Me miré en el espejo y di un paso hacia atrás asustada. La imagen que vi en él se parecía a mí pero cuando yo era mucho más joven. Su cabello de color caoba estaba suelto y brillante mientras que el mío, encanecido y apagado, lo llevaba recogido en un moño. Su rostro era terso e impoluto mientras que el mío estaba plagado de arrugas y de manchitas. Y además, el reflejo llevaba puesto un elegante vestido largo y rojo mientras que yo llevaba un pijama gastado y gris.
Sin embargo, dudé si me estaba viendo a mí misma rejuvenecida. Pues aunque físicamente el reflejo se parecía a mí yo nunca en la vida había vestido de aquel modo tan llamativo, ni había mirado con tanta altivez. ‹‹¿Qué clase de alucinación es esta?››, me pregunté con temor. Sin embargo, aquel reflejo me atraía de un modo irresistible. Me sentí como una polilla que no puede evitar volar hacia la luz artificial.
Me acerqué despacio al espejo y el reflejo también se acercó a mí. Sentía mucho miedo pero a la vez asombro y fascinación por aquel misterioso ser que me sonreía de un modo extraño. Era una sonrisa bella pero detrás de ella parecía haber una sombra de maldad.
―¿De qué tienes miedo?
Me sobresalté al oír su voz. Aquella voz era mi propia voz pero sonaba con mayor dureza que la mía. No me atreví a decirle nada. Cerré los ojos, apreté los párpados con todas mis fuerzas deseando que al abrirlos me viese a mí misma tal y como era, que aquel extraño ser hubiese desaparecido. Pero cuando abrí los ojos, el reflejo continuaba allí, enfrente de mí, expectante.
―¿Qui…qui…quién…eres? ―le pregunté tartamudeando.
―Soy tu yo del futuro.
Me costó asimilar la respuesta. Tras unos instantes de silencio, me armé de valor y le pregunté:
―¿Qué quieres?
―¿Qué crees que quiero?
Mi reflejo había levantado aún más su cabeza y ahora me miraba de un modo desafiante.
―No lo sé ―le respondí con la voz temblorosa. Un sudor frío recorría mi frente y mi espalda.
Mi yo del futuro, por vez primera bajó la cabeza y miró hacia el suelo. Parecía triste y angustiada. Entonces me atreví a preguntarle:
―¿Cómo es posible que siendo tan joven seas mi yo del futuro?
El reflejo me miró rápidamente volviendo a sonreír de un modo que parecía ocultar malicia. Sin duda mi pregunta le había gustado.
―Esa es la clave de todo. Si tomas el camino correcto rejuvenecerás y tendremos una vida eterna las dos, pero si te desvías de él tu vida será miserable y yo dejaré de existir.
Permanecí callada unos instantes. Después le hice otra pregunta:
―¿Y qué camino es ese?
―Si quieres saberlo deberás atravesar este espejo.
‹‹¿Atravesar el espejo?››, me pregunté incrédula. Sin duda debía pedirle ayuda a un psiquiatra. ‹‹Estoy desvariando››.
―Eso no es posible ―le dije con enfado al reflejo y salí de mi cuarto. Me dirigí a la cocina y comencé a prepararme el desayuno. Sin embargo, no tenía ni pizca de hambre pues un nudo me atenazaba el estómago. ‹‹¿Seguirá ahí mi yo del futuro?››, me pregunté inquieta. Miré mis manos arrugadas y pensé en lo maravilloso que sería ser joven de nuevo. ‹‹¿Y si me está diciendo la verdad?››.
Aunque en mi fuero interno una vocecita me gritaba que aquello no era trigo limpio, la ignoré totalmente y entré de nuevo en mi habitación. Cuando me miré en el espejo, este me devolvió mi auténtico reflejo. Suspiré aliviada. Sin embargo, no pude resistir la tentación de tocar el espejo. Me asusté al sentir cómo mis dedos se hundían en el cristal como si fuese agua. Una curiosidad irrefrenable se apoderó de mí. Quería saber que había al otro lado y, aguantando la respiración, hundí mi cabeza en aquella sustancia líquida. En aquel momento, una energía muy fuerte, como un imán, atrajo todo mi cuerpo hacia el interior.
Cuando miré a mi alrededor vi que estaba en un lugar totalmente oscuro. Tan solo pude distinguir al espejo. Sólo que en él no veía nada más que mi habitación vacía, yo no me reflejaba en él. Comprendí que estaba viendo el espejo desde dentro. De pronto apareció frente a mí mi yo del futuro y me dijo:
―Qué fácil ha sido engañarte ―y comenzó a reírse de un modo terrible. Después se marchó sin decir nada más.
―¡Socorro! ―grité pero nadie parecía oírme. Sin duda había caído en la trampa de aquel maligno ser. Toqué el espejo, pero el cristal volvía a ser tan sólido e impenetrable como siempre.
Lloré desesperada durante un largo rato. Sin embargo, después pensé que no me daría por vencida porque sentí que había alguien conmigo, alguien a quien no podía ver ni oír pero que estaba ahí y me ayudaría a salir de aquella trampa.
Fueron pasando los días, los meses y los años. Hasta que una noche, el maligno ser regresó a mi habitación riendo con su terrible risa.
―¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal estás amiguita?
La miré a los ojos con determinación y le contesté:
―Mejor que tú.
El ente arqueó una ceja con incredulidad. Tras unos instantes me dijo:
―Lo dudo ―Entonces le dije:
―Este lugar ya no está tan oscuro como antes. Ahora puedo ver en él un camino de luz.
Me hablaste de que existía un camino que conduce a la eternidad y quizás sea este que estoy viendo con mis ojos. He estado esperándote, por si regresabas. Tan solo quería preguntarte si quieres venir conmigo.
El perverso ser ya no dudó tan rápidamente de mis palabras. Sus ojos reflejaban sorpresa y miedo.
―¡He estado siglos encerrada ahí por una maldición y sé que no hay nada! ¡Nada! ¡No puedes engañarme!
―Te estoy diciendo la verdad. Pero si no me crees me iré sin ti ―le repliqué.
―Muy bien, adelante, vete ¿a qué esperas? ―me dijo en tono de burla.
En ese momento, me di la vuelta y comencé a recorrer el camino luminoso.
―¡Vuelve aquí ahora mismo! ―oí gritar al ser con rabia cuando vio que me alejaba, pero yo, por supuesto, no le hice caso y continué caminando con paso ligero.
Cristina Rubio Seguí
Original propuesta el yo joven a través del espejo. Gracias por compartirlo.
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