No hay cielo que no haya habitado ni bosque que no la sugiera amor;
Todo, hasta lo más nimio, se convierte en esencia según va saliendo de su pluma:
Emily Dickinson;
Ella huye de la trascendencia volando hacia el infinito como si fuera un gorrión
Su mundo:
Una mecedora en un porche, un bol de harina, una masa empastelada,
Un folio durmiendo versos dentro de un baúl,
Un amor ambiguo, una ruidosa soledad,
Una conversación continua con las plantas,
Unos cuantos poemas con flores anudadas,
Soles radiantes entre nubes ceñudas…
Ella. Mujer. Ella. Poeta.
Se estremece como una espiga en contacto con el sol. Se endurece
Como una raíz ante la helada,
Y, al final, nos rocía con el vaho de sus versos:
Aliento fino que se posa sobre cristal delicado,
Perfila una nube con el dedo,
Y, de repente,
Una lluvia se derrama como un desliz,
La humedad de su alma nos empapa y nos impregna;
Ella se encuentra con los días como si cada uno poseyera un aliciente distinto,
¿Qué les pregunta?,
¿Qué les pide?:
Nada
Acaso solo le baste bañarse en su blancura de luz,
Respirar sus azules dinámicos,
Y reconocerse en sus silencios,
En la poesía oculta de su jardín.
Manuel Cardeñas Aguirre
(Fotografía de cabecera: Detalle del herbario de Emily Dickinson)