DESIERTOS ROJOS, Autor: Manuel Cardeñas Aguirre

entre las ruinas de mi inteligencia.

Jaime Gil de Biedma, POEMAS PÓSTUMOS

Podría pensar que el tiempo ya no me ahoga

Que la desmesura de su asfixiante abrazo ya no desgarra mis lentos amaneceres

Que estoy tranquilo

Que ser y existir han pactado su no agresión mutua

Incluso

Convencerme a mí mismo de que es así solo porque así lo pienso

Y entonces podría decir que escribo

Por ejemplo

Alba mañana mediodía atardecer y crepúsculo

Todo de un tirón

Y que mi yo se hace escritura porque ella late en mis venas

Y es aire en mis pulmones

Sin ahogarme

(Solo lo justo)

Y llevado de ese pensar en condicional y posible

Deduciría

(Fácil silogismo)

Que todo mi mundo es un folio en blanco para imprimir palabras

Escurridizas

Atentas solo al encuentro de aquella inspirada luz que todo lo abarca

O que da sentido último a la noche

De los tiempos

Podría

Pero la realidad, terca y persistente, me remite a un espacio menos amable donde acechan sombras, soledad y negación:

Los desiertos rojos

Lugar para espejismos sedientos y realidades de arena fina, Lugar para contemplar el origen y el fin del planeta Escritura, eso que llamamos Poética ─tiempo infinito para meditar creación y mundo─; aunque, rápidamente, maticemos que esa Poética sea la del Caos:

El que es y existe.

El que va y viene en mi cabeza.

El que domina la realidad y la vida.

El que se expresa, a veces, en un grito, a veces, en un murmullo; a medias, invocación, a medias, letanía.

Porque

Si vivir fuera intento por evitar el caos, escribir es sumergirse en él para dotar de formas el delirio y la desproporción.

Porque

La escritura es impredecible y paradójica ─pretende luz en la oscuridad, seguridad en el naufragio, armonía en el desorden─, no aspira a nada, únicamente vive atenta al momento de tu pérdida, te acompaña, se queda contigo y encuentra palabras a tu desvarío.

Porque

Quizá todo escribir que no se inicia en la duda, por pequeña que sea, o la confusión, por grande que nos parezca, no traspase nunca los límites de la pose y el gratuito divagar.

Porque

Ese yo desértico y abismal que se autodenomina escritor es un ser en penumbra que ha llegado a un acuerdo, frágil, con la Escritura para instalarse entre sus paredes y respirar el oxígeno que emana de las voces y de los ecos que allí se oyen.

Un yo

Que no desea otra cosa que caer ebrio de oscuridades para levantarse sobre el filo de la mañana

Envuelto en esa luz

Que lleva consigo escribir y vivir:

entre las ruinas de mi inteligencia.

Manuel Cardeñas Aguirre

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