Te invito a una copa. Y se sentó a su lado en la barra de aquel garito trasnochado. No, gracias; respondió sin apenas mirarle. Pues invítame tú a mí. Entonces lo hizo, giró la cabeza y vio aquellos ojos. Un par de horas más tarde estaban clavados en los suyos mientras gemían y ella sentía como poco a poco iba entrando en su cuerpo.
No sabía cómo se llamaba, no importaba demasiado. Podía llamarle como quisiera, le había dicho un rato antes. La conversación había sido intensa, clavando las miradas ante la obviedad del deseo mutuo.
En su casa, sobre la alfombra del salón, con los ojos cerrados sintiendo su lengua, decidió que le quería llamar A. La letra del placer, del orgasmo, vocal abierta como sus piernas en ese instante. La más abierta de todas… Sexo frente a sexo. Boca en sexo y sexo en boca. Manos, dedos, lengua, saliva y sudor. Susurros, gritos ahogados de un gusto inenarrable. Vicio, miradas, palabras que excitan y se corren dentro, fuera, sobre, cerca de los cuerpos. Llega, va llegando lentamente como esa tormenta vista a lo lejos. Llega, llega y descarga en apenas unos segundos todo aquello que guardaba la negritud de la nube.
Suspiros, aire tomado a trompicones. Sonrisas en esas bocas que se relamen y saborean aún lo comido, lo lamido y chupado hace apenas unos minutos. O quizá fueron horas, es posible que incluso días, semanas, meses o años. Tanto tiempo esperando que descargara la nube y aquella noche una letra, una vocal abierta logró que se corriera hasta llorar.
Enumeraciones que dicen mucho en tan corto espacio. Gracias por compartirlo.
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