ECLÉCTICA DESCRIPCIÓN DE UN CALENDARIO ROTO, Autora: Ana Sánchez Huéscar

 

 

Principios de año y restos aún

de otoño entre las uñas.

Enero se recompone y expira en

días invisibles sin furor ni jardines,

con la fría composición del hielo.

En cambio,

                 febrero no sabe morir;

guarda su secreto en un bosque de nieve

y lame la noche para continuarla

por el vientre del tiempo.

Se ilusiona cuando piensa

que podría conocer el olor de la jara y

luego agoniza ante la presencia de marzo

de piel abierta y madreselva en las grietas.

 

Tulipanes, oh, tulipanes, presidiendo

los días de papel como alambres blancos

en una canción de Jeff Buckley,

vertiendo monotonías de miércoles

y domingos de resaca.

 

Abril derrite la compacta arquitectura

de los seres dormidos,

odia el hollín de las chimeneas,

peina soledad y se enamora de un olivo

que nace adherido a la raíz arrebolada

de mayo de tierra verde…

Todo pierde densidad, se reduce el mundo

cuando el cielo es una bailarina de gasa y plié.

Junio no está, se ha roto

en noche luminosa

y cae a las aguas del Leteo

sin recordar que una vez amó.

 

Tulipanes, oh, tulipanes, como un fantasma

con multitud de brazos que quisiera espantar

la bipolaridad de los sábados.

Y los jueves, verduras al vapor.

 

Naranja buscando sombra, julio.

Hay algo atávico en el diptongo

que forma su nombre,

algo salvaje que desnuda cerezas

y venda heridas de sol naciente

para que agosto retenga amantes

antes de que el verano acabe estampado

contra los vidrios de un espejismo.

Septiembre salta en mil pedazos

se traga la cuchara de los vientos

y duerme en un jarrón con tulipanes.

 

Tulipanes, oh, tulipanes, enhiestos

como el sexo de una tormenta con electricidad.

El deseo con relámpagos entre los dedos

tapa goteras los martes de lluvia

y espera sin éxito el pequeño poema

de los viernes.

 

Octubre pierde el siete y el quince,

solo los números pares resisten la gravedad

de las noches inertes;

se descuelga un abrazo de papel arrugado

y la suavidad de los membrillos

atrapa el candor mullido con su redondez.

Sin que la desolación se imponga todavía,

el otoño vuelve, congela sus ocres,

vive doce horas en una euforia desmedida

y compite con la belleza de las enredaderas.

Convertido en melancolía,

se le caen los días y le nacen noviembres

que albergan el grito apagado de los parques.

Al mediodía, diciembre salta a la comba

y mastica un poema embriagado.

Mi boca en su boca con el abrigo gris

y la dulce manera de llorar la muerte

de todas las flores.

 

Tulipanes, oh, tulipanes, como catalejos ciegos

perfumando despacio una tierna apatía.

Cuarto creciente en una montaña que

levita plenilunios, y en rojo, los festivos.

Abstractos renglones donde se mezclan

las citas del médico con las recetas de mamá

iluminadas por esa extraña luz

que refleja una ventana al desierto.

 

Solo laten los lunes

(te pediría que me abrazaras)

de realidad alterada,

como un cuento de Lovecraft

en los ojos vacíos de las estatuas.

 

 

(En la cabecera del calendario, una fotografía de Robert Mapplethorpe – “Tulips, 1988”)

 

 

 

 

 

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