EL PREMIO, Autora: Carmen Lalinde Antón

 

 

    Hoy es martes. No debería estar por aquí. Si te encontrara de frente no sabría cómo justificarlo. Creo que te diría que tengo cita en la peluquería. Ya sabes lo especial que soy yo con mis cosas. No cambio tan fácilmente ni de hábitos ni de gente. No soy como tú. Espera, me voy a meter el pelo dentro de este viejo gorro de lana, ese que nunca te ha gustado. Realmente me vendría bien esa cita en la peluquería. Desde que no estamos juntos no me miro demasiado en el espejo. Es como si despreciara lo que veo. Parece que pensara, si tú no me quieres, yo tampoco lo haré. Ahora que has preferido a otra, tengo la sensación de que no soy apetecible para nadie. No he resultado nada difícil de hundir, ya ves.

   Aún puedo oír tus palabras dolorosas, puntiagudas, clavándose en algún sitio muy hondo de mi cuerpo. Y lo peor es que no me lo esperaba. Así de tonta soy. Creía que estábamos bien. Pues claro que no era lo mismo. Después de veinte años, ¿cómo va a ser lo mismo? Ya casi no hablábamos, eso es verdad, pero yo pensaba que era solo una cuestión de confianza. Además, tú nunca has sido muy comunicativo que digamos… Cuántas veces me he sentado a tu lado a esa hora final del día que parece que invita a hablar y  has decidido que era mejor hacer cualquier otra cosa o simplemente callar…

   Ahora estoy justo debajo de la que era nuestra casa. Caliente, caliente. Miro hacia arriba y veo la ropa tendida. Puedo distinguir las costuras y las etiquetas de tu pijama. ¿Ella no da la vuelta a tu ropa, verdad cariño? Bravo por ella. Ha conseguido llevarse el premio sin demasiado esfuerzo. Yo odiaba darle la vuelta a tus camisas, a tus calcetines, a tu pijama…, rabiaba y te lo repetía cada vez, pero tú eras incapaz de hacerlo y yo de dejar todo del revés.

    Me enciendo un cigarrillo para tener una excusa que me permita no seguir andando. Debo de estar muy enferma para sentir la necesidad de venir hasta aquí todos los días y recrearme en mi desgracia. Me acurruco en la esquina, echo el humo por la boca y al salir se multiplica con el del frío de la calle. A través de él veo la cuerda. Una paloma revolotea con fuerza alrededor de ella. Parece enfadada, con su gorjeo de sonidos vibrantes e interrumpidos. Creo que quiere darme la razón. De pronto aparece otra de mayor tamaño. Bate sus alas y produce un sonido muy parecido al aplauso. Quién sabe, quizá te lo esta dedicando. Las dos desaparecen en un único aleteo y vuelvo a concentrar mi vista en la cuerda. Al lado de tu pijama cuelga uno infantil, deslavazado, con el capitán América muy arrugado, como sin ganas de salvar al mundo. Se me empañan los ojos y con la mano que no fumo hago presión para que se vuelvan a tragar las lágrimas. No quiero llorar otra vez. De repente, me acuerdo de cuando ponía una lavadora llena de peluches. Nico estiraba su cuello y me miraba preocupado al verlos salir tan mojados. Le costaba reconocerlos y me preguntaba con su gesto fruncido si todo iba bien. Luego palmoteaba al darme las pinzas que yo colocaba con cuidado en cada oreja. ¿No les duele? Me decía en voz baja para que los muñecos no pudieran oírnos. Lo mejor era retirarlos de la cuerda ya secos, llenos de sol y de olor a suavizante. Esos son los días felices y mullidos que me han arrebatado las semanas alternas. Esos días en los que todos me aconsejan que disfrute de mi espacio, de mi tiempo. En los que abandono mi casa para que entréis vosotros, para que entre ella… Porque así lo decidimos por el bien de Nico. Su adaptación sería más fácil si él no cambiaba de ambiente. Son esos días en los que no sé hacer otra cosa más que andar merodeando como una leona herida.

   Si consigo fijar la vista veo unas braguitas diminutas a continuación del pijama del Capitán América. Son rojas y tienen encaje. Justo del estilo que yo aborrezco. Alguna vez tanteé si a ti te podía gustar ese tipo de lencería y la respuesta siempre era negativa, cosa que me tranquilizaba. Era una especie de confirmación sobre lo alejados que podían llegar a estar de nosotros ciertas preferencias en ese terreno. Lo consideraba algo único, compacto, un rechazo de los dos hacia algo como si fuéramos solo uno. Ya veo que me mentías en esto también. Realmente te vuelves loco por unas braguitas rojas de encaje, ¿eh? Al final todo es tan ridículo… Miro y no puedo soportarlo. Están tan pegadas al pijama de Nico que hasta creo que comparten pinza. Es repugnante. Aspiro el humo hasta llegar al filtro y tiro la colilla con rabia.

   Continúo con la lectura de la cuerda como si siguiera un pentagrama. Después de las braguitas veo unos calzoncillos que supongo que serán tuyos. Me imagino con esas letras de Calvin Klein rodeando tu cintura y definitivamente me parece que eres otro. Cuánto has debido de cambiar para gastarte más de diez euros en algo así. ¿O es que te los ha regalado ella? ¿Por qué dejaste que sucediera? ¿Cómo pudiste permitirle que se colara en nuestras vidas de esa manera? Cuando me la presentaste como tu nueva ayudante de gabinete nunca pensé que acabaría colgando sus braguitas rojas con encaje de mi cuerda. Parece que la estoy viendo, con esa coleta tirante, sin un pelo fuera de su sitio, de esas que no hacen preguntas de más. No como yo, que si me dejan hablo sin parar, sin valorar lo que digo, sin distinguir lo que es interesante para los demás… Pero no, ella no…, ella, aunque no dé la vuelta a tu ropa, sabe ser eficaz. Va y apunta al centro. Sabe cómo ganar y le sobra tiempo para comprarte calzoncillos de Calvin Klein…

  Toco el collar que me regalaste no hace tanto y lo noto frío en mi clavícula. Ese frío que traspasa piel y huesos. Que te invade por completo, que se ramifica y que se instala. Me abrazo para entrar en calor y hacer entender a mi cuerpo que es hora de irse. Casi cuando he dejado de mirar hacia arriba aparece la paloma de menor tamaño. La enfadada. La mía. Sobrevuela varias veces la cuerda y antes de desaparecer deja caer un recuerdo que resalta como una condecoración sobre el rojo del encaje.

Carmen Lalinde Antón

 

(Pintura de cabecera, Autora: Alicia Antón)

7 Comentarios

  1. Que bonito! Es una delicia leer tus relatos. Escribes maravillosamente bien. Las descripciones son perfectas y te hacen sentir que estas dentro de la situacion, Resumiendo que me encantan

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  2. Es una descripción perfecta de la vida de muchas personas. Me ha encantado, puedes imaginarte Haciendo lo mismo que la protagonista. Enhorabuena.

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  3. Es una descripción perfecta de la vida de muchas personas. Me ha encantado, puedes imaginarte Haciendo lo mismo que la protagonista. Enhorabuena.

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