Paula permanece despierta, tensa. El sueño no llega, su cabeza no para, los pensamientos se agolpan y, una y otra vez se repite, que sus esquemas son válidos, que también esto podrá controlarlo.
Momentos antes, y tras comprobar que su marido duerme profundamente, se ha encerrado en el baño y, como sospechaba, el test de embarazo es positivo.
Ella está acostumbrada a llevar las riendas de todo. Eficaz en su trabajo y organizada en su hogar. Tiene muy claro su esquema familiar.
Juan, su marido, está muy enamorado y deja que Paula maneje los hilos de su matrimonio. Acepta complaciente los caprichos e imposiciones de su mujer. Ella se ha encargado de la decoración de la casa y, recientemente, ha diseñado un dormitorio para cada uno de sus dos hijos de nueve y siete años y ha convencido a Juan consiguiendo que éste accediera a la compra de una roulotte con capacidad para cuatro, en la que recorren distintos parajes los fines de semana y las vacaciones. A ambos les encanta la naturaleza.
Incapaz de conciliar el sueño se pregunta una y otra vez:
¿Cómo me ha podido ocurrir?…
Yo había organizado todo en base a cuatro…
Uno más desmorona todo lo planeado…
La solución es abortar…
Tengo que convencer a Juan ¿me apoyará?
Al filo de la madrugada logra descansar. Cuando el despertador suena está agotada, desearía que todo hubiera sido una pesadilla. Remolonea, le cuesta comenzar el día, abrir los ojos.
Juan se acerca cariñoso, le da un beso, bromea.
─¿Piensas quedarte en la cama?
─Me encantaría, he dormido fatal.
─Mírame, tienes mala cara, ¿algún problema?
─Te lo contaré esta tarde. Los niños duermen con los abuelos y tendremos tiempo para los dos.
─Me intranquilizas, adelántame algo.
─No seas impaciente, puede esperar.
Juan sabe que no le sacará más. La conoce pero se queda preocupado durante toda la jornada.
Paula no consigue concentrarse en el trabajo. El descanso de la comida le brinda un rato de silencio. Decide dar un paseo, pensar. Se debate en un mar de dudas e intenta justificarse:
Un hijo más supone renunciar a lo programado, comenzar de nuevo, volver al horario ya olvidado de bebé…
Yo tenía todo encajado, nuestra economía nos permite vivir con desahogo los cuatro…
Podríamos mandar a los niños al extranjero para afianzar idiomas…
Costear vacaciones, disponer cada uno de su habitación…
Tengo derecho a decidir si quiero otro hijo.
Retrasa la llegada al hogar, sospecha que no va a ser fácil convencer a Juan. Le alivia la ausencia de sus hijos, teme enfrentarse a sus ojos inocentes, limpios, que intuiría acusadores.
Su marido la recibe con cariño. Unas copas sobre la mesa, un abrazo acogedor. Espera paciente que se decida a participarle su preocupación. Paula le mira inquieta, se decide.
─No se cómo ha podido pasarnos. Estoy embarazada.
La mirada de Juan se ilumina, toma sus manos.
─Es maravilloso, a ver si esta vez conseguimos la niña.
─No entiendes nada, nuestro proyecto es de cuatro.
─¿Qué insinúas?
─Estamos a tiempo, puedo eliminarlo.
─No puedo creerlo, ¿por qué un aborto?
─Ya he cumplido, yo decido.
─Nunca te apoyaré en esto.
─Lo hago por los cuatro, todo así es perfecto.
─No te conozco, esa sombra siempre estaría en nuestra vida.
Paula se levanta, intenta refugiarse en los brazos de Juan. Este rechaza el abrazo, le ruega que le mire directamente y con una gran tristeza sentencia:
─Debes meditarlo despacio, puedes rectificar y planearemos un futuro de cinco o, puedes quedarte con un proyecto del que sería eliminado. El amor quedaría demasiado tocado y yo no tendría cabida en él.
Paula abrumada por lo tajante de las palabras de su marido se aleja de él, preguntándose en su interior, cuál debe ser su respuesta. La decisión final será suya. En la balanza está todo lo proyectado por su afán de control y el amor que profesa a su familia.
De cualquier manera, los cimientos ya se han dañado. Seguramente algo se ha roto entre la pareja. Ahora será difícil remediarlo.