LABERINTO SALVAJE 3, Autor: Luis Vinuesa García

Yo soy, una zancada que doy. Un cortísimo espacio de tiempo a través de cortísimos tiempos de espacio.

STEPHEN DEDALUS

Como apenas salí airoso de mi aventura pictórica –solo me compraron un carboncillo con el rostro de Ernest Hemingway y palabras de Sherwood Anderson–, he cedido a una última oferta y he terminado por vender el infrarretrato de Bolaño/Perec, cuyo valor se fundamenta no en mis voluntariosos trazos, sino en la caligrafía auténtica del escritor de Los perros románticos. El filólogo Koldo es un tipo excéntrico; además de aflojarme seiscientas mil pesetas por la obra, el tío ha resuelto el subvencionarme mientras brille nuestra amistad, dice, con ayuda para el alojamiento, el sustento e incluso el ocio. En éste caben desde los vicios hasta los viajes, sí, viajes, confirma Koldo, pero que sean consecuentes a la situación de cada momento. Ignoro qué significa eso, lo veremos sobre la marcha, por ahora sigo en Madrid, donde mi benefactor consta como titular de un pub de rock. Le gusta ese tipo de música y me invita a conciertos en consonancia. Hoy acudimos al que celebrará Rosendo en el patio de la recién clausurada cárcel de Carabanchel. Un carpetazo musical contra el símbolo represivo. Qué poco íbamos a imaginar que luego, por orden de un ministro socialista, el espíritu carcelario continuaría flotando en el lugar, ya que aprovecharon los terrenos para levantar un vergonzoso y eufemístico CIE, Centro de Internamiento de Extranjeros. Pero el futuro todavía no ha caminado pasados. Nuestro presente está cerca del concierto, colocándonos para el rock urbano de Rosendo, apoyados en la valla del sanatorio mental Esquerdo, situado enfrente de la prisión famosa por albergar a gente represaliada por la dictadura. Entre petas, birras y demás, comentamos la necesidad de un hospital para el barrio de Aluche, un moderno policlínico que podría levantarse sobre la gran superficie que dejará el derribo de la cárcel. Ésta se encuentra más cerca del metro Aluche que del metro Carabanchel, es la referencia aludida por un colega de Koldo que va de éxtasis y que ha estado en las manifestaciones reivindicando amorosa y pacíficamente el hospital. Por detrás, a través de la valla del sanatorio Esquerdo, alguien me pinza la camiseta para susurrarme al oído con voz leñosa:

En un principio, a Aluche se le llamó Carabanchel Bajo.

Me zafo y me volteo: Leopoldo María Panero, espectral, troquelado, tras la alambrada, me hace un gesto, con dos dedos, pidiéndome tabaco.

¿Quieres darle al canuto?, le ofrezco.

 No, dice, voy de valiums.

Le paso un cigarrillo y le pregunto qué hace allí. Responde que escala técnica. Ha salido del psiquiátrico de Mondragón y se traslada a Las Palmas de Gran Canaria. Luego me pregunta si he sido enviado por el intrigante Bolaño.    No, respondo.

¿Conoces Los detectives salvajes?

No, miento.

No mientas, dice.

Bueno, sí, lo conozco, pero es que me has acojonado, Leopoldo María.

Los detectives salvajes es tan bueno, dice el poeta, que se puede leer colocado.

¿Colocado de qué?

Panero no responde a esto, sigue a lo suyo:

¿Sabes que Bolaño anda con la mente puesta en un libro colosal?

¿Cómo lo sabes?, digo elevando la voz, pues la algarabía es creciente a medida que se acerca la hora del concierto.

Porque me mandó a dos secuaces suyas, dice Panero, que se hicieron pasar por periodista y poeta. Era su forma de pedirme permiso para basar en mí una pequeña historia. Hasta le presté, tácitamente, dos poemas míos que, conociéndole, fundirá en el torrente de su prosa.

¿Cuáles poemas?, pregunto.

Dame otro cigarrillo.

Se lo doy y se lo acopla en la oreja. Panero dice:

El primer poema versa sobre el laberinto de Creta y el segundo lleva el título de «Paris sin el estereoscopio».

Sí, digo, este último pertenece a tu obra Así se fundó Carnnaby Street.    Gracias por leerme, joven rockero.

Gracias a ti por escribirla, poeta novísimo.

O sea, dice Panero, ¿que esta multitud viene a ver a Rosendo y no a mí?

Así es, digo.

Qué tiempos, dice él, cuando llegaban de visita al psiquiátrico de Mondragón. Claro, que no eran tantos. Ya te digo, unas fueron las enviadas por Bolaño, Imma y Lola, mujer ésta de Óscar Amalfitano, a quien Bolaño dedicará una parte de su monumental libro.

¿Y cómo se llamará?, pregunto yo.

2666.

¿2666?

Sí, dice Panero, es una fecha límite

¿Límite para qué?

Para su literatura, para la senda abierta por ella.

¿Eso te dijeron Imma y Lola?

Anda, suéltame otro par de pitillos antes de entrar al concierto.

Me queda uno, digo.

Se los doy yo, interviene Koldo y se los entrega a través de la valla.

Panero se enciende con la colilla el que ya tenía acoplado en la oreja y se instala los dos últimos sobre sendos apéndices auditivos en un pasmoso juego de malabarismo tabaquero.

Horrible sensación, opina Koldo.

Os doy la lana, dice Panero, para que logréis salir cuando acabe el concierto:

                                             Solo nosotros y un ovillo de palabras…

 

¡Vamos a internarnos ya casi es la hora de la actuación eléctrica de Rosendo en el maldito patio de la cárcel!, apremia un colega que va de un speed con regusto a manzana el speed con gustillo a manzana del que va puesto el colega.

&

Nos extraviamos. No hallamos la salida de la cárcel. Dudamos en cada bifurcación. A Koldo y a mí nos dejan solos, no por desavenencias orientativas, sino por una cuestión de ritmos psicotrópicos. Menos mal que tenemos el verso-lana de Panero, dice Koldo, que por algo es filólogo. Y ahí le digo a mi amigo: Tú sabías que el poeta estaba en el sanatorio, ¿verdad? No, dice Koldo, pero Panero sabía quiénes éramos nosotros. ¡Venga ya!, digo. O al menos quién era yo, dice el filólogo, o igual nos confundió al vernos juntos, puede que mi presencia corporal fuera para él una puerta difusa en un rincón de su memoria. Venga, digo, no te pongas magnífico. A lo que el filólogo responde que en el pasado asistió a unas conferencias, organizadas en Pamplona por Jesús Ferrero, en las que participaron juntos Panero y Bolaño. Tras una pregunta de Koldo que Leopoldo María pasó de contestar, éste se levantó y orinó, con gran acierto, en un jarrón decorativo.

Luis Vinuesa García

(Grabado de cabecera: El profeta, Emil Nolde)

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.