LOXOSCELES RUFESCENS, Autora: Raquel Arqued

—Chsss… que nos van a oír.

—¿Y? —pregunta mientras deja caer la puerta.

—Que luego… cuchichean… cuando… —no consigue terminar la frase entre tanta intermitencia de besos. Él la conduce hacia la pared desconchada con los labios como timón y la mano como motor.

Esta no aprende. Siempre saliendo con moscardones. Moscardón, mosca, para mosca buena la última presa que engullí. ¡Qué rico e inesperado manjar! Y es que el tiempo está extraño, pues ¿no sigo alimentándome aún de incautos voladores? Raro, raro. Me relamo del quelícero a la boca. Boca. Bocas. ¡Puaf! Estos ya no saben qué hacer con ellas. Por lo menos mientras se las estrujan no hablan, aunque los ruidos que producen son perturbadores: libaciones, succiones comprimidas, como las que produce mi mayor temor: el aspirador de la portera. D.ª Soledad no lo sabe, pero la responsable de ese desconchón en la pared es esta muchacha y sus distintos acompañantes. Mejor voy a guarecerme en mi rincón que luego viene el frío.

—Ya, venga, que aquí hace rasca —dice, como si me hubiera leído el pensamiento, mientras tuerce la cabeza escapando del empuje de los besos.

Lo que viene a continuación me lo sé, lo he visto otras veces. Varía según vestuario, temporada, pero casi me puedo aventurar. A ver, a ver, enfoque de ocelos: camiseta negra de cuello vuelto e intuyo, con los hombros al aire, seguro; cazadora con múltiples cremalleras; floreada minifalda de vuelo; medias negras transparentes y botines del mismo color. ¡Dale! Clarísimo. Ahora empezará a subir las escaleras despacio, dándole la mano. Se irá adelantando pasito a pasito. En el rellano lo aventajará con una pequeña carrera y, tres o cuatro escalones por encima del incauto, se levantará la falda por detrás, mostrando sus firmes nalgas delimitadas por ese hilillo. Hilillo, hilo casi tan fino como el que sale por mis glándulas sericícolas. Ya tiene que ser resistente como el de mis hileras cuando es capaz de mantener separadas nalgas tan compactas, redondas, clareadas sutilmente con la extensión del nailon. Entonces mirará por encima del hombro para ver la reacción del muchacho. ¿Para qué, si ya la conoce? Esta chica es como el macho arácnido, contonea los pedipalpos, danza, corteja. Sus excitadas risas, aunque acalladas, harán que se abra una puerta justo cuando sea alcanzada por las largas zancadas del deseo perseguidor. Lo noto por las vibraciones.

D.ª Soledad agazapada tras la mirilla desde hace ni se sabe, con el ojo seco por la espera. D.ª Soledad con la puerta entreabierta, como sus labios marchitos, el ancho del pie como pestillo con cadena. D.ª Soledad con el corazón celoso, húmedo como la joven entrepierna.

La muchacha lo sabe. Por eso se parará en esa planta y llamará al ascensor. Lo llama, de hecho. ¡Allá que voy! Mira que me descuelgo cuando quiero, pero este invento sigue dándome la vuelta al estómago. En la espera se entrepernarán. Se entrepiernan, ya lo veo. Mi refugio ha frenado y un silencio corporal inunda el pasillo. La luz de presencia se apaga. Entonces escucho. Dime cómo suenan tus besos y te diré dónde te los están dando. Hasta mí llegan los latidos apresurados de D.ª Soledad, como si hubiera sido la protagonista de esa carrera por las escaleras. Cuando abren la puerta del ascensor se enciende la luz del pasillo, lo justo para adivinar al fondo de este el hueco que esconde unas chinelas rosas afelpadas y un ojo empequeñecido por la bruma de las lágrimas. Desde el elevador, se escucha un dulce «buenas noches» que sella la puerta de D.ª Soledad, que se quedará, con su nombre, hasta la próxima.

Me cobijo en la esquina más oscura. Hay que evitar que me vean, bueno, sobre todo que no me vea ella. Solo son cuatro pisos más, pero a ver si llegan pronto y, por fin, me dejan sola y tranquila, como me gusta. Esquina lateral izquierda, de cara al espectáculo. Hoy está metida en el papel. Se le nota por los ligeros mordiscos en la oreja.

—¡Ay! —grita él tras un frenazo brusco del ascensor que le ha provocado una extensión lobular. Me rio colgando boca abajo. Por fin, algo inesperado—. ¿Qué ha sido eso?

—Nada, tú sigue, solo es el ascensor que está un poco viejo —dice ella concentrada como nunca en su amante mientras retira el índice del stop.

—Pero… se ha parado entre dos pisos.

—¿Y? ¿Nunca has querido… hacerlo… sin que nadie…? —ahora es ella quien se interrumpe con besos localizados.

—¿Esto es seguro? —pregunta él moviendo la cabeza de lado a lado.

—Tanto como lo que va a ocurrir entre nosotros.

Y vuelta la cabra al monte. ¡Mísero año de vida que he decidido pasar en esta casa! Parece que los besos y manos resultan convincentes. Y mucho. La cópula es muy importante para mi especie. Para todas, parece. Yo ya casi ni me acuerdo, pero cuando decidí que él era el macho adecuado, me dejé agarrar por los quelíceros y me levantó sobre él para poder acceder a mi poro… ¡Anda, si se parece! Esto es novedoso… ¡Uy! Menudos empellones.

¡Cuidado, chicos, parad ya, que esto se mueve!

No, no, no rebotéis, por favor.

Esto se está pasando de castaño oscuro.

Voy a tener que actuar ¿eh? y no te va a gustar.

Me deslizo hasta casi situarme sobre el hombro masculino. En una de sus convulsiones la muchacha abre los ojos, como si hubiera notado mi presencia. Y entonces chilla, chilla aterrorizada como si con sus ondas pudiera arrasarme. Él se contagia de su pánico y grita también. Ambos lo hacen, no al unísono, sino en cascada. Se desacoplan. Ella se encoge sobre sí misma señalando hacia mí, pero ya no estoy, me he propulsado hacia arriba, con el cuerpo invertido, las patas hacia el techo, huyendo de posibles manos ya que no puedo de sus alaridos. Él aprieta todos los botones y el ascensor para en el siguiente piso. Abre la puerta y huye escaleras abajo, sujetándose las ropas. Yo me escondo como si nunca hubiera estado allí.

Objetivo conseguido. Sola.

Solas.

Raquel Arqued González

12-01-2021


4 Comentarios

  1. «Esquina lateral izquierda, de cara al espectáculo. Hoy está metida en el papel. Se le nota por los ligeros mordiscos en la oreja»
    Pensaba que estaba sola en el palco de honor. Pero no. Estaba Raquel también espiando. Desde hoy las picaduras pudieran tener sentido. Gracias.

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