LA HOJA DE EUCALIPTO, Autora: María Cruz Quintana

 

He abierto un libro que hacía años estaba perdido entre decenas de ellos. Es “La cabaña del tío Tom”. Está viejo y manoseado. Al abrirlo se ha caído una hoja. Es una hoja verde-grisácea de eucalipto con una fecha de cincuenta años atrás. Lo he hojeado y en varias de sus páginas hay manchas como de agua, por supuesto secas, tan secas como la hoja de eucalipto. He hecho abaniquear esas páginas y de ese abaniqueo ha salido un delicioso olor a tiempo y estoy segura de que también ha salido el Tiempo con mayúscula y me ha rodeado amorosamente y me ha transportado como si encima de una nube fuera, impulsada por el viento y me ha hecho retroceder.

He visto a mis hijas adultas hacerse niñas y nacer, mi boda y mi noviazgo, los compulsivos años de Universidad, la muerte y enfermedad de Franco, el instituto y la escuela hasta llegar a las tardes sosegadas de Septiembre.

Allí estábamos Carmen, María Luisa, Conchi, Maite y yo frente al mar sentadas, no en la arena, sino en unos bancos que había junto a unos altivos y centenarios eucaliptos. Nos llevábamos algún libro y Maite, que era la hija del farero, nos iba leyendo con una bonita dicción y un bonito acento vasco que contrastaba con el nuestro, murciano cerrado. Daba gusto oírla. Uno de los libros que nos leyó tarde tras tarde fue este de “La cabaña del tío Tom”. De fondo teníamos el sonido de las olas que morían en la playa y el repiqueteo de las hojas de los eucaliptos movidas por la brisa, y el sol mortecino que se iba despidiendo lentamente de nosotras.

El libro era la historia triste de una familia negra. Las lágrimas de Maite caían sobre las hojas de ese libro mientras nos leía. Cuando este libro se acabó, alguna de nosotras llevó “Drácula”. ¡Ay! Con ese estuvimos una semana muertas de miedo pero masoquistas, enganchadas con él y disfrutando del terror que nos producía su lectura.

Y así varios Septiembres de nuestra vida transcurrieron en ese escenario, con la misma luz, los mismos sonidos y los mismos olores y la misma amistad que sigue cincuenta años después. El tiempo me ha devuelto al hoy; el libro, sus páginas están manchadas con las infantiles lágrimas de Maite, y yo tengo en la mano una hoja de eucalipto. El libro sigue vivo, las lágrimas de Maite aquí están, pero hace dos años mataron a los altivos, humildes, grisáceos, centenarios eucaliptos. En su lugar hay un no sé qué de cemento. Quizás intuí su final y por eso cogí la hoja para que además de los recuerdos me quedara algo tangible de ellos. Si supiera les haría un poema que hablara de su alta elegancia, de las tardes de Septiembre suaves, infantiles, que pasamos juntos, pero como no es así, vaya para ellos mi silencioso llanto.

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