Dicen las malas lenguas que la tragedia se inició aquel día en que doña Eduviges Alcántara Villalpando, oriunda de San Pedro el Alto, dueña y señora de su casa, casada con don Mamerto de la Vara Ibarra, español de pura cepa, posó para la hoy famosa fotografía.
Según se narra, la dama, ataviada toda de amarillo, a la última moda francesa, tal y como lo mandan las revistas de moda que se leen en el exclusivo y único salón de belleza del pueblo, modelaba delicadamente en la sala de su casa, sobre el sillón dorado con finos forros de terciopelo estampado en rojo fucsia, copia fiel de uno igual, pintado por el afamado artista del pueblo Nicanor Gómez, que en paz goce.
Doña Eduviges estaba lista para la foto que su señor esposo había mandado hacer, con motivo del 20 aniversario de la construcción de su humilde, pero vasta morada, sin duda la casa de mejor categoría y tamaño en todo San Pedro el Alto y sus alrededores.
Frente a la dama, el fotógrafo Juan Mata, quien domina a la perfección el arte del daguerrotipo, realizaba las últimas pruebas de luz.
Cuentan que ambos, doña Eduviges y Juan el retratista se quedaron de una pieza cuando vieron entrar en el elegante salón a un extraño personaje, enfundado en un overol gris que le cubría todo el cuerpo, pero lo más raro de aquella visión, era sin duda, ese artilugio de metal que ocultaba su cabeza y que no le dejaba ver ni los ojos.
Precisamente, narran que los ojos les quedaron cuadrados, a Doña Eduviges y a Juan el artista de la foto, cuando de aquel artefacto metálico salió una cavernosa voz que no era otra que la del mismísimo Don Mamerto.
―No se asusten, dicen que dijo.
―Soy yo, don Mamerto, sólo que ataviado con mi traje de hombre rana que voy a estrenar hoy ―añadió aquel mamotreto, al tiempo que se acomodaba muy orondo de pie junto al pedestal de mármol negro que había traído desde no sé qué lejanas tierras.
El hecho no era del todo insólito, ya que de todos fue conocido, el afamado gusto de don Mamerto por fomentar la ciencia y el estudio en esta bendita tierra.
Todavía se recuerda con asombro aquel día en que este ilustre caballero, haciendo gala de su valentía innata, sobrevoló San Pedro el Alto con aquel globo de Cantolla, de fulgurantes colores. Suceso que podría haber pasado a los anales de la historia como un ejemplo de arrojo e inventiva, de no haber sido porque el armatoste se vino abajo y se estrelló en la cúpula de la iglesia, causando un incendio y el enojo de su eminencia, el reverendo Confucio Redondo, párroco de la comarca, que dicen, estaba dispuesto a excomulgarlo aún si se hubiese muerto.
Sin embargo, don Mamerto, salió ileso por gracia de Dios y fue precisamente doña Eduviges, su amada esposa, quien, en aquella ocasión, como en algunas otras, le sacó las castañas del fuego y abogó, dicen que, con abundantes razones y limosnas, para que el religioso aceptara seguir admitiéndolo en la santa misa dominical.
No obstante, para la fotografía motivo que ahora nos ocupa, no hubo poder humano que hiciera cambiar de opinión al señor de la casa, de hecho, aseguran que doña Eduviges se puso verde del coraje y que por ello sale con el ceño algo fruncido en el retrato.
Pero gracias al gran amor por su cónyuge y a su innegable virtud de sacrificio, hizo de tripas corazón y transformó el agrio momento en un acto inolvidable.
De esta manera, don Mamerto y doña Eduviges quedaron inmortalizados en la artística toma de Juan Mata, que hoy se exhibe en la galería del pueblo.
Si bien es cierto, el material fotográfico es reconocido como un aporte invaluable a nuestra inmaculada historia, no pueden omitirse los sucesos acaecidos dos días después de la solemne sesión artística.
Consta en los registros de nuestro acontecer que don Mamerto y doña Eduviges murieron ahogados en el fondo de la laguna Blanca, situada a unos cuantos kilómetros de San Pedro el Alto.
Y aunque el lago no es muy profundo, nadie supo explicar por qué don Mamerto se asfixió, ni mucho menos, por qué doña Eduviges, se ahogó con él. Lo cierto es que ambos cuerpos se encontraron entrelazados, seguramente por tanto amor que se profesaban, aunque algunas lenguas viperinas, enturbiaron el ambiente, vertiendo difamatorias versiones, según las cuales, los amantes esposos se trenzaron en una acalorada discusión por el traje de hombre rana, misma que resolvieron en el fondo del estanque.
Esas pervertidas versiones fueron difundidas en el pasquín del pueblo, La Voz de San Pedro y pretendieron apoyarse en las conclusiones del galeno local, don Eustaquio Rencillas quien aseguró que los cuerpos parecían evidenciar una pelea.
Sea como fuere o haya sido que ocurrió la tragedia, lo que sí es justo y verdadero, es que la foto de doña Eduviges y don Mamerto le valió al artista Juan Mata, un premio de periodismo en el estado, que le sirvió al susodicho para adquirir e inaugurar la flamante galería de arte que hoy lleva su nombre, misma que sirve de escaparate, faltaría más, para la famosa foto del hombre rana y su mujer.
Jocke. Madrid, 8 de octubre del 2013.
El ambiente y el ritmo del relato son muy buenos, Joaquín. ¡Qué gusto leerte!
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Gracias Raquel.
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