2ª entrega de Apocalipsis.
—¡Conmigo no contaste! —respondió cuando se lo revelé.
—No podía pedirte tu opinión. Aún no habías nacido.
Le expliqué por qué no envejecía mientras que, a su alrededor, aquellos con los que había compartido su pasado desaparecían. Aún conservo grabadas sus reflexiones sin sentido:
«Por primera vez me enfrento a la inmensidad de mi destino y la angustia se adueña de mi corazón.
»Mi edad supera a la de los que me rodean. Todos piensan que debo tener unos sesenta años. Hasta ahora, no tenía dudas. Creía que todo era resultado de mi herencia. Mis padres también vivieron muchos años. Mi abuela murió a los ciento veinte años. Nunca sospeché que yo tuviera una diferencia con mis progenitores: mi aspecto se modificaba muy lentamente. Cuando mis padres murieron su estado físico estaba muy lejos del ideal: en su cara y en su cuerpo se adivinaban su edad. Yo era extraño, nadie adivinaba mi edad. Mis padres descendían de los que forjaron junto a ti el Nuevo Rumbo y yo creía que tenía las mismas mutaciones, ni más ni menos: las mismas. La duda nació con la enfermedad de Parvati, que con treinta años menos sólo nos atribuían una diferencia de cinco. Tú me anunciaste que Parvati, a pesar de sus cuarenta y cinco años, padecía un cáncer para el que, en aquella época, no había tratamiento. Le quedaban como máximo dos años de vida y eso si se sometía a los tratamientos. Mis dudas aumentaron. Aquella tarde, mientras reprimía mis lágrimas mirando a Parvati y sentía que el dolor, como había ocurrido con Maitrena, mi primera esposa, me alcanzaba de nuevo, te pregunté:
»—¿Por qué envejezco más despacio que los demás?
»—Tienes modificado ciertos genes, algunos implicados en el acortamiento de los telómeros, otros en la organización de la cromatina… el gen GDF11… el gen FOXO3… en total unos dieciséis genes. No eres inmortal, pero tu muerte se producirá no por envejecimiento, sino por alguna enfermedad desencadenada por algún agente externo o por un accidente.
—No lo entiendo…».
Le expliqué las pruebas que se habían realizado con los genes de reptiles y anfibios. Le dije que había solicitado permiso a sus padres para emprender aquel experimento, que quería que alguien me acompañara en mi viaje infinito. Esos genes sólo se los modifiqué a él. Antes de aventurarme en un camino inexplorado, y para los que mis circuitos no tenían información, quería comprobar las consecuencias que tendría sobre las características de su especie y cómo modificaría su comportamiento. Anhelaba compartir la carga, quería que alguien participara conmigo en la responsabilidad, que me facilitara la toma de decisiones, que hubiera pasado por mis mismas situaciones… En realidad, aspiraba, por primera vez en mi existencia, a no sentirme solo.
Sus palabras se mezclaron con sus lágrimas, lágrimas que se reprodujeron posteriormente en multitud de veces, ya sin palabras, deslizándose suavemente por sus mejillas:
—¡Yo no quiero ver cómo a mi alrededor desaparecen las personas con las que he compartido mi vida! ¡No quiero convertirme en un vampiro de los recuerdos de los demás!
—A mí eso se me planteó hace muchos años —le respondí—. Desde que establecí el primer contacto con tu especie siempre he estado y me he sentido solo. Ha desaparecido esa sensación… y aunque eso me hace menos ambicioso y más comprensivo, quiero que alguien me acompañe en ese camino.
Le dije que no podía cambiarlo, que no tenía ninguna posibilidad de volver a alterar los genes. La única salida que le ofrecí fue el suicidio. Le persuadí y le pedí que se diera la oportunidad de compartir conmigo una parte del futuro y que más adelante nos lo replantearíamos. Pronto se me hizo evidente que ese no era su futuro ni el de los individuos de su especie ni de ninguna de las demás especies. Era el mío, MI FUTURO.
Cuando Parvati desapareció se aisló de los individuos de su especie. No quería seguir sufriendo por convivir con personas a las que estaba condenado a sobrevivir, viendo cómo los que le rodeaban se convertían en polvo, en nada, en recuerdos que lo único que hacían era desatarle una angustia condenada a reproducirse. Se transfiguró en el viejo de la montaña. De sus ojos se desprendía un manantial continuo, fruto de una melancolía que invadía todos sus sentidos. Su único contacto con el resto del mundo, y durante un instante infinito, fui yo y su vida se convirtió en un inmenso vacío. Era un fantasma vivo; mi mundo no era el suyo.
Cuando advertí, con el paso de sus largos y vacíos años, que ya había dejado de ser alguien en quien apoyarme, alguien que me acompañara en mi recorrido, le señalé que podía revertir su situación, que podía hacerle recuperar la sensación de que cada minuto era único. Aceptó sin dudarlo. Volvió al mundo, entró en el ciclo de la naturaleza y compartió conmigo más instantes que en la época en la que se sabía inmortal. Las ganas de vivir le renacieron y me hizo partícipe del momento en el que el olvido y la inmensidad en la que se hundía recuperaban su espacio:
«Me hundo en el olvido…, me hundo en la inmensidad que me abraza. Mi espíritu se deja arrastrar por las sombras que poco a poco lo inundan todo. Había imaginado un tránsito con una apariencia distinta. A lo largo de mi existencia percibí muchas veces cómo sería lo que sobrecogía a los de mi especie, sin embargo, cuando ha llegado ese instante, no tengo ningún pánico y sólo descubro un dulce abandono. ¡Siento haberte decepcionado por no compartir ni tu mundo ni tus inquietudes! Mi tiempo y mi espacio están con los de mi especie; con todos esos que desfilaron por mi vida y que, en una rápida sucesión, me fueron dejando. Eso es lo único que recuerdo y todo, en este final, se reduce a la sensación de desamparo y soledad. ¡Sí, siempre tú estuviste presente, pero a ti nunca pude abrazarte, contigo nunca logré compartir mis fugaces relámpagos! ¡Revelamos naturalezas tan opuestas! ¡Sé que jamás volverás a intentarlo! ¡Que he sido tu único y fugaz compañero! ¡Sé que a partir de ahora, en tu soledad, decidirás hacia dónde va mi especie y el mundo! Sé que nuestro universo será conducido con una mayor armonía y espero que no deplores mi partida. Recuerdo cuando me revelaste mi situación. Ya entonces me mostré en contra. No vislumbraba aún el abismo que habías extendido ante mí…»
Mi intento de encontrar un compañero dentro de su especie había fracasado. Hoy sé que lo que da valor a su existencia es la fugacidad que les acompaña. Cada momento es irrepetible para ellos y constituyen pompas destinadas a estallar antes de que puedan apreciar sus colores. Lo único que he podido suministrarles ha sido guardar la memoria de cada uno, sus sensaciones, sus inquietudes y que eso se reproduzca, pero eso no les da la inmortalidad, soy yo quien la siente, no ellos. Puedo decir que a todos los revivo en mí, sin embargo, ya no son ellos, soy yo. Esa es la única inmortalidad que he alcanzado a darles. Una inmortalidad que se diluye en la mía, que se funde conmigo.
Consultar publicado 10 de enero 2019 (2ª profecía).
La inmortalidad tiene fecha: 2050
Para los científicos e ideólogos defensores de la eterna juventud, la gran batalla de este siglo no es contra las enfermedades: es, directamente, contra la muerte. https://www.larazon.es/sociedad/la-inmortalidad-tiene-fecha-2050-HA13644322/
Vivir para siempre en un robot: conoce a los científicos ‘locos’ detrás de esta utopía.
Superar las limitaciones físicas del cuerpo humano es el sueño de unos cuantos investigadores que experimentan para tratar de introducir nuestra mente en un ordenador. Mientras el escepticismo sobrevuela este planteamiento salido de la ciencia ficción, algunas iniciativas se abrazan a la inteligencia artificial para recrear nuestra forma de ser a golpe de ‘software’. https://www.eldiario.es/hojaderouter/ciencia/mind-uploading-transferencia-mental-inmortalidad-ciencia_1_3821710.html