lado de la calle, en mi lado del mundo. Y tú me comprenderías, y ya nunca más habría niebla entre nosotros.


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