LABERINTO SALVAJE 9, Autor: Luis Vinuesa García

Mucho tiempo después, leyendo Los detectives salvajes, el filólogo Koldo había de recordar las vacaciones en que su tío lo llevó a conocer Nicaragua, en donde acontecía una revolución; triunfante, eso sí, pero al borde de su contra.

Mi amigo me cuenta la historia durante una noche sin clientes en el pub Hondicaño, ni Tara Deluz ha hecho acto de presencia.

Recuerdo el volcán Momotombo, dice Koldo, el «coloso negro» al que cantó Darío y cuyos versos revivieron por boca del mexicano que nos acompañaba. Eliseo es un poeta, un poeta de los llamados campesinos, así fue presentado a los chamacos que íbamos ayudando en la campaña de alfabetización. Mi tío y otros mayores formaban a los maestros mientras el mexicano Eliseo se limitaba a recitar de vez en cuando. Solía declamar a Rubén, a Rigoberto y a Rimbaud. A éste en francés, y siempre el mismo poema. Allí no lo entendía ni Sandino, pero sonaba a sofisticación y los combatientes curtidos cerraban los ojos o encendían sus cigarrillos, de tabaco negro cubano, la mayoría, algunos de la marca Delicados de origen azteca (nosotros fumábamos a escondidas).

Lectureando Los detectives salvajes –sigue Koldo– llego al poema que recita Ulises Lima (el turbio «Le Coeur volé», de Rimbaud), y me digo: ¡Hostia!, igual éste es el tipo aquel. El que declamaba en francés y que reconozco por la palabra ithyphalliques, repetida tres veces en el poema y cuya sonoridad me parecía algo así como una rama seca en el clima tropical. Esa imagen se formaba en mi mente acaso porque al atardecer, los chamacos íbamos a buscar leña con la sola compañía adulta del poeta mexicano. Le pregunté por el significado de ithyphalliques a mí tío, quien se encogió de hombros pues desconocía el francés. Ahora lo sé: «Que tiene el falo erecto», pero entonces nunca me atreví a interrogar a Eliseo, un tipo ensimismado, o más bien alucinado, que apenas hablaba en nuestras incursiones selváticas. Tampoco soltaba mucha palabra en los partidos de béisbol, en los que él hacía de recogepelotas. Los chamacos jugábamos a la menor ocasión. Cuando la bola se nos iba al bosque, Eliseo se adentraba y, tras un rato más o menos corto, más o menos largo, salía con ella jadeante y rasguñado como si hubiera peleado con un puma o participado en una escaramuza.

Muchas páginas después, de lectura por Los detectives salvajes, pienso que no puede ser otro el miembro de la delegación mexicana de poetas campesinos cuyos avatares se cuentan en el capítulo 14. La tal delegación viaja a la Nicaragua revolucionaria y pasados dos días de encuentros, recitales y mesas redondas, Hugo Montero se percata de la ausencia de Ulises Lima. Todos los miembros regresan a México, menos Ulises, quien no reaparecerá hasta dos años después. ¿Qué hizo en ese lapsus, aquel ser extraño, al menos en Nicaragua? Creo que influido por el poema de Rimbaud, Eliseo, nombre en clave de Ulises, se encargó de motu propio de velar por los chamacos. Con nuestro grupo estuvo unos diez días asegurándose de la probidad de los mayores. Esto por el lado infrahistórico, del cual fui testigo. A su amigo Jacinto Requena le contará –en el capítulo 17– las visiones del pasado y del futuro de la revolución que, en Centroamérica, lo embargaron.

Luis Vinuesa García

(Pintura de cabecera: Mi nombre es Jim Dine 2, Jim Dine)

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