Mientras guarda los cubos de la basura, el portero me mira con una mezcla de curiosidad y marranería. Yo no me detengo, sigo caminando con la seguridad de que su mirada lasciva me sigue calle abajo mientras el sonido de mis tacones rasga el silencio del incipiente amanecer. Llego a mi edificio en el preciso momento en que Madrid empieza a desperezarse. Son las siete de la mañana.
Me detengo ante el portal y rebusco en mi bolso. No encuentro las llaves. Tengo suerte, una vez más la vecina del segundo acude a mi rescate sin quererlo. Abre la puerta y entro. Ella madruga todos los días para sacar a pasear a Mármol, su perro. Buenos días, me dice mirándome de reojo al tiempo que intenta alisarse el pelo revuelto que delata que acaba de saltar de la cama. Yo contesto con la amabilidad que me caracteriza y mientras me dirijo al ascensor, con su mirada clavada en mi espalda, casi se me escapa un “envidiosa”.
Entro en mi piso, llego a la habitación, enciendo un cigarrillo y lanzo los zapatos lo más lejos posible al mismo tiempo que dejo caer mi falda. A continuación, como si se tratase de una liturgia repetida día tras día, me dirijo a la cocina y enchufo la cafetera. Al volverme, mis ojos tropiezan con la botella de vino que hay sobre la encimera en la esquina de siempre. Un momento de duda recorre mi mente. La noche merecería una copa pero creo que mi cuerpo agradecerá más una taza de ese humeante café cuyo aroma ya empieza a inundar toda la casa.
Regreso a la alcoba y me dejo caer en la cama dando una larga calada a ese cigarro que tan mal me sienta a estas horas pero que tan bien me sabe al mismo tiempo. La mente en blanco y una sonrisa delatan mi certeza sobre lo que va a ocurrir de un momento a otro, y así sucede.
Suena el teléfono, uno, dos y hasta tres tonos. Sé que eres tú. Como tantos otros amaneceres susurras mi nombre y yo me río mientras el olor del café me devuelve las ganas de abrir los ojos. Pongo música; algo de Bossa, con el volumen lo suficientemente alto para que lo oigas. No te gusta y con un poco de suerte colgarás al escucharla. Sin embargo, hoy no te parece mal y quieres seguir abrazado a mí. Me reprochas no haberme despedido antes de marcharme. Y que más te da si me hubiera ido igual, te contesto. Lo sé, sé lo que quieres, sé lo que ahora mismo desean todos los músculos de tu cuerpo. Pero no lo haré, o sí. Miro la botella de nuevo, sonrío y no puedo evitar recordar tantas cosas, tantas palabras tuyas delante de una copa de vino, tantas noches en las que yo no podía dejar de desearte, de morir por una caricia, un beso tuyo y tú solo hablabas y hablabas.
Y lo repites una y otra vez, mientras apenas te escucho. Doy un sorbo a la humeante taza, la que me acompaña en todos los momentos en los que tú estás presente, y me muerdo el labio inferior mientras me deleito con el rico sabor del líquido que poco a poco anega cada rincón de mi boca. Por un instante dudo si me estoy recreando con el café o con lo que tú me estás diciendo… Me deseas, sí, tú siempre me deseas. Y yo a ti, te respondo. Y otra vez me asalta la duda de si eres tú u otro sorbo de café lo que mi cuerpo anhela.
Me acaricias, te gustaría acariciarme, pero no estoy allí, junto a ti. ¿Por qué? me preguntas. ¿Por qué te has ido? Me dices con un tono de enfado. Tus manos quieren recorrer mi cuerpo, ahora, en este instante, justamente ahora. Como siempre las cosas tienen, deben de ser cuando y como tú quieras. Sin poder resistirme cierro los ojos y siento tus caricias. Comienzo a estremecerme como solo tú sabes conseguir que lo haga. No lo haré, hoy no. Pero tus palabras me envuelven y tu voz hace que mi respiración se acelere. Dejo la taza. Cojo la copa. Y tu voz… y tus palabras… La copa se desliza de mi mano y son mis jadeos los que apagan el ruido que produce el cristal al chocar contra el suelo. No lo haré…, hoy no… O sí… Pero tú siempre consigues lo que quieres de mí, no tengo voluntad, haces que desaparezca, que se esfume y me quedo a tu merced.
Baila conmigo, me dices a través del que era un frío auricular y que hace tiempo comenzó a arder… Escucho la música que tú acabas de poner y que sabes bien que tanto me seduce. Dejémonos llevar por nuestro susurro, dejemos que nuestros cuerpos se deslicen por donde ellos quieran, cerremos los ojos y que sea nuestro olor y el roce de nuestros labios los que nos vayan guiando. Ahora siento como tu mano marca en mi espalda el camino hacia el cielo y hacia el infierno en pocos segundos. No cabe duda, me gusta ese infierno donde siempre podemos dejarnos llevar, y amarnos, hasta la extenuación. Ese infierno de claroscuros donde gozar se convierte en un mandamiento, donde no se distinguen tus manos de la mías y nuestros cuerpos se convierten en uno.
Baila conmigo, te digo yo ahora… Haz que mi pecho se llene de aire hasta no poder más, cubre de besos aquel rincón inhóspito de mi cuerpo, no dejes que la sonrisa desaparezca de mi boca mientras me llevas y me traes…
Quiero sentir tu cuerpo en perfecta comunión con el mío. Sentir como late tu corazón cuanto más me acerco y como mi voz se quiebra poco a poco hasta convertirse en un suspiro.
Y quiero que me digas que te haga lo que nadie sabe hacerte mejor que yo…
Es ese deseo en la piel, sin reparos ni límites. Ese que nos lleva sólo adonde nosotros queramos.
Y recorres mi espalda de nuevo, llenándola de besos, explorando el camino hasta mi conocimiento y es cuando entonces siento que lo pierdo, tus labios en los míos… y mi piel no es capaz de sentir más… y mejor.
Te susurro lentamente que lo hagas y lo haces con el poco aliento que te queda. Me amas mientras nuestro recorrido por los rincones del placer no cesa y nuestras respiraciones se confunden. Me amas mientras tu boca recorre mi cuerpo y mis sentidos se buscan en ese delirio sin límite en el que se han perdido.
Llega el momento en el que quiero ser yo la que juegue ahora, y poco a poco, desde tu cuello hasta tu pecho aventurándome por ese sendero que lleva hacia lo prohibido. Escucho el agitado latido de tu corazón, siento todo tu cuerpo erizado y tengo la seguridad entonces de que voy en la dirección correcta. Mis dedos juegan con cada terminación nerviosa de tu piel, y tú me pides más. En ese momento, como en tantos otros amaneceres, me pregunto por qué no me quedé. Por qué me empeño en salir huyendo una y otra vez, por qué no quedarme a tu lado y así no tener que elegir entre el café o el vino y que así tu cuerpo se convierta en mi única opción.
Me excita recordar el olor de tus manos, de tu pecho, de tu sexo. Sentir como me hablan tus caricias y me acarician tus besos. Me dejo llevar por el oleaje de tus palabras al otro lado y deseo hasta morir que llegue la siguiente ola.
Siento tu mano, que en este momento es la mía, entre mis piernas. Cada poro de mi piel te desea, recorro con mi mente, una y otra vez, uno de mis cuadros favoritos, El Jardín de las Delicias, buscando la parte en la cual quedarme contigo. Quizás detrás de aquellas pequeñas montañas donde nadie nos viera, quizás en el centro donde todo el mundo pudiera contemplarnos, quizás en ese lago donde ahora mismo mis dedos se pierden dentro de la humedad de un infinito que se funde con el lento amanecer.
Lleno mis pulmones de ti
Y sonrío mientras espero que tú hagas lo mismo
Vámonos, huyamos
Dejemos por el camino a ese retorno gris
No me sueltes, sigamos adelante
No dejes de acariciarme
No me sueltes, no quiero mirar hacia atrás
Y gozo con esas luces celestes
Llegadas de ese cielo impenetrable
Y solo siento
Me rozas tan solo con tu voz y mi cuerpo se eleva
Muerdo mi labio y saboreo los tuyos
Cierro los ojos, te huelo y te siento y tu mano roza suavemente mi boca,
El calor de tu cuerpo tan cerca
Y el olor de tu ropa en mi almohada…
Me despierto entre sábanas revueltas, no hay ni una sola arruga que no haya nacido de tu ausencia y de ese explorar tu presencia. Contemplo el vacío recubierto de tinieblas de la habitación. A través de la persiana entran las primeras luces del día que van despertando las siluetas de todo aquello que rodea mi cama. Una calma saciada se esparce por el aire a medida que los colores van tomando posesión del espacio.
Al contrario de tantas otras ocasiones, cuando me tapaba la cara con las dos manos preguntándome hasta cuándo mientras que la angustia y el malestar tomaban posesión de mí por haberme dejado llevar de nuevo por tus palabras susurradas en mis oídos y envueltas en el cálido aliento de tu boca, por tus mentiras, por tus deseos, que en verdad son los míos, por la soledad de la noche…, hoy, llena y exhausta, rebosante de pasión incontrolada, solo me queda un deseo: Volver a bailar contigo.
Buen relato.
Un abrazo!
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Muchas gracias
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