4ª entrega de Jericó
Fátima no cesó en sus dudas: «Estoy cansada de tanta cháchara. Todos quieren que entre en la Red. Puesto que tengo la mutación, lo quiera o no, ya estoy en ella. No sé qué hacer. La conversación con Marcelo en vez de aclararme me ha liado más. Libia, con su sonrisa desbordante es la que me resulta más próxima, aunque su origen es muy distinto del mío. Sus padres acudieron al servicio de fecundación porqué no tenían hijos y ella vive por y para sus hijos, ¡la envidio! Ahmed, con su físico atractivo, me parece un arrogante, siempre está dando clase. Se nota que es profesor. Tiene razón Marcelo, acabará como dirigente. Habla de una forma que, aun con su pedantería, seduce y además ¡sabe de todo! Y se le nota que no es porque consulte con USE; pasa sus ratos libres engullendo de todo, ¡qué diferencia con Marcelo! Él también sabe un montón, pero sólo de aquello que le interesa como economía, historia y sociología. Es capaz de darte un ejemplo de cada cosa que te cuenta. Me recordó a USE con sus explicaciones sobre los romanos, sin embargo, me repele la frialdad con la que expone todo. Sí, definitivamente Marcelo se parece a USE; no se le mueve un músculo de la cara y, en contraste con Ahmed, sus manos permanecen inertes mientras habla. Sin embargo, Marcelo y Ahmed se parecen no sólo en lo mucho que leen. Los dos tienen cicatrices, aunque de origen distinto. Las de Marcelo son producto de su intento fallido de salvar a un niño. Las cicatrices le abarcan piernas y brazos. Las de Ahmed fue el resultado de la mordedura de un perro salvaje cuando era pequeño. Los dos huelen a… tierra mojada. Curioso. Ese olor está mezclado con otro. El de Marcelo, con el olor que deja la tormenta y el de Ahmed, con el olor a farmacia, a producto químico. Ahmed me comentó que Marcelo escribía poemas. No le pega. Me gustaría que me enseñara alguno, pero no sé si le molestará que yo lo sepa. De ambos no sé nada de su origen ni de su infancia. Quien no me agrada es el marido de Libia, Paolo, con su manía de colocarse el paquete continuamente. Me pone nerviosa. ¡Hasta Libia le gasta bromas! Además, parece un saco de músculos sin nada en la cabeza. Marcelo y Ahmed son otros sacos de músculos, pero lo disimulan con su estatura. Están además todos los que me han presentado Libia, Paolo y Ahmed y los que he conocido a través de USE. De la mayoría no recuerdo ni el nombre. Me irritan las simplificaciones que utilizan para que entre a formar parte de la Red. Desde que empecé a comunicarme en la Red no hago más que tomar pastillas para dormir y no puedo seguir así. Encima estoy todo el día canturreando esa canción y… ese moscardón… claro que así USE me deja en paz. Bueno, la verdad es que es él quien menos lata me da. Tengo que decidir algo y para hacerlo tengo que alejarme de este follón, irme a un sitio en el que no me asalten sus llamadas. Cuando lo he comentado con Paolo, ¡tenía que ser Paolo!, me ha dicho que podía ir a un campamento que hace años se utilizaba para estudiar la flora y la fauna, y que está a la orilla del río Purus, cerca de Canutama, a unos dos mil kilómetros de aquí. Él lo conoce porque su hermano y su padre viven en una explotación minera cercana… Es curioso, es de los pocos que conozco cuya familia no pertenece a la seguridad… USE… ¿sí?… ¡Ah! ¡Claro! También son vigilantes y ese es su trabajo en la explotación realizada por robots… ¿Debo darte las gracias?… ¡Ah, ya! Es la costumbre… Ya que estamos, ¿podrías decirme cómo es el sitio?… No creo que aguante ni un día… Bueno, las fotos que me muestras son las del organismo que patrocinaba el campamento… Cierto, te estoy pidiendo información de un sitio donde tú no llegas y del que la única información que tienes es la que se volcó hace mucho tiempo en el sistema… Tendría que ir a Canutama en avión y de allí a ese campamento en un tricoptero y si me harto podría volverme. ¡No sé qué hacer! Estoy segura de que irme de aquí no va a funcionar. No me gusta lo salvaje, estoy acostumbrada a estar rodeada de pantallas y sensores que responden a mis señales. Estoy casi segura de que me voy a inclinar por entrar en la Red… A diferencia de otras redes es bastante respetuosa con la decisión que ha tomado Marcelo, ¿hasta dónde están dispuestos a tolerarlo? Lo que nunca haré es vender la información y no porque sea imposible. Odio al sistema. Es el responsable de la Zona, de las depresiones que me dan, de la esclavitud como única forma de subsistir, de que no pueda salir de ella si no voy acompañada de un arsenal de protectores contra la contaminación o de seguridad…». Siguió con las dudas hasta que emprendió el viaje a Canutama, a pesar de las advertencias y miedos que le transmitían todos sobre la vida en la selva. No comentó en su trabajo dónde se iba y lo programó para que coincidiera con las vacaciones, que se tomó en el mes de noviembre.
Los días antes del viaje los consagró a comprar todo lo necesario sin que las dudas la abandonaran. «No estoy hecha para la vida salvaje», se repetía, «seguro que es muy diferente de la imagen que transmiten los documentales. Nunca me ha gustado esa vida. Diez días me van a parecer meses, pero debo intentarlo…».
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Subió al avión solar cargada con una mochila con el material para su supervivencia en la selva. Sus compañeros de vuelo no eran del tipo de personas con las que se relacionaba habitualmente. También parecían disponerse a emprender una aventura, pero la diferencia se manifestó al llegar a Canutama. A ellos les recibió un guía y un autobús automático. Fátima dedujo que eran empleados de alguna de las múltiples empresas que explotaban la selva. A ella la esperaba un representante de la agencia a la que había alquilado el tricóptero con el que volaría hasta el río Purus y que dedicó la hora siguiente a explicarle su funcionamiento. Una vez aprendido su manejo inició el viaje hacia el campamento en el que pasaría los siguientes diez días. El sonido rotundo de las paletas del tricóptero la acompañó durante el vuelo. De vez en cuando un ruido atronador ocultaba el de las aspas. Correspondía a los gigantescos buldóceres y excavadoras que horadaban la tierra, y que hacía que el vuelo se asemejara a un concierto de tambores y trombones. Al sonido le acompañaba la visión de algo que ya había visto desde la ventanilla del avión: unas enormes calvas en la vegetación de la selva en la que predominaban los colores gris y marrón. Los claros se comunicaban entre sí por lo que parecían caminos abiertos por los ciclópeos buldóceres. Algunas de aquellas calvas eran excavaciones a cielo abierto para la explotación minera. En ellas pudo divisar unas enormes palas extrayendo ingentes cantidades de tierra, tierra que vertían en unas cintas que se perdían en los edificios colindantes con los espacios sin vegetación.
Unos barracones rectangulares abandonados, semiderruidos y sucios la recibieron a la orilla del río Purus. Eran los dormitorios del antiguo campamento , ahora abandonado. Sólo una edificación se mantenía en pie y servía de refugio a los posibles visitantes que se arriesgaran a estudiar lo que quedara de inexplorado en aquella zona. Correspondía al antiguo centro de reuniones. Hasta allí cargó con todo el arsenal que llevaba consigo. Desplegó los generadores electrosolares y los conectó a los cargadores de baterías y se instaló para sus diez días en la naturaleza. A continuación, conectó los cargadores al generador bacteriano secundario. Los primeros cuatro días no pudo dormir apenas. Los ruidos de una clorótica y raquítica selva con unas escasas y minúsculas hojas verdes brillantes, quizá recientes, la angustiaban y la asustaban aun cuando no escuchaba ni el canto de un pájaro ni el aullido de un animal. Sólo le acompañaban los sonidos del viento con su efecto fantasmagórico al rozar los árboles y el ruido del efervescente río cercano. La ausencia de sonidos de animales chocaba con la observación de que los restos de sus comidas, que sacaba todos los días para evitar el mal olor, y de sus deposiciones desaparecían sistemáticamente. Algún animal debía consumirlos. En aquellas condiciones cuando trataba de pensar en la Red, esta se le hacía tan distante como si fuera el fruto de un mal sueño, una pesadilla. Aguantar los continuos chaparrones, ahuyentar a los mosquitos y a los pequeños insectos de nombre desconocido que la incordiaban al amanecer y al anochecer, el protegerse de la acción abrasiva de los contaminantes barnizándose con cremas, aspirar durante dos horas el oxígeno de la bombona que le recomponía sus pulmones… todo aquello agotaba sus fuerzas y su mente. En los instantes libres que le quedaban trataba de pasear por la selva cercana. A los pocos minutos desistía ante el peso de sus botas, ocultas bajo el barro que se le acumulaba. El espacio que utilizaba se reducía día a día. Trataba que sus paseos no llegaran a las zonas embarradas. Cada minuto que pasaba entendía menos cómo había elegido aquel lugar alejado de su entorno cotidiano y en el que dedicaba más tiempo a su supervivencia que a meditar sobre lo que la había conducido hasta allí: USE. A ella nunca le había gustado la naturaleza salvaje.
Al quinto día observó que en la copa de los árboles que rodeaban el campamento emergían miles de arañas. Tejían una tela que por segundos se iba espesando. Aquella malla le recordó la red extendida por USE por todo el mundo: «…nos rodea con sus elucubraciones y sus cálculos, y terminará devorándonos a todos, como hacen las arañas con sus telas, que atrapan a los insectos que osan tocarlas. Yo no quiero caer en esa trampa. Voy a luchar con todas mis fuerzas… Lo que sí quiero es que el mundo cambie, que este paisaje arrasado no se repita, que la miseria que he visto desde Brasilia hasta llegar a este campamento acabe. Sola no puedo hacerlo y… lo lógico es que USE asuma la dirección…». Levantó la vista y volvió a fijarla en la maraña de hilos, «¡No puede ser! ¡Las arañas están rodeando la cabaña con su tela! ¡Sí! ¡Es igual que en aquel vídeo que vi en la red! ¿Acaso han notado mi presencia y pretenden devorarme? El vídeo acababa con la estampa de las miles de arañas. Fue una noticia destacada. Más tarde encontraron los huesos de los que habían grabado el vídeo rodeados por hilos de seda, como si fueran capullos. Las arañas les habían devorado. Nunca se supo qué especie los había atacado. Se pensaba que era una muy común en la zona y que nunca, hasta entonces, había atacado al hombre. Me parece recordar que, por los análisis de la seda en la que hallaron envueltos los huesos, se pensó que el comportamiento de las arañas podía deberse a un fármaco contra la ansiedad presente en el agua, proveniente del consumo por la población de la zona. ¡No! ¡No puede ser! ¡Tengo que salir de aquí! ¡La única forma de romper la tela es quemándola!». Entró en la cabaña, cogió el quemador de gas que usaba para hacerse la comida y lo encendió. Acto seguido se colgó la mochila abandonando el resto de cosas esparcidas por la habitación. Salió de la cabaña y apuntó con la pequeña llama a la red que, en aquel pequeño lapso de tiempo, se había cerrado aún más convirtiendo el día en noche. Al contacto con el fuego se produjo una llamarada que se extendió rápidamente por el resto de la telaraña. Corrió por el hueco que se había abierto hacia el tricóptero y al llegar volvió la cabeza. El fuego consumía la red y se extendía a la cabaña. Junto al crepitar de la madera quemada se oía un sonido agudo continuo, semejante a un aullido, y un olor a goma quemada y madera se extendía por la selva. Sin pensarlo dos veces se introdujo en el tricóptero, lo arrancó y, ya más tranquila, se alejó del campamento. «¡Sí, era lo mismo que vi! ¡Me he librado por los pelos! ¡A ellos los devoraron! ¡No tenía que haber salido de Brasilia! ¡Allí sé que puedo encontrar! ¡No quiero oír ni en broma lo de ir a un sitio salvaje nunca más!». Cuando llegó a Canutama decidió dejar aquella comarca que, en otros tiempos, se había promocionado como el último paraíso sobre la tierra. Su estancia en aquel paraje había sido un fracaso. Ella no era una ermitaña. Aquello no era el desierto. Ella siempre había odiado la naturaleza salvaje. Optó por ir a una zona donde nadie la localizara: la favela de los excluidos adyacente a Brasilia, sitio donde no la molestarían. Allí podría recapacitar, pensar sobre qué hacer sobre su incorporación a la Red. Lo podía hacer en un lugar más seguro, cómodo y próximo a su casa.