Estimado Viento:
Yo he cambiado,
ya no soy la niña que mecía árboles,
mi sombra chilla cuando hay silencio
y me expreso raro, encriptando sentidos.
Tal vez tú puedas explicarme
–en tu forma invisible–
por qué esta luz que entra,
encaramada a la noche, no vive en mí.
Pero, antes,
muéveme en el espacio,
pésame, pésame, pésame.
Empuja la palabra puente,
con furia, hacia un adverbio de lugar.
Ondea mi pañuelo de paramecios.
Algo que no tiene nombre
me pregunta
¿olvidaste nacer?
y desde su boca llena de agua
un murmullo se ahoga.
¿Quién soy, un manglar
habitado por letras subterráneas?
Ya no mezo los árboles…
y tú, ¿aún lo haces?
Ha pasado el tiempo.
¿Cómo serán ahora las plazas
que mojó noviembre
mientras tú rompías persianas
y yo fumaba a escondidas?
Cómplices entonces,
creamos una épica balada:
–Sobre un promontorio,
erosiona la envidia,
la vanidad de los incrédulos;
tu ulular se asemeja
a cien mil palabras libres.
Sopla un desierto
y descarga allí el mundo
que no pertenece al vivir–
Sonaba la música:
–en tu rumor atormentado
yo soy la nota vacía–
Báilame ahora en la cascada,
límpiame, límpiame, límpiame.
Lanza la aurora,
con estrépito, hacia una mañana.
¿Por qué esta luz me huye
en la noche, por qué aquí,
por qué custres mis labios
cuando te bebo?
Suéname en la cara
y podré respirarte,
¿podrás tú sobrevivir?
Dime,
Lo que no sucede se convierte en duda.
Mujer raíz, mujer espuma.
¿Seré un bosque azul
o una ciénaga salina?
(en tu rumor atormentado
yo soy la nota vacía)
Espero impaciente tu respuesta.
Atentamente,
Anacrónica.
Ana Sánchez Huéscar / 9-7-21