Alba tenía resistencia a bajar al metro pero se impuso la necesidad. Su empresa da por terminado el trabajo desde casa y, la distancia a la misma, no le permite realizar el trayecto a pie.
Ajusta la mascarilla y, decidida, penetra en el vagón. Su curiosidad, sus dotes de observadora se agudizan. Reina el silencio… Las mascarillas guardan la cara de los viajeros que, procurando distanciarse, ocupan el espacio. Los ojos cobran valor, es lo único que permite comunicarse. Las miradas se cruzan, se fijan, se analizan. ¡Misterioso intercambio!
Alba imagina las vivencias de las personas que la rodean. De los vitales, los preocupados, los abrumados, los tristes, los enamorados, los luchadores, los introvertidos, los esperanzados, los soñadores…
Le gustaría penetrar en sus pensamientos y, a través de los mismos, llegar a comprender a cada uno.
¡Cuánto pueden expresar unos ojos! Los niños con los suyos limpios, recién estrenados, trasmiten luz y energía. Poco a poco, la vida va añadiendo a la mirada todos los vaivenes que vamos encontrando en el camino y, en cada momento, refleja el estado de ánimo de nuestra mente y de nuestro corazón.
El recorrido es largo pero Alba, sumida en su observación, no lo percibe.
En cada parada va perdiendo alguno de sus clasificados y añadiendo otros a su lista. Le parece un ejercicio apasionante y decide practicarlo cada mañana. Así, tal vez, sus ojos podrán cruzarse con alguien que pueda acompañar el viaje diario que realiza cada día.
febrero 2021
Mª José Braña
Relato entrañable con elegancia y realidad
Se disfruta leyendo lo que nos es cotidiano
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