Hay muertos que no hacen ruido, llorona, y es más grande su penar.
Un no humano. Pero de la conciencia y no de la vida. Lo indiscernible, lo anónimo, sin cesar, incesante. Ruido de los pasos humanos, de los pies sobre la tierra, sobre el suelo, el peso del hombre, su mancha, su impureza.
Peso y conciencia.
Peso y ritmo.
Alas. Los ángeles grises.
El protagonista: apenas discernido. Unos leves trazos, no que lo diferencien, sino que lo hagan notar; uno, simplemente.
La muchedumbre reaparecerá siempre: muchedumbre sobre el asfalto, sobre el polvo, sobre el fango.
Laberinto de mirto y laurel. La primavera.