Me molestó que utilizara el gastado truco del gesto Jedi. Ese aspaviento que se realiza con alguna de las manos, dependiendo si eres zurdo o diestro. Sí, ese caprichoso movimiento donde la palma de la mano se mueve lentamente de izquierda a derecha o viceversa, frente a tu cuerpo, como si desplazaras el aire insano que respiras. Una especie de signo invisible que en las películas galácticas significa el uso de la fuerza y que se utiliza para burlar a tu enemigo.
En este caso concreto ese movimiento de la mano significaba solamente la cínica traducción de: ¡Ups! La cagué, pero no te preocupes, que no pasa nada. La pendejada que acabo de cometer en realidad no las has visto, ha sido una simple ilusión, sonríe y la fuerza no la hará de pedo contigo.
Y así con total desparpajo, el conductor del auto deportivo rojo de los cojones, se saltó la línea de stop del cruce y se abalanzó sobre el minúsculo espacio que quedaba frente a la acera del colegio, importándole un soberano pepino que el borde de la banqueta estuviera pintado de amarillo, es decir que fuese un sitio donde está claramente prohibido estacionarse.
No sólo me hizo el gesto Jedi y se parqueó en un lugar no permitido. El sujeto de marras además tardó una eternidad en lograr colocar su coche en ese hueco, sobre todo porque su mano, la que le sirvió para decirme: me la suda lo que pienses, yo voy primero, ahora se estrellaba en la nuca del que supongo sería su vástago. Menudo imbécil.
Respiré tres veces antes de comprender que no valía la pena espetarle una retahíla de insultos, tal y como hubiese hecho hace algunos ayeres. No obstante, pasé muy despacio frente a su automóvil y mi vista recorrió con calma el escenario, hasta que sus ojos se alzaron por encima de las gafas de sol, sin duda de marca, y me miraron por un instante. Preciso momento en el que yo, esbozando una sonrisa muy tímida, elevé mi mano frente a mi cara, y la moví lentamente de derecha a izquierda. No, no le mostré la palma para devolverle el saludo Jedi, sólo encogí los dedos: pulgar, índice, anular y meñique y dejé que leyera entre líneas.
En ese momento sublime, no pensé en las caras atónitas de las maestras que se encontraban frente al portón del colegio, ni tampoco en las risas burlonas de algunos de los alumnos. Yo avancé con un regusto en el estómago, pero la sensación me duró poco. Al llegar a la oficina tardé casi quince minutos en encontrar un lugar donde dejar el auto. Caminando hacia la oficina me di cuenta de que dos lugares del estacionamiento estaban semiocupados, por qué, porque dos graciosos que seguro llegaron tarde se les ocurrió dejar sus trastos en mitad de ambos sitios.
Por un momento pensé rayarles la pintura con la llave, pero después de respirar tres veces, recordé que no debía hacer corajes, pues estaba enfermo de la garganta y la mucosa fétida y purulenta que se acumulaba en mis pulmones podía agravarse si mis defensas seguían excitadas. Por lo tanto, sólo escupí sobre el parabrisas de los listillos y me encaminé raudo a la oficina.
El día transcurrió normal, dentro de lo que cabe, ya que no podía faltar la monserga de cada día de López. Esta vez no sólo se vino a burlar de mí por la derrota del Barcelona ante el Liverpool que, efectivamente, había sido un soberano bochorno, por decir lo menos, sino que también el muy mamón, se burló pomposamente de mi teléfono chino. Ya que, chismoso como es, me vino a restregar que Trump, el presidente más idiota del imperio, ahora sí iba a meter en cintura a los “pinches” chinos que, según él, sólo se dedican a copiar mal las cosas y a venderlas baratas. Otro genio.
Lo dice él que ve el futbol en una pantalla de 50 pulgadas gracias a que los “pinches” chinos las venden a precios modestos. De otra manera, de dónde sacaría plata para comprar algo así. ¿Con mil “pinches” euros al mes? Gracias a los chinitos tenemos tecnología, pero hacérselo entender a López, es como querer sacar agua de una piedra.
Total, que todo el puto día tuve que aguantar su jerigonza. Y no acabó ahí. Efectivamente, como había dicho López, el anuncio de Trump de su guerra comercial con China, echó abajo las acciones de la empresa en la que trabajamos que es americana y que se dedica a vender microchips para los chinos.
Para la empresa, la mesa estaba puesta, el pretexto perfecto para más recortes y el pendejo de López que no se lo imaginaba. Si los números andaban mal, al llegar la tarde estaban peor. El presidente de la compañía emitió un boletín de alerta a la bolsa y “but of course”, lamentó la situación y advirtió que habría repercusiones en la plantilla. Todavía antes de salir de la oficina, el pinche López se atrevió a pronosticar que a nosotros no nos tocaría. Pendejo, es tan ingenuo.
Pero, lo mejor del día me lo tenía reservado la noche. Decidí evitar el tráfico del camino más corto a casa y tomé la carreta que rodea el sector de la ciudad donde vivo. Casi al llegar, en el último tramo que son unos cinco kilómetros, me pescó un atasco. Sobre la orilla de la carretera se avistaban tres autos que había tenido un alcance, él último de ellos un deportivo rojo que, de manera clara, era el más dañado. Frente al percance se avistaban las luces de neón violetas del viejo bar de la carretera. Los autos avanzaban lentamente y como quedaban unos cincuenta metros para la desviación que debía tomar, decidí conducir por la orilla de la carretera. Aceleré con precaución, pero justo cuando estaba frente al burdel, me llamó la atención un hombre de mediana edad que yacía sentado en el suelo, recargado sobre la pared.
Llevaba unas gafas de sol que me recordó al padre del colegio de la mañana. ¡No!, no era posible, ¡era el padre del cole! Disminuí la velocidad hasta detener el auto frente a él. Sus ojos se elevaron una vez más por encima de los anteojos que reflejaban la luz violeta del “bar de noche” y se clavaron con dificultad sobre mis ojos. Pasaron unos instantes y entonces me reconoció. Sus piernas arqueadas sostenían con dificultad sus brazos. Él esbozó una pequeña sonrisa y alzó su mano derecha. No con el saludo Jedi, pero sí con los dedos contraídos menos el de en medio. Yo toqué la bocina tres veces y sonreí aliviado. Después de todo el día no fue tan malo.
Jocke, Madrid, mayo de 2019.
¡Qué buen final!
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Me alegro que te guste.
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Ah, las delicias del conducir por las ciudades… delicias que yo ya no disfruto !
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Todavía me estoy riendo. Voy a ver si alegro el día a los que me acompañan. Gracias por compartirlo, Joaquín.
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