MAGNOLIAS, Autor: Jocke (Joaquín Pérez Sánchez)

 

En ocasiones lo hermoso y lo terrible son uno mismo. Una de las cosas buenas que me dejó el paro, fue la ilusión de conocerte. Llevaba tres o cuatro meses casi con la misma rutina. Cada lunes de la semana daba vuelta en San Carlos, entraba en la oficina de empleos y me perdía un rato en ese oráculo del tedio. Llenaba papeles, cambiaba el currículum, buscaba en la web, oía las pláticas del asesor, firmaba. Todo fluía automático, gris, sin peso.

Luego salía y echaba andar por San Jerónimo y al llegar al parque de San Francisco deambulaba por las aceras que lo rodean. Viendo los escaparates de las tiendas, imaginando situaciones asombrosas, momentos felices, de esos que se reproducen en las películas ñoñas. Para construir más sólidamente mis masturbaciones mentales, me detenía donde Manolita, y arrojaba diez pavos de la pensión del paro, al pozo de la fantasía. Mi cabeza buscaba números infalibles que pudieran en algún momento hacer realidad la quimera.

Tras la ilusión, guardaba mi esperanza en mi cartera escuálida y me aplastaba en una banca del parque a mirar a los viejos jugar la petanca. Cuando llegué a este país, hace algunos años, ese juego me asombró. Ver a los abuelos sentados en los bancos, animando con sus voces agrietadas a otros que en la arena se batían.  Algunos ayudados con bastones, casi todos con sus gorras, lanzando pelotas plateadas en posiciones confusas. Hablando, riendo, mostrando los dientes, no siempre presentes. Yo creía entonces que los parques eran para los viejos, pero ahora sé que también son refugio de los parados, como yo.

Fue un lunes soleado como hoy hace meses. No sé por qué extraña razón ese día decidí que en lugar de sentarme viendo hacia el cuadrado de arena, les daría la espalda a los mayores y me senté en un banco que mira a las casas de enfrente. Ahí, en el número 22, que este día reporta el periódico, apareció tu ventana adornada de macetas sembradas de hermosas flores blancas. Luego supe que eran magnolias, las únicas en este sitio y quizá en toda la ciudad.

Blanco también era tu vestido, con un salpicado de flores pequeñas amarillas. Tus manos morenas sostenían con firmeza una regadera plomiza que vertía con paciencia el agua clara sobre aquellas flores. Tu cabello negro azabache se torcía en una fina trenza adornada con un listón amarillo y caía diáfano sobre tu pecho. Fue imposible no admirarte. Desde entonces hasta hoy no he dejado de venir todos los lunes.

Tardé tres semanas en conocer tus ojos tristes, pero bastó un instante para grabarlos en mi memoria. Eras una visión espléndida, de esas que aparecen una vez en la vida. Nunca he tenido suerte con el amor. María me dejó no hace mucho, justo cuando comprendió que a mi lado no habría un futuro dorado. Hicimos bien en no tener hijos. Ahora sé lo que es una tragedia.

Cuando cruzamos nuestras miradas no hubo sorpresa, más bien fue un momento confuso. Yo no aparté la mirada y la tuya quedó suspendida, triste pero no esquiva.

Desde ese día nos hicimos cómplices. No había sonrisas, ni palabras, sólo ese extraño juego de las miradas.

Recuerdo la primera vez que te ausentaste. Las magnolias se quedaron solas durante dos semanas y yo viví una rara sensación. Reconocí una especie de hueco en mi ser que se transformó en ansiedad. No quise volver a mirar a los abuelos. Salí huyendo del parque a esconderme entre las calles. Dejé pasar un tiempo, pero luego regresé una y otra vez, hasta que apareciste con esas enormes gafas oscuras. No ver tus ojos tristes debía haber sido una alerta, pero no supe interpretarla. Preferí rendirme al gusto de verte otra vez regar tus flores e intuir tu mirada tras las gafas.

Tal vez tus ojos aguardaban ayuda, pero los míos, egoístas y cobardes, sólo se contentaron con mirar los tuyos de nuevo. Tuve que soportar más ausencias, cada vez más espaciadas. Aunque me inquietaba no verte, asistía más seguido a la oficina de empleo y luego me apresuraba a sentarme en el banco del parque, el lugar donde se citaban nuestros ojos.

He ido a más de una docena de entrevistas y ayer me dijeron que empiezo a trabajar el próximo lunes. Sin embargo, estoy más triste que nunca. Hoy dice el periódico que tú eres la víctima número 45 este año. Que no sé quién, tu pareja supongo, te ha pegado dos tiros, que habías denunciado maltrato y golpes, que tenías un pequeño de apenas dos años, que venías de otra parte, que aquí no tenías a nadie. En fin.

Ya no volveré más al parque, ni compraré más la suerte. Ya no miraré a los viejos jugar en la arena. Lo único que me gustaría es poder regar tus magnolias.

 

(Foto de cabecera, Autor: Jocke)

 

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