Ahora que aún todo es limpio
y la ciudad dormida tiene
la edad eterna de un niño,
viene el aire a tatuar los tejados
–o su aliento–
de niebla espesa
como la que habita en mí;
al roce convoco
con caligrafía de invierno
una reunión de vientos fríos
que despidan el día más corto.
Sentaré en una mesa
a Corus, a Aquilón,
y la noche más larga será
una novia de hiedra
desposando al solsticio
mientras la dama del sueño
y su séquito de duendes
tañen campanas blancas.
Tú también estás invitado,
y, tanto te he llamado,
(con la boca derramada,
como un alud de impulsos
que no supiera parar de vivir)
que al final has venido
a este banquete de noche,
de sol y de frío.
No diré acebo, ni mariposa,
no pisaré el aire,
podría quebrarse
el equilibrio del mundo,
evitaré el vacío
porque en su centro está la nada;
cantaré una nana de caramelo
para que no solloces nieve,
y en ese preciso momento,
cuando la noche sea sol
y el sol una cueva azul,
todos los invitados a la fiesta
beberán escarcha de río.
Tu mano pequeña guarda
una colina de seda.
Estas venas transparentes
son las ramas de mis
brazos de árbol,
en su sombra se abre
el sendero a la matriz
que continúa la estirpe.
Porque tanto,
tanto te he llamado
que al final has venido,
y aquí sí, aquí eres,
y la novia de hiedra
corta una nube de nata,
aquí me baño contigo,
te llevo a la escuela,
y la noche más larga
come auroras heladas,
aquí soy, en plenitud,
una mujer completa.
En el velado ritmo de un instante,
cuando el sol abrace mi cintura,
no pisaré el aire;
podrías desvanecerte,
sueño, camino,
mi ansiado niño imaginado.
Ana Sánchez Huéscar
(Anacrónica)
(Fotografía de cabecera, Autora: Sarah Moon)