Noche invencible.
Si extinguiesen el cielo
seguirían brillando
sus puntos de luz.
La ciudad agoniza,
le han partido el cuerpo.
Los árboles se balancean
como los mechones lacios
de un náufrago.
En la estación de tren
un padre y su hijo pequeño
se despiden con esferas de tiempo
en las manos, algo libre llora
apoyado en un espacio quieto.
Más allá, se escucha una explosión.
Entre los escombros, la ondulación
casi perversa de un pañuelo rojo
atrae la atención de un gato negro.
El tren arranca.
El niño pequeño impulsa el éxodo
con el movimiento de su chupete.
Luego, los que se quedan
deambulan sin rumbo;
el padre coge un arma,
come poco, a veces duerme.
No hay pájaros.
De noche, la nieve cae
sobre los cuadros y las sillas,
llena de frío la cena,
conserva aún las voces;
el tiempo alarga su energía
como la luz que emiten los astros
que ya no existen.
Una mujer
entierra a su hijo
un metro bajo tierra
para que los perros callejeros
no puedan encontrarlo.
Los días sobrevuelan los sótanos
donde la vida resiste;
al suelo caen los libros
destruidos por la metralla,
la anciana que cocina no dice
qué carne lleva su guiso.
Un cristal separa los tactos, los recuerdos.
Tres barrotes, cárcel libre, vida detenida
en la punta de los dedos.
Cuando el tren éxodo cruce otro país,
esparcirá a su paso la luz de la ciudad
que ya no existe.
Arriesgarse es morir en lo violáceo.
Pero, ¡cómo sangran flores las palabras!
Los ojos de las amapolas,
el vertido de vino, el grito de la chica
soportando el peso
de cuatro soldados sobre ella.
No hay geranios en las ventanas.
No hay ventanas.
Jabones o mermelada.
(En el mercado no queda chocolate
ni en los jardines mariposas).
Al toque de las sirenas
los grupos se dispersan;
estraperlo de aceite y de fresas,
aún venden oro en los suburbios.
El miedo ha tomado
todas las maneras del humo,
irrumpe lento, rodea los cuerpos
y aprieta.
El futuro es
una dimensión inalcanzable.
Lejos ahora, atravesando campos,
el niño tren traquetea,
no sabe que huye, que siempre
será raíl, vagón y frontera.
Impasible, el paisaje
contempla su paso
de eterno viaje,
de ráfaga sin padre,
de esfera de tiempo,
como los puntos de luz del cielo.
(Fotografía de cabecera, autor: Paul Hansen)
¡Cómo hiere la desolación aun con tu poesía! Acompañamiento musical excelente. Gracias por compartir, Ana.
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Muchas gracias a ti, por apreciar la poesía también en lo devastado.
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