Me llamo Sara y viví entre las uvas negras.
Viví en las noches de risas estiradas hacia mis cicatrices.
Y una costra, la fuente en que te di a beber del ruido limpio de nuestros corazones tronando entre las sábanas.
Porque ayer en ti y en mí y por los cauces de mis llagas corre el amor y la mentira y vuelas con tus manos en mi cuerpo.
El fin fue nuestra búsqueda.
Tú me rozas y yo despierto entre los brazos sin destino que aún no conoces.
Desaparezco en las lindes de unos ojos que no recuerdas ya.
(…)
El azar de lo hecho.
Rastrillar en las aguas una sed extinguida.
El pecho entre las curvas que hacia el cielo formaron las escaleras de la imaginación.
La violencia de las uñas recién cortadas.
El moratón en el pómulo como un seno infantil.
Mi llegada a la vida y el cariño en los besos que el aire retenía al sucumbir la tarde.
Quedaron las caricias de hierro, de seda dentro del hierro, caricias de caricias que olvidabas y allí mismo nacían sin nacer.
(…)
La juventud eres tú, me dijiste, en un susurro que recordaba el sonido del río.
Sólo se escuchaba la carretera en los campos de atrás.
Me hablabas de tu gozo.
“Tú eres la espiga, el pájaro sagrado, tú eres la enredadera que oculta las ruinas, mi dulce veneno de la tarde, mi muerte”, me decías tantas cosas.
Acaso no eran ciertos los presagios y mi vida se rasga como una media con que la uña se ensaña.
Me asegurabas que el fulgor de mi cabello en tus hombros envolvía la noche en una almendra.
Eras el falso navío y yo era el mar.
Y tu dolor que bailaba en columnas al suelo.
Tus placeres, tus relámpagos.
Eras en ti, siempre en ti y no había nada en medio, ni siquiera la luz.
Fragmento perteneciente a “El libro de Sara” Miguel Angel Gara 2005