Dell es el chico cuyos padres atracaron un banco en Montana y después, mataron a alguien, según dijeron en la televisión días después de su desaparición. Desde entonces, piensa que ese frío podría matarlo y que su alma, desnuda, pesa menos de lo que esperaba. Sin pedirle permiso, Dell busca respuestas en el semblante gemelo de su hermana Berner, pero el rostro de ella es una desteñida brújula de aguja temblorosa que no para de oscilar entre el norte y el sur, entre este y oeste.
Tiempo después, Dell y Berner van a la cárcel para visitar a sus padres, Bev y Neeva, o lo que queda de ellos. Dell observa los ángulos oscuros de las celdas y tiene la certeza —esa que habla sin subterfugio, ni filtros, ni medias palabras—, que no quedan más hojas en el calendario que arrancar junto a ellos.
Dicen que después se marchó a Canadá. Lo hizo huyendo de un tribunal tutelar que amenazaba con ponerle las garras encima; en realidad nunca quisiste abandonar tu casa en Great Falls, vuestra casa, aquel país sin límites en el que vivíais, un lugar tosco, honrado y remoto. Pero alguien familiar, con aliento a tabaco, vino en nombre de tu madre, te agarró, te metió en su coche y te dio varios consejos que no quisieras olvidar jamás: Dell, tu vida va a ser emocionante antes de que te mueras —dijo—, así que procura centrarte en el presente. No te niegues las cosas, y asegúrate de tener siempre algo que no te importe perder.
O algo así.
Y es que días antes había visto a su hermana largarse sola de Great Falls, después de decirle que no podía acompañarla. Horas después, se asomó a la ventana y contó los rollos de heno cubiertos por puñados de nieve que pronto se derretirían. A lo lejos, un zorro hambriento rebuscaba entre la poca escarcha de la pradera que se extendía frente a su casa. El mismo paisaje desnudo —horizonte de límites infinitos—, que a menudo había mirado Dell con su madre, mientras la oía hablar de su familia judía, proveniente de un país al otro lado del océano, que a él le resultaba extraño y lejano.
Desde entonces, a la sombra de un hombre que apenas conoce, hermano de ese alguien que lo cogió y lo metió en el coche camino de Canadá, sigue hojeando su viejo manual de ajedrez. Lo hace para no pensar que tal vez, algún día podría odiarlos, a sus padres, a Ben y a Neeva, y hay días que desea volver a su vida normal, de chico normal que esconde la mirada entre los pliegues de las faldas de aquellas chicas normales de instituto, que alguna vez pensaron si realmente merecías la pena.
(Texto inspirado en la novela Canadá de Richard Ford. Las citas en cursiva pertenecen a la edición en español publicada por la editorial Anagrama)
Silvia Sánchez Muñoz Septiembre 2018
(Fotografía de la cabecera: Laura Wilson)