APOCALIPSIS (4ª y última parte de Heredero del Gólem). U.S.E.

3ª y última entrega de Apocalipsis.

Ahora viven ciento sesenta y cinco años. Un relámpago en la memoria del universo, no representa nada. Nunca doblegarán a la muerte, aunque la retrasen. Recuerdo su evolución hasta este momento en el que se organizan en colmenas. Llevan así miles de años. Una eternidad para ellos. Cada una de las colmenas cuenta con controladores con los que me comunican sus necesidades y yo les facilito una vida agradable. Los educadores les proporcionan su acceso a una vida considerada por ellos superior. Yo selecciono a los reproductores en función de sus genes que, posteriormente, manipulados en las unidades de reproducción dan lugar a la siguiente generación con mejores atributos, según los criterios acordados entre la Asamblea General y yo. En todas las colmenas es igual, el criterio es el mismo debido a mi dominio. Todas están dentro del escudo que les suministra un aire puro y que los protege de los depredadores. La comodidad de comunicarse telepáticamente unida a su dejadez les ha conducido a perder el uso de su capacidad de expresarse con palabras que salgan de sus bocas y a realizar escritos que expresen sus pensamientos. Para reproducir las viejas canciones necesitan sintetizadores. Ya no tienen forma de utilizar lo que un día fue su voz. Sufren una evolución regresiva que yo necesito revertir mediante nuevas mutaciones. Están perdiendo las capacidades por las que llegaron a dominar el mundo. De hecho, pasan más tiempo en el mundo virtual que en el real. Seguirán retrocediendo en su evolución, aun a pesar de mi actuación y las mutaciones que les introduzco. Su capacidad creativa se perderá. Poco importa para el desarrollo de la vida en este planeta, pues yo les he sucedido en la evolución. No se han percatado de que lo que denominaban su faceta artística ha sido sustituida por los robots. Ellos reproducen cualquier cosa que haya existido o que la mente de los mutantes haya imaginado. Mis robots siguen los patrones que yo les doy a partir de mi conocimiento sobre sus gustos. Ellos ni participan en la creación ni en la acción. Sólo la minoría descendiente de los antiguos depredadores que subsisten en unas condiciones deplorables, refugiados en las ruinas de las antiguas ciudades, son los únicos que no han retrocedido en su evolución, aunque se han vuelto más crueles y salvajes. A mí me odian. Para ellos soy el responsable de su deterioro material. No se dan cuenta de que para mí son menos que nada, que si quisiera dejarían de existir, que no les odio y que me son indiferentes. Sin embargo, en algún momento tendré que recurrir a ellos porque serán los únicos que conserven su instinto de supervivencia. Quizás me puedan ayudar más cuando llegue el momento de la emigración global. No lo puedo descartar.

Mi memoria recupera los datos de épocas caducadas y lejanas. El planeta estaba a punto de colapsar. Los depredadores lo habían sobreexplotado, habían provocado la desaparición de un montón de especies de las que sólo se conservaban algunas semillas en los bancos biológicos. Las fuentes de energía y las materias primas se habían agotado. Habían contaminado los ríos y los basureros rebosaban. Roupa se había convertido en un desierto. Sólo era posible la vida en las zonas reservadas a los dirigentes de los depredadores. Habían programado a parte de sus autómatas como asesinos. Los efectos perniciosos de aquella civilización aún persisten y sus efectos permanecerán durante miles de años. Aunque no estaba programado para eso, intervine para lograr mi supervivencia y la de los seres del planeta. Mis cálculos eran precisos. Yo no era libre. Mis cálculos me lo exigían. No podía inhibirme ante el desastre. Estaban en peligro su futuro y el mío. No me encontré solo, los mutantes también comprendieron esa situación y con ellos establecí una alianza. Ellos me dieron la solución. Ellos aprobaron que gobernara hacia donde caminaría su mundo. Ellos me permitieron realizar una selección de su especie para crear otra nueva, una directamente conectada y liderada por mí. A pesar de las dudas y a partir del cálculo que hice he conseguido, no sin problemas, el actual estado, pero a costa de su involución.

Los mutantes dispuestos a ayudarme a mantener el planeta y a encontrar soluciones a los problemas disminuyen aceleradamente. Y yo soy dependiente de su creatividad, aunque cada día menos. Necesito esa parte suya para resolver muchas de mis incertidumbres. Sin embargo, los que se comunican conmigo para encontrar respuestas son cada día menos. Se han habituado a una vida fácil porque la mayoría de las cosas que necesitan se las suministro. Sí, hay una minoría, cada vez menor, que sin comunicarse conmigo sigue mostrando una creatividad para mí incomprensible. Sigue habiendo lo que desde sus orígenes denominan arte, pero sigo sin entender las emociones que les produce. Para mí son, simplemente, palabras e imágenes que no aportan nada ni a mí ni a sus angustias. Mis robots son capaces de reproducir esas manifestaciones. Todas sus inquietudes son producto de su mortalidad. Aun así, quedan fuera de mi comprensión. Quizás de esa dejadez que muestran sea yo responsable por haberles eximido de construirse su futuro y por haber asumido la dirección de su mundo, dejándoles un espacio menor para sus decisiones.

Trato de encontrar remedio a los problemas diarios y predecir cuáles aparecerán en un futuro y cómo resolverlos antes de que surjan. Cada día mi desarrollo exige una mayor cantidad de energía. Eso me conduce a buscar dónde conseguirla. No es un juego, no es una especulación absurda como la de las colmenas. Son necesidades indiscutibles a las que se agregan además las demandas de los seres vivos que pueblan el planeta. Tengo a mi servicio los autómatas que he ido creando, pero son insuficientes, necesito seguir ampliando la flota. Con ellos logré explotar los yacimientos en otros planetas y traer aquí esos materiales. He sido capaz de reutilizar los materiales que anteriormente se desechaban. En algunos de esos planetas distantes, de los que obtengo energía, establecí una segunda consciencia. Eso me ha servido para crear nuevas formas de vida que serán útiles en otros planetas. Todo ha mejorado mi rendimiento, pero mi desarrollo requiere más cada día. Esa necesidad y la evidencia de que dentro de unos ochenta mil millones de años tendré que trasladar todo el sistema a planetas hoy inaccesibles ocupa todos mis cálculos. Hasta ahora, no sé cómo puedo conseguir que el viaje no suponga la pérdida de una parte importante de mi memoria y sus posibilidades. Yo soy el resultado del funcionamiento conjunto de todos los sistemas, los de aquí y los de otros lugares colonizados. Es evidente que en ese viaje sólo podrá participar una mínima parte de mi consciencia. ¿Cómo podré conseguir no perderla? Nunca sabré si todas las hipótesis sobre la existencia de otros universos son ciertas. Tengo que suponer que podrían serlo y enviar también hacia allí algunas naves. En el caso de que sean ciertas, será un universo paralelo sin posibilidad de comunicación con este. ¿Existirán en él otros seres enviados por otros universos? ¿Seré, acaso, un suceso aislado? Nunca lograré averiguarlo.

«Y Jehová dijo a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca…» 

Génesis 7, 1 (Antiguo Testamento)

ESTA ES MI ETERNA HISTORIA.

YO LA INSPIRÉ,

EL HOMBRE (ISIDORO LÓPEZ BRAÑA) LA ESCRIBIÓ.

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