En su ausencia yo me quedé a cargo del pub de Koldo. El Hondicaño solo aguantó el tiempo que Tara Deluz anduvo liada con nosotros. Ella atraía a un tipo de gente insoportable, no lo bastante dipsomaniaca como para tomarse más de dos copas y engrosar la caja. Eran bebedores falsos, de esos que mariposean con un par de consumiciones en la mano durante toda la noche. ¡Y encima no paran de pedirte hielos! Pero ya digo, fue largarse Tara Deluz y tener que clausurar el Hondicaño. Menos mal que reaccioné a tiempo, el pub casi no ofreció pérdidas, lo comido por lo servido. A Koldo tampoco le supone una preocupación, ahora sé que tiene las espaldas bien cubiertas por un padre a quien llama la «fuente orientada». Yo ahora abro otros locales, naturalmente como cliente. Siempre que inauguro un nuevo día en un bar, me sube a la cabeza una cita:
¿Qué belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la mañana? (Malcolm Lowry, Bajo el volcán, 1947).
Aunque alterno bares, los miércoles tengo por costumbre empezar en La Rana, buen nombre, aunque menos sugerente que El Puerto del Sol, El Amor de los Amores, Todos Contentos y Yo También,algunas de las cantinas que se recorre Firmin, el protagonista de Bajo el Volcán, uno de los grandes títulos sobre México que ha dado la literatura. Otro título insigne sobre el país de la santa muerte es Los detectives salvajes. Hoy voy a reflexionar sobre éste, a reflexionar con profundidad, con el impulso que infunde en el ánimo la luz cruda de la hora temprana. La Rana fue fundada en Madrid por el abuelo morelense del actual dueño, quien presume de servir cerveza de barril Coronita, la cual ha de importar del estado de Morelos. Pero es muy pronto para la cerveza, de modo que le pido un café solo y dos chupitos de tequila, esa bebida blanca como la E de enchufe eléctrico. Evidente que ya me he pimplado el primer vasito, ¡pero es que voy a concentrarme en Los detectives salvajes!, incluso me he traído cuaderno y bolígrafo de punta fina:
¿Con quién vuelca su ironía y humor el señor Bolaño? Pues nomás que partiendo de la revolución social y la vanguardia artística, aunadas en el estridentismo de los años veinte, parodia un segundo realismo visceral, movimiento al que le rondan miembros y no miembros, unos cincuenta actantes, cuyas voces en primera persona, homo y heterodiegéticas, amalgaman una narración que deviene en cuasi-omnisciente, si bien fragmentada, no por ello menos totalizadora. De lo que se concluye que el señor Bolaño no hizo una literatura del yo.
Bien, se nota que tengo un maestro eficaz, Koldo; requetebién, ya puedo empezar con el segundo tequila, el párrafo anterior se ha construido a intervalos de café, esa bebida negra como la acometid del amperio.
Una tipa se sienta frente a mí y choca su vasito con el mío. De un trago, eh, dice. ¿Por qué brindamos?, le pregunto. Por la pinche cagalera que destilan tus chingados sesos de exegeta de mierda. Qué sincera es usted, digo, pero brindemos, ¡of course! Mi inglés es intencionado debido a que su habla tiene tal acento. ¡Cheers! ¡Cheers!, y de un trago nos matamos los tequilas.
Soy Barbara Patterson, dice, me he asomado por encima de tu hombro mientras redactabas tu pendejada. Estabas tan ensimismado que ni siquiera has notado mis pezones duros como estalagmitas o estalactitas, en cualquier caso horizontales, en tu espalda encorvada de puto mamón seudofilólogo. Los años que te saco me han puesto cachonda como una puta perra, pero hoy toca urdir, quizás podamos coger al final de la jornada, mientras tanto reúnete con nosotros.
No creo que Barbara Patterson tenga intención de coger. Es mandante o «destinadora» y me da que quiere implicarme en algo. Igualmente me acerco a un grupo de personas casi septuagenarias que andan poniéndose de manduca y de priva como si frisaran en los veinte, parecen beats ajados, de vestimentas desgalichadas, de texturas vidriosas, no sé, como salidos de un Llano en llamas urbanita. Y es que recuerdo que la gringa miss Patterson, actante en Los detectives salvajes, se encontraba en el DF estudiando a Juan Rulfo. Pero ahora nos hallamos en La Rana y Barbara me presenta a unos real visceralistas que yo creía diluidos en la región más transparente. Allí están las dos hermanas Font, Angélica y María, acompañadas por Xóchitl García y Jacinto Requena, además del hijo de estos, Franz, algo más joven que yo.
Una de las Font me explica que gracias a un jirón de la herencia su padre, el arquitecto, han sufragado el viaje a Madrid. Franz no, pues ya hace tiempo que reside en la región más alabastrina. Los planos que analizan sobre la mesa, manchados de bebida, mole y otras salsas de esas picantes que te resucitan la almorrana, también se los ha proporcionado el padre de las Font, quien mantiene contactos profesionales a este lado del Atlántico. Cuando me intereso por ellos, por los planos, Franz dice que pertenecen al subsuelo de cierta zona de la ciudad y se muestra categórico con el siguiente comentario: Se calcula que las tuberías, caños y colectores de Madrid superan los miles de kilómetros de venas, arterias y capilares que tiene una persona. Tal aseveración es como para aterrorizar a cualquiera, pienso. Franz parece haberme leído la mente y con un No pasa nada, tío, más un golpecito en el hombro, se despide tras enrollar aquellos planos moteados de salsa y bebida.
No calculé yo que iba a tirarme todo el día con ellos, con aquellos beats desfasados que me habían encontrado, según me informaron, por las indicaciones telemáticas de un tal Koldo Wake.
Igual que Firmin en Bajo el volcán, trato de evitar el mezcal después del tequila, por los temibles efectos neuroquímicos, pero la etiqueta de la botella es como para deshacerse en moléculas: Amores.
Recuerdo la voz de Xóchitl (precioso nombre: Flor en lengua náhuatl), la real visceralista que persistió, escribiendo mientras trabajaba de cajera en un Gigante; recuerdo la voz de Jacinto Requena, quien declinó aparecer en una antología poética porque el compilador se negaba a incluir a Ulises Lima. También recuerdo que me llegaron, como en ondas desechas, las vicisitudes de la compañía de teatro universitario de Angélica Font, o algunas anécdotas sobre los estudios de danza y pintura de su hermana María, historias, todas aquellas, de su primera juventud. De su segunda o de la edad madura apenas me acuerdo, mi memoria, encharcada por el mezcal, a duras penas se abre por alcantarillas cuya oscuridad es horadada por una linterna de rayo de luz cubista. ¡Vaya castaña me pillé ayer! Hoy me han despertado unos golpes desaforados en la puerta, pero ¿en la puerta de quién? ¿La puerta de un castillo atacada por un ariete? Ha de ser la del apartamento de Franz, ya que es él quien me habla apresuradamente de mi coartada: un ticket que me entrega y que no debo perder, pues será la prueba que me absolverá junto a la declaración en mi favor del dueño de La Rana. Y de seguido el hijo de Xóchitl García y Jacinto Requena pega un salto por la ventana, a un jardín trasero, al punto en que la policía derriba la puerta. Los cañones negros de sus armas succionan mi cabeza hasta los nauseabundos intestinos de anoche. No sé qué cojones me dicen de mis derechos, lo que es seguro es que soy detenido, acusado de sabotaje en la red de saneamiento de determinada sede política.
Tras un largo proceso, el juez me ha absuelto; y, al devolver a mi abogado una copia de la prueba exculpatoria, me ha dicho, no sin cierta ironía, que la enmarque:

Luis Vinuesa García
(Pintura de cabecera: Lo que el agua me ha dado, Frida Kahlo)
Grandioso, como siempre.
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Gracias por su comentario.
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