Me echaron de Correos. Yo cumplía los tiempos, de forma apurada pero los cumplía. Fue el retraso que me produjo el incidente del Penitente Endemoniado la excusa que el jefe de mi estafeta utilizó para botarme. La gente del sindicato pasó descaradamente de mí. Vuelvo a colgarme de Koldo, le echo una mano en su pub más que nada por sentirme útil. El Hondicaño va fatal, con un camarero sobraría, pero el filólogo me tiene cerca, es lo que le gusta, a tiro de su hermenéutica bolañera. Yo bebo margaritas muy cargadas de tequila y le escucho, a veces también él bebe, como hoy. Koldo ha ido invirtiendo la medida de su cóctel destornillador, al volcarle tres partes de vodka por una de zumo de naranja.
Ya es tarde, recogemos, vamos dejando listo el local para el día siguiente, para los pocos clientes que entren. Yo cargo con casi todas las tareas mientras Koldo habla destornillador en mano, aprieta y afloja los mecanismos de las historias de Bolaño. Ahora construye y deconstruye «Bronceado», relato incluido en el volumen El secreto del mal. En «Bronceado», una narradora poco fiable nos cuenta en primera persona que pertenece al mundo del espectáculo (teatro, televisión, algo de cine) y que en un momento dado acoge a una niña del Tercer Mundo. ¿Que por qué es poco fiable, la narradora?, pregunta el filólogo blandiendo al aire su vaso de tubo. Porque ella se autoengaña, se responde él mismo y le da un sorbito al destornillador con ventolera de filósofo, todo un filósofo de la Antigüedad, supongo, pues a continuación me habla de los primeros sofistas, que se ganaban al público a las claras. Luego siguieron los sofistas de la segunda hornada, que se promocionaban en modo postureo. Acodado sobre la barra, Koldo se pregunta a cuál de las dos categorías pertenece la narradora.
Yo a veces me hago la tonta, por obligaciones del guion.
Mi colega no termina de ver claro si la narradora acoge a la niña Olga para promocionar su carrera o por sincero humanismo. Al devolver a la niña, Lucía parece llorar como una madre. Pero cuando la ONG le vuelve a proponer el acogimiento la temporada siguiente, a Lucía le cuesta saber de qué le están hablando. Eso se puede disculpar por haber tenido un año muy ocupado… Para, para, interrumpo a Koldo y le digo que el nombre de Lucía igual tiene relación con el título, «Bronceado». Por ejemplo: «Lucía un bronceado de cara a la galería». Eh, dice el filólogo sirviéndose otro cóctel mientras yo erizo las mesas con las patas de las sillas, eres tú quien debería trasegarse los destornilladores o «algo», anagrama de Olga.
Mira quién ha venido, me señala Koldo la noche siguiente. Dirijo mis ojos al final de la barra y me topo con una morena bebiendo sola. Es Tara Deluz, no sé lo que hace, pero es famosa, ha de explicarme mi colega. Tampoco es de extrañar que ella ande por aquí, el Hondicaño es de los últimos garitos que cierran en esta zona fronteriza entre un barrio pudiente y otro obrero. Anda, me dice Koldo al oído, desenvuélvete con ella, éntrala, averigua qué tipo de sofista es Tara Deluz.
Luis Vinuesa García
(Pintura de cabecera: Retrato de Yvonne Lerolle, Maurice Denis)