Eres Morfeo despierto
cuando te digo Adiós.
Y me voy.
Puede que haya abierto la puerta
y que la lluvia fina me esté mojando,
pero yo todavía sigo aquí, contigo,
aunque no sepa acercarme ni decir:
“Qué tal la vida, he estado enferma”,
aunque tu mano baile en mi cintura
sin el compás de los dedos
y yo te descubra inadvertida
una mancha en la camisa
con la forma de Grecia al revés.
Vuelvo a casa
por la violeta sombra
de los edificios y encuentro
pasos hechos antes de tiempo,
porque yo todavía estoy aquí,
contigo, intentado medir
cuánta monotonía hay
en la lentitud de tus párpados,
y mañana aún no existe,
ni tampoco el andén,
ni la mujer de negro
que regresa de viaje
y su sombra va sentada
en otro vagón, rumbo a la noche.
Penélope, Ulises te espera
sentado en un cojín turco,
con la cena fría sobre la mesa.
Con qué color me beberé la oscuridad
cuando las luces falten
si yo aún no me he movido,
si sigo respirándote el amor
y hueles a Orfeo precipitado.
Y puede que tú también
decidas volver a la acrópolis
estructurada de tu destino,
con la silueta de Grecia al revés
sobre la camisa inmaculada,
y aún no sepas que sigues conmigo,
al acecho del Minotauro,
como Teseo extraviado
en un laberinto de deseo
sin más hilo que las
venas deshilachadas
de Ariadna.
Es posible que baje del tren
y tres meses más allá sea verano,
pero aquí llueve, aquí eres,
y he querido decirte algo
con mucha fuerza,
pero mi voz solo ha llorado
esa levedad de lluvia fina
que poseen las tardes de abril.
Grecia al revés, todo revuelto,
y Medusa petrificada
por un beso de Perseo,
a los pies del mar de Tracia,
justo al borde de la mancha
de tu camisa de algodón,
donde me sitúo para
contemplar las montañas
de corales adornados
por la sirena Ligeia.
Mañana no existe
y la calle de los sueños
tiene ansiedad y un ruido hosco
y han cerrado el bar de siempre.
El presente lo es todo
y todo se hace presente
en este verte doliente
que guarda las ganas de tanto…
El alma nos llueve hasta
anegar el secreto hueco
que ha formado el silencio.
Es entonces cuando te siento
y la verdad me trepa
por las piernas
por los huesos
con estalactitas blancas
como cabellos y reímos
en este tiempo sin tiempo
y las musas respiran
boca
abajo
mientras nos queremos.
Ana Sánchez Huéscar
(Fotografía de cabecera, detalle de la escultura «Psique reanimada por el beso del amor», de Antonio Canova)