El gong de la noche
se estrella en el sol
y rompe un recuerdo
al despertar.
La memoria indeleble
esculpe volteretas
de grava encendida
y riza los vientos de un día
extasiado de espejos,
junto a alfombras de libros,
pasteles de fresas
y vino blanco.
Talla racimos
de enredaderas,
el vientre arbolado
sobre la gruta dulce
de los secretos.
Nos encierra en enigmas,
como si fuéramos
algo impronunciable que para existir
tuviera que cambiar latidos
por embrujos de ciudad,
por toldos erosionados,
por relieves de un barco
fantasma en la niebla.
Y nos encontramos,
acaso porque el tiempo
juntó auras y grabó pasados
con su cincel eterno,
y levemente posó
largos adagios en nuestras manos,
y ahora las notas se vuelven caricias
que reptan por la cortina
como una piel que huye
incapaz de asimilar
el trémulo sentimiento
que la atraviesa.
Figuras de seda,
hogueras con boca,
memoria que nos rescata
y muerde el dolor hacia adentro
para curar el aire roto
que nos moldea.
Y al reconocernos
dejamos crecer los cuerpos
(cejas, tendones, grietas),
y la autopista sube
a la habitación y se instala
en el techo como un carrusel
de coches hipnotizados,
y una ola de tu cuello
causa estrépito en mis ojos,
Y con voz de agua pronuncias
que yo soy el amor,
la trascendencia.
Ana Sánchez Huéscar
(Anacrónica)