En una sucesión de maniobras premeditadas, el Canario, vecino de la calle Erlich del barrio Trapiche, sometió sus deseos a una realización evitable. Pensados pensamientos fueron desarrollados un día martes del mes de septiembre; ella así lo declara. Dicen que el amor nació de relámpago, de una sola vista a distancia que armó cimiento. El Canario venía de cumplir años, de un festejo de carne asada y continuos brindis para recordar viejas anécdotas. Dos días después, en estreno de nueva edad, paró un momento a mirar su teléfono celular y ojos vista más allá, a una distancia que cruzaba el verde naciente de la plaza del barrio, ella, mochila en hombro, hizo contacto. Un cruce de ojos en perspectiva de similitud. El Canario creyó ver en ella a una antigua integrante de la comunidad educativa que hizo parte de su vida por años. La sabía menor que él. Quiso seguirla y corroborar su primer pensamiento, pero cedió. Se quedó parado viéndola irse caminando y doblar en la esquina de L y B. Ese fue inicio.
En la cuarta página escrita con tinta azul en su cuaderno cocido marca Rivadavia, ella indica: “Creo que ayer reconocí a quien puede llegar a ser mi asesino. El hombre que rompa lo poco que poseo y haga de mi corazón un nudo de éxtasis. Deberé prestar atención. Lo quiero”. Quince días más tarde se cruzaron en los pasillos del supermercado del barrio. Ella llevaba un vestido liviano para resistir el calor; ojotas en pies. Él, bermuda beige y camisa manga corta. Otra vez el estímulo y la reacción. Fue en aquel instante en el que la sucesión de maniobras premeditadas indicadas anteriormente comenzaron. Al día siguiente ella escribió con tinta azul en su cuaderno cocido marca Rivadavia: “Manifiesto convencimiento de que lo pensado es cierto. Él será el culpable”. El próximo encuentro ocurrió como consecuencia inevitable del anterior. La combinación de sus cuerpos había sido decidida en los pasillos del supermercado, entre latas de atún, fideos y galletas dulces. Un cucurucho en manos de ella; él, vasito plástico con contenido que se derretía al calor floreciente. El Canario continuaba aferrado a sus pensamientos previos e iba desarrollando su plan, su esquema, lo que pudiera. Aquella noche ella escribió con tinta azul en su cuaderno cocido marca Rivadavia: “Ciertas dudas nacieron, cuestiono ahora lo escrito con anterioridad. ¿Seré yo la equivocada?”. Pasaron veinte días hasta el siguiente encuentro. Comenzó por la tarde noche de un sábado y concluyó con la separación de sus cuerpos el domingo siguiente por la mañana. Un avión que cruzaba el cielo a distancia fue testigo ciego del beso final. Ella así lo recuerda; el sonido a turbina entre nubes dispersas. El convencimiento del Canario de que hacía lo correcto fue ganando terreno y sus premeditadas maniobras avanzaban serenas en una realización efectiva. En acción opuesta a lo que era ya constante en ella, pasó seis días sin anotar nada. Al séptimo día desde su último encuentro, escribió: “Creo ver nacer en mí sensaciones confusas. Ratifico que la elección no fue errada. La sangre surgirá y sus manos quedarán manchadas. Ahora me pregunto si lo que quería, es lo que quiero”. Una reacción diferente ahora nació. El Canario estaba preso en un recurrente pensamiento que lo absorbía todo el día, todos los días. Una tarde de jueves con su amigo el Mañoso charlaron del asunto. El Canario hablaba, estaba efusivo.
A partir de este punto la historia se vuelve confusa. Los datos reunidos en base a las declaraciones de conocidos se hacen extraños, crean recuerdos de imágenes inventadas y reflejos de situaciones nunca vistas hacen realidad. Se cree que volvieron a encontrarse. En el cuaderno cocido marca Rivadavia de ella la última anotación que puede leerse es la siguiente: “El lugar será ese. Ahora hay solo certezas. Que ocurra”. En un simple giro del destino la historia mutó. Lo escrito anteriormente se cuestiona ahora si pudo haber sucedido o si existirá en un futuro de proyección. Creemos que ella está convencida que así será. Sentada a mi derecha, asiente con la cabeza. Pongo el punto final al informe que deberé entregar mañana a primera hora. Sé que en el archivo los informes se extinguen, se difuminan, y los nuevos ocultan a los anteriores que se callan en una torre de olvido. Todo escrito será nada.
Ahora es tarde, no la puedo retener y la veo irse. A la distancia se gira para la mirada del adiós, sonríe. Camino a casa cambia el aire; parece que va a empezar a llover. Hoy es domingo y es triste despedirse.
Rodolfo Yaz
¡Qué fuerza las elipsis!
Cuando salga la próxima vez a comprar durante este confinamiento, quiero un cruce de miradas que me suponga una certeza y, a mi disposición y convertido en objeto de consumo imprescindible, un cuaderno Rivadavia.
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El cruce de pensamientos de ambos. Los detalles, el cuaderno. Me ha gustado mucho. Y sí, ¡las elipsis!
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