Una isla llena de luz. Un padre enfermo decide morir frente al mar. Un hijo que viene de las montañas lo acompaña en lo que serán sus últimos amaneceres. Un lugar en el que el tiempo parece suspendido, mecido por el infinito pálpito del mar que envuelve una relación paterno-filial, relación que Stuparich dibuja con elegancia, plena conciencia y sin artificios.
Stuparich escribió una historia —un relato largo o novela corta—, sobre la finitud, sobre el tiempo limitado y la despedida definitiva entre un padre y un hijo. Lo más interesante de la historia es que no es una catarsis para expiar culpas, sobre arrepentimientos, o traumas pasados, sino un pulso al tiempo, a la memoria y a lo que permanecerá, incluso en el fin.
Una de las partes más interesantes es cuando padre e hijo visitan un islote cercano en una pequeña embarcación conducida por un barquero. Stuparich lo describe de manera sencilla y humilde. Y en esa sencillez, el lector no puede dejar de pensar que lo que el escritor italiano quizá quiso representar es que esa barca de pescador, no es otra que la misma en la que Caronte conducía y trasportaba a los muertos a través de la Laguna Estigia.
En palabras del posfacio que Claudio Magris escribió para esta obra, con la que se cierra la edición, se lee: “la búsqueda del sentido de la vida descubre su nada, pero de esa nada, en la luz despiadada del cielo y el mar, extrae un significado indestructible”.
Silvia Sánchez Muñoz| 2019
La Isla de Giani Stuparich (Editorial Minúscula; Colección Paisajes Narrados. 119 págs.)