JUEGO A VESTIR PRINCESAS ONLINE, Autora: María José López Tavani

En la espera de que la medicación haga efecto. En la espera de no recordar mis sueños. En la espera de un Morfeo tan bestial que con sólo cerrar los ojos mis barcas sean hundidas. Mientras, minutos recitando el tiempo con un chicle en la boca. juegosdivertidos.io

Me gustan algunos juegos. Aquellos donde puedo vestir princesas de una manera seria. No de esa seriedad que desemboca en piernas comidas por jinetes. Sino el refinamiento. Difícil en juegos donde han de haber 125 participantes online, seguramente, buena porción de hombres. Mente podrida o mente despierta, poco importa, como no importó a Blancanieves comer la manzana envenenada. Por cierto, el online de Blancanieves es tan malo como falso alquimista tentando al rey con pepita de oro.

El juego de las Hadas conserva ese encanto donde soy una nena con auto nuevo. Un nene con muñeca nueva. Una mujer con un mouse glotón en niveles, absurdas saturnales sin vino ni manjares. Es decir, juego sin estar borracha. No escucho sus musiquitas sino el carácter musical que esa noche me convoque. Mi camisón de lunares se estrella con el humo de cada cigarro.

Jugar a las Hadas me divierte. Tal vez, porque el personaje principal soy yo.

Level 1. Elijo el pelo negro y largo, como yo misma lo tengo, los ojos de precipicio marrón. Por supuesto, la mejor ropa. Un vestido azul, de pechera transparente y con brillos, largo con un tajo en el medio y por primera vez: tacos. No puedo mantenerme sobre la cuerda en tacones. Ni descalza. Pero sí en el juego.

Al clic final. Algo es raro, pegajoso como quien no comprende dónde iría la X. Me siento. Me veo. Llevo un vestido azul, de pechera transparente y con brillos, largo con un tajo en el medio y tacones negros. No sabía que un cometa abrazaría la tierra como quien abraza a Heathcliff, al volver a Cumbres Borrascosas. Borrascosa me siento en un vestido insólito. Se abren los labios de lo inusual o delirante o fantasioso. No saldaré la historia con fábulas de ciegos cayendo en la marea. La ventana de mi vecino da a la mía. Y su luz está prendida. Lo llamo. Se arrima. ¿Vas a salir?, dice. Cierro la ventana.

Me arriesgaré con el Hada mensajera del nivel 2. Vestido blanco con rosas rosa. Detesto el rosa. Soy la bruja malvada con ciertas Hadas, sobre todo, cuando son rubias y cuyas cinturas dan la impresión de hilos enroscados en carne virgen. Zapatos con hojitas de otoño. Aros gigantescos como racimos de uva. Y las alas. Mi momento preferido. Son naranja y violeta, medianas. Listo. Soy tan veloz como quien juega hace meses. A veces creo que son décadas, el mismo juego, las mismas neuronas lentas en esa lentitud incapaz de burlar a un cíclope con hambre.  

Termino el nivel 2. Como era de esperar en un película sin final o mejor dicho, en La Historia sin fin, me toco, me miro. Lo único que me divierte es tener alas. Violetas y naranjas. Pero no puedo volar o será que estoy demasiado cerca de Urano, sentada frente a la notebock. No volveré a tendencias de vecino despierto. Las alas son tan inútiles como político de relleno. No puedo volar. Sólo se mueven en un leve vaivén incapaz de halagar a curiosos y ateos. Quiero sacarme esta porquería de disfraz. Los Celtas jamás aceptarían vestir de este modo. Los Druidas serían jueces y sacerdotes a la espera de la vestimenta indicada. A pesar de que se trate de Hadas.

Abierto el Nivel 3: el Hada del bosque. La más bella. La única con piel oscura. Aunque… rubia. Rápido. Vestido de hadita verde. Pelo como lo tenía. Collares agudos. Orejas de imitación made in Elfo. Zapatitos rosa. Sí, rosa. Para devorar ausencias y espacios. Para sonreír sin sonreír por nada. Fractura en mi emoción. Filosa ambición de mi camisón a lunares. Pero esta noche, no. Estoy vestida igual. Exactamente igual. Incluso mi piel ha cambiado su tonalidad para dar evolución a la piel oscura. Eso me gusta. Las alas también. Lo dije. Aunque son inútiles.

Ansiedad cercada por juegos de Hadas. Level 4. Estoy llegando al final del juego. Ahora, el Hada mala que rechaza su naturaleza, sus pecados celestes por una absolución tan sutil que apenas puedo darme cuenta. Es la que mejor visto. Si ha de arrepentirse que la gloria sea su moda. Vestido violeta con tajo en el pecho, terminando en una falda amplia, por las rodillas. Bordado con flores azules. El pelo rojo, me recuerda a la Sirenita, suelto, ensortijado, lo contemplo con más viveza que cualquier accesorio que pueda integrar. Zapatos negros. Y las alas. Violetas, verdes, azules, naranja.

Cierro level 4. Estas alas son más suaves. El vestido es impecable aunque cursi sobre mí. La ingenuidad no es parte de las columnas de mi templo; estos juegos no los compró Faceboock. Aún. Esta noche la luna es llena, los lunáticos y los trovadores navegan fértiles. Las redes son una leyenda perdida. Prohibida. Al menos esta noche. Vestida al igual que el Hada mala. Pronto terminará para mis efectos o mi suerte. Buena suerte, mala suerte; un breve cuento que alguna vez me contaron.

Level 6. Charánnnn. El desenlace. La pantalla final donde yo, como protagonista, debo transformarme en Hada para luchar por el Reino Mágico. Claramente, sin temor a celos ni caprichos del Hada mala: mi atuendo será el mejor. Vestido corto de brillos, en degrade, comienzan con plateado y terminan con verde y azul. Zapatos verde. Una vez una adolescente me dijo: Zapatos Rojos. Yo estaba visitando a mi tía en un neuropsiquíatrico. La adolescente se disolvió entre escaleras que no pueden disolver este recuerdo. Aros tímidos y plateados. Y mis alas. También plateadas. Me miro. Me toco. El vestido, a pesar de los brillos, es fresco como un viento que anochece con vergüenza. Mis alas se mueven un poco más rápido. Molestia en mis pies.

Básico. Básicamente. El final del juego es yo apareciendo, con un globito de “soy Majo” y el Hada Mala Mala diciendo algo en inglés que no escucho. Será eso que desconozco; pues me miro, me toco. Estoy desnuda.

Game over.


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